28/2/08

¿Dónde estás?






 
-        ¿Dónde estás? – te pregunté mientras conducía despacito, perdido en una ciudad- la tuya- que yo no conocía.
-        Donde hemos quedado- me contestaste-, ¿Dónde estás tú?
Había llegado un cuarto de hora antes. La señal que me habías indicado era la pasarela peatonal a la entrada de la variante pero, en mi torpeza, me equivoqué y seguí hacia adelante. Di dos o tres vueltas orientándome como podía y teniendo por referencia el río.
-        ¿Qué ves?- me preguntaste.
-        No sé pero no te veo a ti- respondí, buscando en cada rostro el tuyo que aún no conocía.
Al poco, por fin, conseguí llegar a la posición donde me había perdido y vi la recta en donde debías estar esperándome. Te divisé cuando estaba a cuarenta metros. No te conocía todavía y, aunque llevábamos ya más de un mes charlando y escribiéndonos largos correos electrónicos, la única imagen que de ti tenía era esa foto que todavía guardo, tú de pie bajo un magnolio en pleno verano. Sin conocerte, te reconocí. Estabas leyendo un libro, apoyada en el pretil. El cielo estaba azul y a pesar de estar en pleno invierno- era el último día de febrero- la temperatura era agradable. Vestías elegantemente, un traje de chaqueta pantalón negro, zapatos nuevos, tu pelo oscuro recogido.
Paré a tu altura, me vistes, me sonreíste, te sonreí, abriste la puerta del coche y te sentaste junto a mí. Recuerdo que lo primero que te dije es que no pagases la factura del que te había hecho la foto, que eras mucho más hermosa en persona. Reíste, reí. Nos dimos un beso en la mejilla.
 
Hoy pregunto otra vez, ¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Sé dónde. Sé dónde. Espérame, tierna compañera.
 

15/2/08

Una carta


Hoy encontré una carta tuya. Sin esperarlo. Quizá por eso me dolió más el leerla. Casi no recordaba ya tu letra curvilínea y amplia, un poco ladeada, pulcra y clara. ¿Sabes? Me sentí culpable de no recordar esa carta, de no acordarme que un día me contaste de tus sueños y que yo los compartí. Es traidora la memoria, es traidor el recuerdo, son obscenos los días que yo tengo y en los que no te recuerdo.

Me hablabas de que anhelabas tener una casita en la montaña. Chiquita, apenas con una cama acogedora y un fuego bajo. Aislada del ruido. Para descansar. Eso deseabas. Descansar de lo dura que la vida había sido contigo, del batallar diario contra el infortunio, contra las expectativas truncadas, contra la falta de cariño, contra el aparentar ser feliz. Sentarte a las tardes, frente a las cumbres blancas, ver cómo el sol iba tiñendo de reflejos rosas el atardecer y sentir la brisa fresca del otoño mecer tus cabellos negros. Y querías que, entonces, yo apareciera por detrás de ti y te abrazara, y te besara en la sien, y te dijera cuánto te adoraba.

¿Cómo había podido olvidar tus sueños? No tengo perdón.

¿Hay montañas allá donde estás? ¿Hay soles en el cielo que colorean el cielo de la tarde? Si los hay, espérame porque estoy deseando llegar a tu lado y, como soñabas, como yo aún sueño, abrazarte por detrás y besarte susurrándote al oído que esta vez nadie nos podrá arrebatar la eternidad.



Top Gun

Muchos días debíamos regresar en coches separados. Eran unos treinta kilómetros de autovía pero, dado el horario, el tráfico era intenso y los camiones copaban el carril derecho. Yo siempre conducía detrás, vigilando tus movimientos, protegiéndote. Muchas veces- te reías tanto cuando te lo contaba después- me sentía como los pilotos de la película Top Gun. Ya sabes, dos aviones en misión de combate. El que volaba primero, a la caza del objetivo. El de detrás, guardando las espaldas al compañero de patrulla. Así actuaba yo. Cuando observaba que, más adelante, un vehículo obstruía el carril yo sabía que te harías a la izquierda para adelantar. Pero era yo el que me adelantaba a tu movimiento y me lanzaba a un lado, bloqueando el carril para que tu maniobra fuese segura. Vigilaba a los coches que venían detrás y les forzaba a frenar y hacer cola tras de mí. Delante, todo vacío y tu podías pasar cómodamente. Después, cuando tu regresabas a la derecha, yo me colocaba detrás de ti y continuaba custodiando a mi compañero de patrulla. Atento a tus actos, poniendo toda mi atención en ello. Hasta me colocaba las gafas de sol con el mismo ademán lento y orgulloso con que lo hacían los aviadores. Igual que en el cine, juntos, en misión común y conjunta. Porque tu eras – lo serás siempre- mi compañera de aventura en la película de la vida. Ahora, cuando debo pasar por aquella carretera, vuelo solo y el viaje me duele en el alma.



Amaneceres

Hoy, al amanecer, la niebla se arrastraba perezosa por entre el valle, trazando manchones blanquecinos que se abrazaban a los olivares y los caminos por donde tantos días anduvimos. El cielo aún estaba despertando de una noche fría y perlitas de rocío brillaban sobre los arbustos. He recordado aquellas otras mañanas, cuando deseaba que el despertador sonara lo antes posible para poder darte los buenos días y acompañarte al trabajo. Eran días como el de hoy, con nubes de algodón que nos envolvían en cualquier recodo del camino y protegían nuestros besos de los curiosos.

Resulta increíble cómo pequeños hechos, como la niebla de nácar y los olivos de ramas abiertas al cielo, regeneran recuerdos que parecían perdidos para siempre. He sentido, súbitamente, sin esperarlo, nuevamente el tacto de tu brazo, el sabor de tus labios, el aire fresco que nos envolvía cuando salía del coche para despedirte, todo tan real y cercano que parecías estar conmigo. Como si un hechizo hurgara en mi memoria hasta reencontrar aquellos días en que la vida era buena. He creído ver de nuevo cómo el sol, que apenas nacía sobre el horizonte, se filtraba por entre tus cabellos y los ensortijaba con chispitas de luz y pequeños arco iris. Y he escuchado tu voz que añoro tanto. Y tu risa. Tu risa de arpa y celesta, de ternura envolvente.

En mañanas como la de hoy, cuando la niebla se despereza sobre los campos que hollé junto a ti, te busco intensamente y, de pronto, me abruma el comprender que ya no estás.


Tu frente


Me he dado cuenta que pensar en tu frente, que tantas veces besé con ternura, me ayuda a recordarte. No sé. Algún misterio del cerebro que hace que miríadas de sinapsis neuronales se disparen inquietas para que, cuando imagino tu frente, toda tú imagen regrese con una presencia y una fuerza que te hace incomprensiblemente tangible y real. No sé por qué será pero no me importa. Lo aprovecho, y cada noche recuerdo otras noches, cuando te acurrucabas entre mis brazos y apoyabas tu cabeza en mi hombro. Entonces, tu frente- amplia, suave, liberada del cabello que permanecía confinado en un peinado hacia atrás- quedaba a la altura de mis labios. Dormías tranquila y sentía tu respiración en mi pecho. Yo velaba tu sueño y acariciaba tu frente con continuos besos de mariposa. No podía resistirme a sentir tu frente en mi boca. Apenas alejaba mis labios ya necesitaba posarlos nuevamente en ti. Era como el síndrome de abstinencia de un drogadicto que necesita otra dosis y otra y otra. Te hacías niña entre mi abrazo. Amaba el ovillito desnudo de tu cuerpo. Tus piernas entrelazadas en las mías, tu abrazo cosido con el mío, tu mano rodeando mi cuello, tu mejilla en mi pecho, tu frente infinitamente besada por mí. Ahora, cuando recuerdo los besos que depositaba en ti mientras dormías, retornas y eso me hace sentir bien.


En el coche me dijiste.



En el coche, te gustaba apoyar tu espalda en la ventana de modo que quedabas como recostada y mirándome. Me contemplabas mientras conducía y yo me avergonzaba porque sabía que me observabas mientras yo debía atender a la carretera. Un día paramos por algo y pude deleitarme en ti. Era por la tarde y el sol, ya bajo, se entretenía en pintar reflejos entre tus cabellos. Pusiste tus piernas sobre las mías y te masajeé los pies. Me gustaba hacerlo. Me gustaba tanto acariciarte que ahora duele no poder sentir tu piel. Te dejaste hacer, sonriendo y manteniendo tus ojos en los míos. No hablabas. Estuviste callada, mirándome, al menos un cuarto de hora. De pronto, como si concluyeses un largo razonamiento interior, dijiste con entusiasmo “te quiero mucho”, hiciste un mohín tierno y volviste a callar. ¿Sabes? Fue como si hubieses condensado, sin saberlo, toda la poesía del mundo en aquellas palabras. No recuerdo un instante más dulce. Hacías siempre que me sintiera tan amado que tu ausencia resulta insoportable.







Desayuno



No recuerdo por qué hubimos de madrugar tanto. Sí, yo tenía algún viaje como tantos otros días, pero no creo que fuera ese el motivo. Cualquiera que sea el caso, bajamos a la calle buscando una cafetería. Era domingo y era invierno, de modo que las calles estaban ausentes, aún oscuras, cubiertos los árboles con una fina capita de rocío blanco sobre la que se reflejaban los colores brillantes de los semáforos. Caminamos abrazados, seguramente más por protegernos del frío que por otra cosa. A punto de rendirnos, dimos con un bar abierto en un centro comercial en el que todos los demás establecimientos estaban cerrados. No era el más agradable. Mesas baratas de aluminio y sillas de skay descolorido. Te quitaste los guantes. El camarero estaba atento a la radio y apenas nos miró al entrar. Algo sobre política que no escuchamos. No había nadie más. Pedimos los cafés. Doble y cargado para ti, descafeinado para mí. Un croissant a medias. Dio para mucho aquel desayuno. Frente a mí, las manos agarradas – las tenías aún heladas-, la voz queda, me revelaste tus sueños. Con tranquilidad, con anhelo, con la melancolía de ver cómo pasaban los años sin lograrlos. Aspiraciones sencillas. Como las mías. Quizá sólo ser feliz y cuidar de los tuyos. Quizá, ser felices juntos. Te escuché casi como si de una revelación sagrada se tratara. Emocionado de que compartieras lo tuyo conmigo. Privilegiado. Juré cumplir aquellos sueños contigo. Amanecía cuando te besé. Sabías a café y a maravilla del cielo.

Examen de inglés


Reíste cuando sonó el toc-toc del móvil. Alguien quería hablar conmigo desde Londres. Por supuesto en inglés porque estos británicos están muy mal acostumbrados. Tú lo hablabas bien. Yo lo sabía. Y tú aún nunca habías escuchado mi fonética torpe y mi gramática pobre. Me animaste a contestar la llamada. – Venga, no seas tonto- dijiste, y sonreíste entre cariñosa y juguetona. Recordé, de pronto, mis tiempos de estudiante cuando entraba al aula a rellenar un examen con la lección mal aprendida, esos momentos en que siempre parecía que uno ignoraba todo. Volviste a sonreír y me hiciste un gesto con la mano para que no demorara más lo inevitable. Estabas bella sentada sobre la cama, la camisa abierta, los pies descalzos. Llamé. La conversación fue breve pero se me hizo eterna. Creo que nunca he intentado vocalizar con más precisión aún a sabiendas de que, esforzándome en ello, lo estropeaba aún más. No me atreví a mirarte pero sentí tu cariñosa sonrisa de maestra en mi espalda. Colgué y respiré aliviado. Me torné y me dijiste que lo había hecho muy bien. Se notaba que habías disfrutado mi azoramiento pero no desde la altivez sino desde el afecto más profundo. Me llamaste a tu lado y me besaste con aquella ternura con la que me inundabas siempre.

- ¿Sabes? – dijiste acariciándome- eres muy tonto si crees que me importa cómo pronuncias el inglés.
- I love you – dije. Y no tuve tiempo para más porque nuestros labios reclamaron su recompensa.


Take a nap



Fue un día bello, con un cielo azul y un sol brillante pero sin ser muy caluroso. Lo pasamos divinamente. Cuando llegamos al hotel sería media tarde. Estábamos cansados de tanto caminar. Nos tomamos una ducha tranquila e hicimos el amor. Let's take a nap, dijiste, así podremos alargar la noche. Una cabezadita antes de ir a cenar. Quedaste dormida entre mis brazos, desnuda. Teníamos reservada una mesa en un restaurante bonito y entrañable al borde del mar. Cuando yo desperté ya estaba oscuro y seguías abrazada a mí, tu mano sobre mi pecho; el calor de tu aliento envolviéndome. Hubiese matado si alguien te hubiera molestado en ese instante. Mucho después, sería más de media noche, te despertaste sobresaltada y balbuceaste –aún, medio aturdida por el sueño- que te levantabas ahora mismo para ir a cenar. Te besé tan fuerte en la mejilla que refunfuñaste, antes de caer otra vez dormida entre mi abrazo.


Un enfado



No me acuerdo ni remotamente de cuál fue el motivo. Sería una nimiedad, eso seguro. El caso es que nos enojamos por alguna causa. Si es que a aquello se le podía llamar regañarse. Habíamos quedado, ya el día anterior, a las tres de la tarde en el lugar en que siempre nos veíamos. Y por aquella tontería que ya ni recuerdo, no hablamos por la mañana. Qué larga se me hizo sin tus buenos días.

Llegué pronto y aparqué. No quería reconocerlo pero tenía miedo. Pavor a que realmente estuvieses enfadada y no vinieras. Sentía esa angustia en el estómago que uno nota cuando está inquieto por el temor y la angustia de la incertidumbre. Era otoño, creo recordar, pero el sol del mediodía y un cielo azul y límpido calentaban con fuerza. Abrí la ventanilla justo cuando apareció tu coche. Te miré y me miraste. Me sonreíste con esa mirada alegre, tierna, celestial que tenías. No hizo falta más. Mi inquietud cesó instantáneamente. Mi corazón siguió alborotado pero no del pánico a perderte sino del ansia de besarte.

Luego, te conté que había temido que no vinieras.

- Serás tonto- me contestaste.

14/2/08

San Valentín pero no estás


Hoy debería haberte dedicado una postal, haber escrito palabras bonitas en ella, haberte comprado un perfume, una rosa, un pañuelo de seda, una nube de algodón volando por el cielo, haberte besado y deseado felices Valentines, haberte susurrado con la voz más tierna del mundo que te amo. Hoy deberías estar aquí para escucharlo, para sentir mi caricia, para devolverme el beso. Hoy debería haberte jurado que te iba a amar siempre, que eres el amor de mi vida. No puedo hacerlo, no puedo hacerlo- suena el andante de la sonata treinta en el piano, es de noche, te extraño tanto, tanto, tanto- pero hoy, más que nunca, allá donde estés, sabes que te quiero y estoy tan seguro de que me escuchas como lo estoy de que volveré a abrazarte algún día. Algún día, algún día.

8/2/08

Hoy te he llorado




Hoy te lloré. Quiero decir, más de lo de costumbre, más allá de ese llanto del alma y del sentimiento que fluye sordo pero persistente cada minuto del día. Te lloré y me refiero al llanto exterior, a ese caudal de lágrimas físicas que no se pueden detener por mucho que uno se pase el dorso de la mano por los ojos enrojecidos y uno se pregunte que qué se está haciendo perdiendo los papeles de esta manera. Sí, hoy te lloré. Suele pasarme a veces, ya lo sabes. Es repentino. De pronto, me atenazan la congoja de tu ausencia, la rabia por la vida injusta, la certeza de que la esperanza quedó muy atrás en el camino, el miedo de la soledad. Y, entonces, siento que súbitamente se me agolpan un zarpazo de hiel en la garganta y un grito mudo en las palabras; y siento la falta de aire, y el río de lágrimas que estaba ahí, empantanado en mí sin que yo me percatara, de pronto rompe la presa en que la razón, el sentido común y la madurez lo habían aprisionado. Pero, ¿sabes?, rechazo el sentido común, la razón, el que la vida sigue, el que hay que sobreponerse y el que todo tiene un motivo para suceder. Y, entonces, lloro y deseo que la rabia de mi llanto sea el tsunami que barra a los dioses sordos e inmisericordes que nunca nos escucharon y que no merecen ser adorados.




El amor de una vida


Hoy me dijeron que fuiste el amor de mi vida. No pude negarlo. No quise negarlo. Es imposible no admitirlo, tan evidente es. El amor de mi vida. Lo fuiste. Lo eres. Hubo un antes y un después de ti. Te dije muchas veces, - tantas, tantas - que te amaba pero ¿te hice saber que realmente eras el amor de mi vida, que sólo contigo tenía yo sentido, que sólo junto a ti era yo mismo? No lo sé. Ojala que llegaras a sentirlo, a saberlo, a verlo en mis ojos. Quizá fui tan torpe que no percibiste este amor radical que todavía me inunda. Si erré en ello, fracasé en todo. Cuando se comprende en qué estación hemos de apearnos, casi siempre el tren ha pasado ya. Espero que haya un más allá para ser capaz de decirte que eras, que eres y serás, hasta el final de la eternidad, el amor de mi vida.


Café


La única época de mi vida en que no me costó madrugar fue cuando me invitabas a tomar un café mañanero de camino al trabajo. Aquel invierno parecía que los amaneceres se retrasaban más que lo habitual. En cualquier otro momento eso me hubiera fastidiado sobremanera pero entonces era como un regalo del destino que construía el mejor escenario posible para nosotros. Unos días, un cielo negro y raso con estrellas solitarias. Otros, una bruma espesa que nos protegía de miradas indiscretas. Algunos, un mar hermoso de rocío en los campos y casi todos, un frío intenso que te obligaba a acurrucarte en mí para mi gozo.

Siempre acabábamos desayunando un café en aquel bar de carretera al que nunca he regresado. Descafeinado y café doble. En ocasiones, un croissant compartido. Los primeros días llamamos la atención. A esas horas, sólo un par de camioneros en tránsito y los habituales compadres que salían de algún trabajo nocturno perdían su mirada en la televisión mientras calentaban su cuerpo y su alma con un carajillo o una copa de licor que, tan de mañana, parecía inapropiada. La curiosidad duró sólo unos días porque acabaron familiarizándose con nosotros. Pronto dejaron de mirarnos a hurtadillas, el camarero empezaba a calentar los cafés antes de que ordenáramos y nos convertimos en parte del decorado.


Era una taberna de carretera, perdida, con café comprado en el súper y orujo de garrafón.

Luego, he estado en muchos restaurantes de lujo, donde a la hora de los postres te muestran una carta de opciones con decenas de cafés. Que si de Kenia, que si de Colombia, que si torrefacto, que si veneciano con crema de almendras. A la vainilla, al aroma de hierbabuena, recién traído de Madagascar, cappucino milanés, turco espeso.

Jamás he vuelto a tomar ningún café tan delicioso como el que bebíamos juntos aquellas mañanas heladas, mucho antes de que el sol asomara por el horizonte.

Estudios






Estabas preocupada. Querías hacerlo bien. Se trataba de un desafío vital para ti. Demostrar al mundo que eras capaz de todo, de superar las dificultades y la mala fortuna. No comprendías que no necesitabas hacerlo, que yo te admiraba más que a cualquier héroe de este mundo. Que todos los que te amábamos, lo hacíamos.

La tarde estaba lluviosa. Una de esos atardeceres de invierno, plomizos y ventosos, que, sin embargo, se bañan en una luz misteriosa e íntima, de rayos furtivos de un sol frío que no logra domeñar los cúmulos de nubes cargados de agua.

Habíamos planeado repasar tu proyecto final en el parque, tras dar un paseo pero sentiste frío. Necesitábamos tranquilidad. Yo, en mi papel de severo profesor – un maestro que sin embargo no sabía nada, que sólo interpretaba un papel-; tú en el de doctorando temeroso del tribunal.

Acabamos en el restop de la autopista. No encontramos nada mejor. Aún era muy pronto para que los viajeros llenaran el enorme restaurante buscando cenar un plato combinado o un bocadillo apresurado. Nos sentamos al fondo, muy lejos de las pocas personas que se sentaban frente al ventanal. Pediste un café.

Comenzaste tu presentación, recitándola como si ya estuvieses ante los catedráticos, concentrada en lo que hacías. Esperabas de mí que la criticara, que buscara errores, que fuese severo para que pudieras mejorar tu charla.

Cuando terminaste, sólo pude exclamar ¡bravo! Te sonreí y te besé. Preguntaste ¿qué tal? y sólo pude contestar que si no te calificaban con matrícula de honor serían unos redomados cafres.







Túnel

Hoy, en la televisión, había un médico hablando de esos pacientes que parecen morir y volver a la vida sin que nadie lo espere. Todos ellos cuentan que caminan por un túnel oscuro, al fondo del cual brilla una luz radiante, blanca, que infunde paz y sosiego. A medida que se acercan, desconcertados, ven siluetas que se mueven entre la claridad, como personas que agitan los brazos llamando al recién llegado. Mientras caminan rememoran su vida completa en un instante fugaz que, sin embargo, es suficiente para que pasen en agitadas imágenes todas las desdichas y alegrías que se han vivido. Por fin, al llegar a la luz nácar ven a sus seres más queridos que marcharon antes que ellos. Les sonríen, les dan la bienvenida y les toman de la mano para adentrarlos en el más allá. Contaba el doctor – especialista neurológico, según dijo- que estas visiones son los productos residuales de la extinción de la actividad cerebral, el canto del cisne final de las neuronas ya no alimentadas por oxígeno y aliento. Pura química, sólo impulsos eléctricos y moléculas descontroladas. Sinapsis moribundas y alocadas.

Pero, ¿sabes?. Confío en que ese loco se equivoque y que estés al final del túnel, esperándome, recibiéndome con una caricia de las tuyas, consolándome, perdonándome por haber tenido más días que tú. Suena un lied de Mahler en la radio y te añoro más que nunca.

Cigüeñas


Las cigüeñas seguían hoy en lo alto de la columnata del Paseo de Ronda. Como siempre, eran dos. Hembra y macho, aves amantes enfrentando juntas la vida desde su hogar de ramitas entretejidas. Serán las mismas cigüeñas que tantos veranos nos vieron caminar de la mano, charlar animadamente mientras tomábamos un helado sentados en el banco de la glorieta o mirarlas envidiando su nido ajeno al mundo. Hoy, las cigüeñas también miraban un horizonte común y he pensado que te buscaban. Me habrán visto solo y se habrán preguntado qué ha sido de ti, qué ha sido de mí. No pudimos volar tan alto como ellas, ni urdir un nido, ni convivir lo suficiente.

Cuando llegue el invierno, ellas marcharán volando ala con ala, abriendo el aire en un esfuerzo común, descubriendo juntas caminos invisibles en el cielo. Cuando llegó nuestro invierno, tú marchaste sola y yo quedé inválido, incapaz de volar sin ti, compañera; esperando sólo que me esperes allá donde te encuentres.




Hoy te he pensado



Hoy te he pensado. Sí, cierto es que pienso en ti a menudo. Muy a menudo, diría yo. Pero hoy te he pensado con meticulosidad, con parsimonia, con la voluntad de disfrutar de tu recuerdo. O debiera decir de penar con tu recuerdo. Tanto da. Ya da lo mismo. Pero te pienso. Quiero pensarte. Recorrer otra vez la silueta de tu mirada, forzar mis neuronas para recordar el aroma de tu pelo y el tacto de tu piel. Te pienso rebuscando en cada rincón de mi memoria las pequeñas cosas que hicimos juntos. No los grandes acontecimientos, que esos ya se aparecen por sí solos. Te pienso rescatando del olvido y refrescando nuevamente las anécdotas, los besos que ya casi había olvidado porque, entonces, fueron furtivos o insustanciales. Hoy no hay nada insustancial incluso en lo más nimio que hicimos juntos. Te pienso. Hoy te he pensando. Y, cuando me he repuesto del llanto, me he sentido bien porque he espantado las luces nuevas que quieren borrar tu amada sombra.

A veces


A veces, en la noche
de súbito, me creo
que nunca te has marchado,
que no te irás jamás.
Y busco al otro lado
tus besos, tu deseo,
tu vientre y tu cabello.
Tu nombre deletreo,
y anhelo que la vida
retorne muy atrás.
Mas pronto la congoja
me oprime, abrumadora.
Has muerto, mi adorada.
No volverás ya más.

Noche de concierto



Era final de año y el invierno estaba resultando muy frío. Me hacía tanta ilusión como a ti ir juntos al concierto – era el primero al que íbamos - pero tú cogiste las entradas y lo preparaste todo para desplazarnos hasta allá. Los hoteles estaban llenos pero conseguimos una habitación en el centro. No nos importaba mucho el alojamiento, la verdad. Sólo necesitábamos una cama en que abrazarnos y una lamparita que acariciara nuestras miradas. Hicimos el amor antes de ir al concierto y se nos hizo tarde. El taxi tuvo que dejarnos muy lejos porque ya estaba todo lleno de vehículos mal aparcados. Te abrazaste a mí cuando Llach cantó Nuvol Blanc y me pasé la velada asido a tu mano. Al salir, se veía Orión arriba, muy arriba. Nuestros alientos se congelaban en la helada oscura y tímidamente volaban juntos como unidas estaban nuestras miradas. Te subí el cuello del abrigo para protegerte de la noche y me dijiste que te sentías feliz. Que hacía mucho tiempo que no eras tan dichosa. Fue entonces cuando me contaste de tus sueños nunca realizados, de tu ya próxima licenciatura y me dijiste que me amabas mucho, mucho. Nos juramos un futuro siempre juntos. No sabíamos que el destino tramaba algo horrible.





4/2/08

Hoy




Hoy.

Ojala los calendarios no tuvieran esta fecha. Ojala, vientos amigos hubiesen arrancado todas las hojas de todos los calendarios de todos los años de tal día como hoy. Ojala nunca hubiese ocurrido. Los malos duendes de la melancolía, la desesperanza y el dolor rebuscan hoy por los cajones de mi memoria y te evocan. El universo te recuerda. El cosmos llora. Yo lloro. Y las artes de toda la historia confluyen para honrarte cuando llega este día.

Los timbales y las trompetas de Purcell fueron musicados para ti, para ser escuchados en tu honor.

Neruda escribió La noche está estrellada y tú no estás conmigo para que yo lo leyera esta noche.

El destino sabía que el Lacrimosa de Mozart fue creado para nosotros.
El grito final de muerte helada de La Boheme era por tí.

y con Machado he aprendido que habría de hacerse Su voluntad contra la mía. Siempre fue así, siempre es así.


La barca rosa de Gabriela Mistral era la tuya, tierna compañera.

Dante ya sabía que serás la Beatriz que me guíe y me salve cuando arribe mi turno.

Te buscaré más allá de las tinieblas, mi dulce Eurídice. Y no miraré atrás.

También yo, como León Osorio, cien veces quise interrogar al cielo pero ante mi desventura el cielo calla.


He sentido el manotazo duro, el golpe helado, el hachazo invisible y homicida que Hernández anunció.


Con Quevedo espero que seas polvo enamorado. Yo lo soy. Siempre lo seré.


Me aferro a los versos de Dylan Thomas: aunque los amantes se pierdan quedará el amor y la muerte no tendrá señorío. Eso sí te lo garantizo.


Y Martí i Pol sabía ya que no tornarás pero que perduras en mí de tal manera que me cuesta imaginarte ausente para siempre.


Sólo anhelo, con Manrique, a que mi río desemboque en tu mismo mar y nuestras aguas se confundan otra vez.