24/5/07

¿Invasión? - Capítulo 8


El día 28, París amaneció nublado, con un frío poco acogedor. El azul usual del Sena aparecía casi verde, asemejándose a un mar. Los pocos rayos solares que se filtraban a través de la capa nubosa, la composición de esta y los caprichos de las refracciones y reflexiones, eran los culpables,

No lejos de allí, en un edificio cercano a la embajada americana, esperaba Roberstue impacientemente. Lebedev entró unos veinte minutos más tarde con aspecto cansado. Ambos hombres habían concertado esta entrevista directamente, por teléfono privado. Habían elegido aquel edificio neutral para no despertar sospechas en los periódicos que, ávidos de noticias, siempre rondan las embajadas importantes.

- ¿Cómo está usted, mariscal? – preguntó amablemente Roberstue al verlo entrar en la sala. Sólo estaban ellos dos y los intérpretes.
- Muy bien, señor Presidente. Gracias. Si no le molesta, le agradecería que fuésemos directamente al asunto – contestó Lebedev.
- Por supuesto, mariscal – asintió Roberstue.
- Bien, primero he de decirle que, personalmente, creo en usted. No creo que su país haya abatido nuestro satélite. Pero, señor, créame, otros miembros del Politburó no me secundan. Están incitando continuamente a los miembros que me apoyan para que cambien de bando. Han presentado una propuesta para que la Unión Soviética deshaga la alianza con su país y afronte la amenaza extraterrestre por sí sola.
- ¿Pero qué puede hacer un solo país? – dijo Roberstue.
- Nada, por supuesto. Pero es que no están tampoco muy convencidos de que sea cierta tal amenaza.
- ¿Y las señales?
- Nadie está seguro de nada, señor presidente – dijo Lebedev-. Unos creen que las emisiones podrían provenir de una satélite americano y otros que sus equipos informáticos nos han mentido. Si no cambian mucho las cosas, temo una caza de brujas en sus embajadas.
- ¿Buscando espías? – preguntó Roberstue.
- Por supuesto. Por otro lado, ya sabe usted la situación interior del Gobierno soviético. Las luchas de sucesión son duras.
- ¿Y usted? – una pregunta curiosa que quizá Roberstue no deseaba hacer.

Lebedev sonrió.

- No añoro tal cargo. En cuanto se elija al presidente, yo dejaré mi función política. Temo, señor presidente, que nuestra cooperación está terminando. En cuanto comiencen las deliberaciones, es posible que se rompa el tratado.
- Pero, ¿Por qué? ¿Cuándo se iniciarán?
- Bien, muy posiblemente, mañana. Pero durarán, al menos, hasta el día 2 o el día 3. Puede que para entonces todo haya acabado – Lebedev pensó en la invasión.
- Sí, quizá – asintió Roberstue- ¿quién cree que podrá salir elegido?
- No lo sé- contestó Lebedev. Como sabe, desde 1982 puede serlo cualquiera, aún cuando no tenga un alto grado en el Partido. Las disputas son feroces y seguramente muchos preferirán apoyar a un desconocido antes de que sus enemigos tengan siquiera la posibilidad de conseguirlo aunque esto, claro está, acabe con sus propias bazas de lograrlo a su vez.
- Ya veo. De todos modos, le pido que haga todo lo posible…
- Por supuesto. Pero es casi imposible. Ese Cosmos 2007 ha sido nuestra ruina- contestó un tanto desalentado Lebedev.
- Pero, ¿Y, si como creemos, el día 1 pasa lo que tememos?
- El destino dirá, señor Roberstue.

Veinticuatro horas después, unas cuatro horas después de iniciadas las deliberaciones de los soviéticos, periodistas de todo el mundo bloqueaban las centralitas de las embajadas rusas y americanas recabando noticias sobre la recién anunciada ruptura de relaciones de cooperación con la defensa mundial.

Gran Bretaña, España, Francia y Alemania Occidental asistían a todo aquello como meros convidados de piedra.

En Francia, Boileau expresó todas las palabras mal sonantes que aparecen en el diccionario galo. Los representantes español y alemán no sabían qué hacer con todo lo montado en Calar Alto. Gran Bretaña protestó oficialmente ante los dos grandes y luego calló.


Hacia las 12:00 del día 30, Simón Santos leía las noticias sobre la ruptura de relaciones. Aquello le aseguraba más y más en su teoría de juego político entre las potencias. Desde luego, algo sucio estaba escondido.

Desde el día en que enterraran a Martín, había estado vigilando al director González. Incluso, en dos ocasiones, le había seguido hasta su casa que resultó ser un edificio muy próximo a la propia oficina de Correros.

- No le será difícil entrar aquí por las noches – pensó Simón- y dedicarse a copiar documentos.

Estaba convencido, ya, de que las sospechas de Martín era ciertas, no en lo referente a la invasión, pero sí en lo del espionaje. Sin embargo, aún no se había decidido a denunciar a González.

Unas horas más tarde acabó de revisar un rutinario informe y se levantó para llevárselo al director. Paró ante la puerta y notó una mezcla de retraimiento e ira. Tocó dos veces en la madera y entró. González estaba allí. Vio su bigote, su pipa y aquel inseparable temblor del lóbulo de la nariz.

- Aquí tiene el informe, señor.
- ¡Ah!, sí – repuso indiferente González- Por cierto, ¿ha terminado ya de revisar el envío sobre Calar Alto?
Simón empalideció. No se lo había mencionado aún al director. Este no podía saber nada de ese documento. Y, sin embargo… No pudo contenerse.

-¡Así que era verdad! ¡Es usted un espía!
- ¿Qué? – preguntó extrañado González.
- Lo sabía, lo sabía ….se ha delatado…¡Es usted un asesino!
- ¡Le recuerdo que soy su superior! – le gritó González.
- ¡Me importa un bledo!...usted…usted no podía saber lo de Calar Alto…. Ha tenido que verlo a escondidas, cuando yo no estaba…usted mató a Martín – Simón, totalmente fuera de sí, casi sollozaba – Esto no quedará así, maldito…¿Sabe? …¿sabe lo que voy a hacer?....¡Denunciarle!...¡Sí!....¡Denunciarle!

- ¿De veras, señor Santos? – una sonrisa burlona alumbró los labios del director- Inténtelo, ande, inténtelo.

Simón golpeó con fuerza la puerta cuando salió. No cogió el abrigo. Bajó a la calle y corrió hacia su casa.

- Iré al Ministerio central….verá de lo que soy capaz – pensó

El tren para Madrid que llevaba a Simón dejó la estación a las 22:50 del día 30 de enero.















Relato en capítulos escrito hace casi 30 años, cuando yo era tan joven. Las cuartillas en las que estaba mecanografiado se habían vuelto amarillas, así que he decidido transcribirlo al blog como recuerdo.



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