28/4/09

Museo

El Museo Sorolla es pequeño y coqueto. Una colección que, por su extensión, puede recorrerse en poco tiempo o necesitar, por su belleza, una vida para disfrutarla. Un oasis recoleto entre las calles bulliciosas. Un capricho que precisa calma de espíritu y dejar las prisas en la cancela que hace de frontera entre la acera ruidosa y el jardín bucólico.

La tarde es espléndida. El cielo azul y puro. Los jardines que me dan la bienvenida, con sus campánulas y petunias, están repletos de aromas y de trinos, de fulgores amarillos y rosados. La casa, vacía hace mucho del alma del pintor, mantiene su carácter bohemio y acogedor, con sus tabiques altos adornados por toda clase de recuerdos, con la alfarería artesana que él coleccionaba, con los sillones donde una vez se escucharían palabras de amor y risas alegres. El patio interior me transporta súbitamente a Andalucía, milagro que ocurre aún estando a tantos kilómetros de ella. Invita a tomar un libro y sentarse junto a la fuente al atardecer, sintiendo la brisa ligera de primavera, quizá oliendo la cena que alguien preparara en la cocina.

¿Por qué los blancos de Sorolla son tan blancos, tan brillantes? Si algo destaca entre las pinturas colgadas en los muros es el blanco puro de los vestidos de las damas en la playa, de la espuma del mar rompiendo en olas, de los reflejos y brillos de la luz de verano. En algunas de las habitaciones interiores, la mente se deja engañar con esas pinceladas blancas que titilan como si fueran verdaderos rayos de sol que se colaran por rendijas que no existen. ¿Por qué los balandros parecen tan reales aún cuando sólo están esbozados con algunas pinceladas? ¿Por qué las playas del lienzo son más cálidas que las del Mediterráneo? ¿Por qué el agua parece tan cristalina que, si no fuera por la circunspecta mirada de los vigilantes, uno se sentiría tentado de tocar el cuadro para refrescarse en ella?
Al salir, nuevamente el jardín. Otra vez, los gorriones y los tarines, las alondras y los jilgueros. El césped cuidado y verde. Los olores dulces. El tintineo del agua. El estanque sosegado.

Las fontanas, enraizadas en azulejos que se alinean en motivos envolventes, acunan a los mirtos siempre verdes. Uno cree imaginar al pintor junto a su caballete, ensimismado en un detalle de una acuarela. Una pérgola, en la que se recuesta una hiedra anciana, protege con su sombra a unos visitantes que, sentados en los bancos, charlan sotto voce. Más allá, no puedo resistirme a sentarme en el segundo jardín, junto a las fuentes, frente a los geranios alineados hacia las columnas y la estatua del togado romano. Los reflejos de la luz madrileña bailan inquietos por entre las ramas de los árboles. El alboroto de la calle, del que sólo me separa un pequeño murete, desaparece por encantamiento. Ha sido entonces cuando he echado de menos a la buena amiga que me habló del museo. Podíamos habernos sentado juntos disfrutando de un helado de vainilla, o de café, o de limón, mientras me contaba de sus cuitas.

27/4/09

Mar arbolada



Cuando el cielo se emborrascaba, Juan José se sentía extrañamente a gusto. Mientras los compañeros se santiguaban o maldecían por su mala suerte, el se apretaba el arnés y, en proa, miraba cómo la pared gris de lluvia y viento se acercaba. En esos momentos, se difuminaba el horizonte y no se apreciaba a ciencia cierta dónde comenzaban las nubes arremolinadas y dónde acababa la mar encrespada. Todo era uno. Una masa cenicienta que asustaba a la mayoría de los marinos, mas no a Juan José.

Dejó que el viento fuerte le azotara la cara. Aún no llovía pero el océano se había despertado de su letargo y las olas golpeaban el casco con rudeza. Le gustaba cuando el mar saltaba bravío por encima de la borda y le mojaba. Los otros marineros sabían que estaba loco, o al menos lo creían firmemente cuando le veían atado, sólo por un cabo, al pequeño bauprés. Ni el capitán lograba que, en aquellos momentos, desistiera de su insensatez. Alguna vez había pensado seriamente en despedirle pero era un buen elemento, duro en el trabajo e infatigable en la tarea. Aquello le salvaba.

El mar se abría bajo la proa del mercante, como si los infiernos quisieran tragárselo. El navío orzaba y se desplomaba sobre el abismo abierto por el oleaje para, poco después, subir nuevamente en un vaivén nervioso. Juan José permanecía en proa, tambaleándose con cada sacudida, fijos los ojos en la mar y en la tormenta, como si hubiera entrado en un trance hipnótico. Algunas cajas se movieron en la bodega. Los amarres habrían probablemente cedido y se arrastraban quejumbrosas sobre el suelo de acero, emitiendo un sonido que, al juntarse con el ulular del viento, se asemejaba a un quejido lejano.

El capitán y el piloto seguían en el puente, con muy baja visibilidad debido a la lluvia que golpeaba con fuerza el vidrio de la cabina. El radar les indicaba que aún pasaría una buena media hora hasta que atravesaran lo que quedaba de tempestad. El resto de la tripulación permanecía abajo, en los camastros porque cuando estas cosas pasan en el mar, lo único que uno puede hacer es tumbarse y esperar a que el destino decida si hace brillar nuevamente el sol o te manda al purgatorio de los náufragos.

Hicieron sonar la bocina. Profunda y grave, triste como aquella tarde de tormenta. El piloto creyó ver algo en un momento en que el limpia parabrisas logró evacuar parte del agua que se arrejuntaba en el cristal.

- ¿Qué hace ese loco? – murmuró, y poco después se volvió hacia el capitán con los ojos asustados de quién cree haber visto a la muerte, si es que eso es posible.

La proa se hundió una vez más y Juan José recordó que ella no volvería. Un día, mucho antes de su enfermedad, le había dicho que sólo temía perderla, tener que amanecer algún día sin sus besos, echar de menos su vientre y sus muslos, sus pechos y sus caricias. Ella se había reído y le había dicho que mucho peor era el mar. Que temiese al mar y a sus pecios. Juan José la había abrazado y le había dicho que no, que el mar guarda bien a sus muertos. Que sólo temía no tenerla a ella. Que nunca le dejara. Que prefería descansar entre sirenas y caballitos de mar a estar lejos de sus brazos. Que sin ella, no apreciaría la belleza del sol acostándose sobre el mar tranquilo, ni la brisa juguetona de la mañana ni las estrellas inquietas de las noches del Atlántico. Que, sin ella, sólo podría consolarse entre nubes de tormenta y marejadas arboladas.

La proa se alzó y se desplomó una vez más sobre las aguas. Se reconoció solo. Ella no volvería. Y creyó ver, entre la espuma de las olas oscuras, un castillo de coral y un fondo de conchas suaves como las que ella gustaba de coleccionar. Seguro que estaba allá, caminado con sus pies descalzos y recogiendo sólo aquellas que eran perfectas. Como ella misma lo era.

Soltó el arnés, la llamó y se dirigió a su encuentro.

26/4/09

Lectura en pantalla y cognición






Las noticias sobre el supuesto imparable auge de los medios de lectura digitales nos rodean. Da la impresión de que aquellos que defienden los libros convencionales, en papel, sólo son trasnochados carcas que viven en el pasado y que tienen un patológico miedo al futuro. Futuro que, según los defensores de todo aquello que suene a nuevo, acabará imponiéndose.

Yo no creo estar ni en uno ni en otro lado. Profesionalmente y sentimentalmente (ya que espero que algún día mis relatos digitales lleguen a tener aceptación), me inclino por creer que los dispositivos digitales se impondrán pero también opino que no serán los que conocemos hoy en día y que estos adolecen de enormes desventajas. No es sólo que la técnica esté aún hoy en mantillas sino que su encaje en nuestra “humanidad”, en nuestra forma de pensar, no es el correcto. Desde el punto de vista tecnológico, es evidente que los medios actuales no son lo que debe ser. De igual modo que un ordenador personal de los años 80 nos parecía una maravilla con sus 64K de memoria y su cinta de casette para grabar cuatro datos, hoy a algunos puede parecerles extraordinario un artilugio como el e-book. Los que criticaban la pobre tecnología de los ordenadores de los 80 eran tildados de caníbales del progreso pero, en definitiva, fue gracias a ellos que se progresó y se desarrollaron mucho mejores ordenadores. Fue gracias a ellos que comprendimos que aquellos PCs eran muy malos. Igualmente, criticar los actuales e-books no implica estar en contra de su desarrollo sino, precisamente, a favor. Sólo analizando sus debilidades será posible corregirlas. El defender el altius, citius, fortius tecnológico no significa estar en contra de la técnica sino buscar su perfeccionamiento. Y, sinceramente, pienso que en ello están los ingenieros aunque el marketing de las empresas pretenda hacernos creer que lo aparatos actuales puestos a la venta son ya una maravilla. No lo son.

Pero si las desventajas técnicas se resolverán tarde o temprano, no está tan claro que lo hagan las cognitivas. Un estudio llevado a cabo el pasado año , titulado Digital fiction reading: Haptics and immersion, en el Journal of Research in Reading, ISSN 0141-0423, Volume 31, Issue 4, 2008” (
http://www.wiley.com/bw/journal.asp?ref=0141-0423 ) [que es recogido asimismo en Why don't we read so well on a screen? (http://lesesenteret.uis.no/frontpage/news/article12534-3357.html) por el Centro Nacional para la Educación y la Investigación de la Lectura de Noruega (http://lesesenteret.uis.no/)], parece demostrar que el formato digital y , sobre todo, el leer en un monitor - cualquiera que este sea - influyen de forma decisiva en la manera de comprender una obra literaria hasta el punto de disminuir la atención cognitiva que sí se consigue con los libros. Según Anne Mengen, autora del estudio, el cerebro humano mejora en su rendimiento cognitivo cuando el texto está íntimamente ligado al soporte físico que lo contiene; cuando se aúnan varios sentidos (olor, tacto,..) en la lectura. La lectura es una función cerebral multisensorial, no sólo visual (percepción héptica) . Mengen defiende que lo que hacen las manos, los dedos, es también importante en la comprensión lectora. Leer y comprender un texto es una actividad global de los sentidos. Estos elementos se pierden en una pantalla. De acuerdo a Mengen, el soporte digital actual favorece la lectura disgregada, breve, sin atención. Así se explica, por ejemplo, el éxito de los diarios digitales (en los que el lector, fundamentalmente, salta de una noticia a otra sin detenerse mucho en ella y donde el lenguaje es sencillo y directo) y de los mensajes breves (brevísimos, diría yo) que imperan en blogs y redes sociales. También puede favorecer el hipertexto siempre que este esté compuesto de fragmentos breves e inconexos.

Sin embargo, cuando una obra es literaria su lenguaje se complica (en el buen sentido de la palabra), se enriquece, necesita una atención profunda del cerebro. Cuando la historia requiere ligar el texto, entender y seguir su trama, percibir lo que dice entre líneas sin decirlo, su sentido metafórico, es entonces cuando el papel se muestra muy superior. No es algo nuevo. En el International Journal of Human-Computer Studies (
http://www.biolc.com/wps/find/journaldescription.cws_home/622846/description ) de Thierry Morineau y Caroline Blanche ya se desarrollan experimentos en los que se demuestra que el resultado cognitivo, el grado de comprensión de los lectores, es superior leyendo sobre papel.

Se afirma:

Clicking and scrolling interrupt our attentional focus. Turning and touching the pages instead of clicking on the screen influence our ability for experience and attention. The physical manipulations we have to do with a computer, not related to the reading itself, disturb our mental appreciation, says associate professor Anne Mangen at the Center for Reading Research at the University of Stavanger in Norway. She has investigated the pros and cons of new reading devices.


¿Por qué? No está claro y requeriría un conocimiento de nuestro cerebro superior al existente. Pero negar que el hecho existe, no ayudará. Al contrario, asumirlo significará que desarrollaremos una mejor tecnología para que el instrumento digital sea realmente una técnica consolidada en el futuro.

E igualmente importante es analizar si los dispositivos de lectura digitales tendrán una influencia perniciosa en la enseñanza y en la formación de las nuevas generaciones. ¿Serán los nacidos digitales unos iletrados? ¿Dejarán las nuevas generaciones “digital-born” de amar la literatura? Es pronto para decirlo pero que, desde un punto de vista científico, es preciso sobre todo abordar la técnica con neutralidad, sin idealizarla. Mengen señala que Con todo, entre muchos investigadores hay una tendencia a quedar fascinados de forma acrítica con las innovaciones tecnológicas que dejan en el aire cuestiones sobre si pueden tener consecuencias negativas para la enseñanza a corto plazo y, lo que es más importante, a largo plazo.

The Peasant’s daughter


The Peasant’s daughter (http://wetellstories.co.uk/stories/week3/) del inglés Kevin Brooks es un cuento de hadas digitalizado en el que el usuario puede interactuar con el mismo introduciendo los nombres de los personajes y muchos otros elementos y caracteres que van apareciendo a lo largo del relato de modo que el resultado es siempre nuevo y personalizado. Es, de hecho, una versión informática de esos cuentos personalizados que también existen en papel.

Cierra Geocities



Hace un tiempo publiqué un post alertando sobre los peligros que se ciernen en un Internet basado en servicios gratuitos (
http://biblumliteraria.blogspot.com/2009/04/peligros-de-la-nube-20.html ). Ahora llega otro motivo de desasosiego. Geocities (www.geocities.com), que una vez fuera el paraíso de los sitios gratuitos, cierra definitivamente. De momento ya no se aceptan más cuentas y Yahoo avisa a los usuarios que vayan buscando alternativas porque en un tiempo aún no determinado el servicio desaparecerá. Propone, eso sí, una solución de pago denominado Yahoo Web Hosting.

En un momento de crisis económica angustiosa cabe reflexionar sobre lo que pasaría con Internet si, de pronto, los grandes espacios gratuitos (desde hospedadores de blogs a redes sociales) dejaran de dar esa prestación sin coste. ¿Cuántos blogs quedarían activos? ¿Cuántas redes sociales se mantendrían? Seguramente, muy pocas.

Las aventuras de Oscar


Las aventuras de Oscar es un blog (http://lasaventurasdeoscar.blogspot.com/) en el que se narra las aventuras y desventuras de un tal Oscar cuyo destino queda determinado por la elección que los lectores pueden hacer tras cada post. Se dan tres opciones (dos determinadas por el autor del blog y otra por los usuarios) y en función de las votaciones, la historia va hacia uno u otro lado. Por así decirlo, se trata de un hipertexto dinámico en el que los lectores determinan los enlaces. Literariamente, se trata de una historia de detectives e intriga y se deja leer, máxime cuando en este caso no hay final predeterminado y cualquier cosa puede suceder.

La última utopía


La última utopía (http://novelagratis.blogspot.com/2008/02/captulo-primero-antes-de-la-revelacin.html) de Pablo Paniagua es una novela en línea. Por tanto, no podemos hablar aquí de literatura digital estrictamente porque realmente es una novela convencional sólo que plasmada en soporte digital. Se trata de una historia en que se recrea el apocalipsis humano y el nacimiento de una nueva humanidad. A veces resulta literariamente interesante y otras- las más- destila demasiada moralina y pseudoreligión.

A million penguins

A million penguins (http://www.amillionpenguins.com/wiki/index.php/Main_Page y http://www.amillionpenguins.com/blog/) es una novela colaborativa que se desarrolló y promocionó por Penguin Books y la Universidad de De Monfort . El sitio fue cerrado en el 2007 tras 11.000 entradas de usuarios, aunque la mayoría de ellas fue realizada por sólo unas pocas personas. Literariamente no tuvo calidad ya que pronto se convirtió en un objetivo fácil de gamberros y bromistas.

24/4/09

Los 7 pecados capitales: la ira



No fue una sorpresa cuando el técnico de personal comunicó a Hugo que, lamentándolo mucho, debían despedirle. La situación económica había reducido las ventas de la compañía a menos de la mitad y los expedientes de regulación de empleo se habían ampliado a varios plantas. A sus cincuenta y dos años, estaba en el punto de mira del departamento de recursos humanos. Le agradecieron los servicios prestados y le hicieron toda clase de elogios pero la decisión era inamovible. Hugo hubiese preferido una regañina manteniendo el empleo a toda aquella parafernalia de piropos vacuos aprendidos a toda prisa en algún manual para despedir personas. Mientras salía por la puerta, asustado por el futuro, vio como el hombre que lo había despedido introducía su expediente en una carpeta siguiendo una rutina exenta de cualquier emoción y tomaba otra más. Cumplía con su papel con el mismo sentimiento que un mal actor secundario en una obra de teatro. Hugo sabía que aquel personaje dormiría bien durante la noche e, incluso, quizá saldría a cenar con su esposa sin acordarse en absoluto de los despedidos de aquella jornada. Cuando salió a la calle, parecía que el cielo se mofaba de él. Le hubiera gustado encontrarse con un cielo plomizo, amenazando lluvia, con el mismo frío helado que él sentía en su cuerpo. Pero era un día azul, brillante, lleno de trinos en los árboles del parque como si a la vida le importara un comino su suerte.

No pudo conciliar el sueño aquella noche ni unas cuantas más en las semanas que siguieron. La situación no era crítica porque el subsidio del paro le duraría unos meses pero debía ponerse a buscar un nuevo empleo lo antes posible. No se hacía ilusiones porque sabía que su edad jugaba en contra. Su mujer le animaba en lo que podía. Le había dicho que, si era necesario, buscaría una ocupación limpiando casas o remendando ropa ya que de joven había sido muy buena modista. Lo dejó cuando dio a luz a Andrés. El chico no era una lumbrera pero, a trancas y barrancas, estaba ya en tercero de carrera y tenía una novieta con la que parecía que iba en serio. Quizá el chico debiera buscar también un trabajo pero los empresarios no contrataban a nadie. Ni jóvenes, ni viejos.

Una semana después tuvo las suficientes fuerzas y motivación como para lanzarse a la caza de un empleo. Se había apuntado a las listas del paro. Le atendió una chica pelirroja que le tuteó sin conocerle, seguramente entendiendo que aquello producía una cierta empatía con el que se sentaba enfrente. No le dio muchas esperanzas. Apuntó su curriculum, sus expectativas y le pidió un número de teléfono. Le resultó irónico que le deseara buena suerte cuando salió. Aquella joven debía saber que la suerte no existe y que su futuro dependía de que ella le encontrara un trabajo.

Los domingos compraba todos los periódicos que podía y escudriñaba con atención en las hojas que mostraban los puestos de trabajo. Cada semana eran menos páginas y los anuncios parecían hechos a propósito para descalificarle. Que si debía saberse francés, que si menor de treinta y cinco años, o con amplia experiencia internacional, que si era preciso poseer el carnet de conducir camiones, que había que haber pasado tres años en Polonia…. por una cuestión o por otra, nunca aparecía un trabajo a su medida. Aún así no se desmoralizó. Mandaba una decena de cartas cada semana y esperaba con ilusión que alguien le llamara, al menos para entrevistarle. En dos meses, sólo recibió una contestación. Unos de esos formularios estándar impresos por ordenador en donde, de manera automática, el procesador de textos iba incluyendo el nombre del interesado en el lugar preciso. “Siga intentándolo porque hemos quedado impresionados con su valía” acababa la misiva. Arrugó la hoja con rabia y la lanzó a la papelera. Acertó. Al menos, seguía siendo tan bueno jugando al basket como cuando estudió en la universidad.

Cada mes se pasaba por la oficina de desempleo. Buenas palabras, ánimos, sonrisas pero ni una opción. El mercado, la economía, una crisis generalizada, tenga paciencia, aún tiene unos meses por delante cobrando el subsidio, el gobierno hace lo que puede…. Tres meses después empezó a interesarse por el auto empleo. Un amigo le había dicho que era la única opción. Montar su propia empresa e intentarlo. Pero no tenía muchas ideas. Capital para iniciar el negocio, aún menos. Impensable, en su situación financiera, comprar un local y abrir una tienda. No sólo no tenía dinero para alquilar nada. Tampoco para comprar género. Preguntó en el Banco, pero el individuo – muchas veces se le aparecía el rostro de aquel tipo en sus pesadillas- le dedicó apenas unos minutos y, con buenas palabras, le dijo que cómo era tan ingenuo de solicitar un crédito estando parado. Ni las personas con salarios asegurados podían en aquellos días acceder a la financiación. Hugo se preguntó para qué servían los Bancos y, por muchas vueltas que le dio, no pudo encontrar razón alguna.

Ocho meses después comenzó a angustiarse de veras. Su mujer empezaba a dar muestras de cansancio. Había conseguido unas pocas horas por semana limpiado el piso de una pareja joven, en el otro extremo de la ciudad. Doscientos euros al mes. No era mucho pero ayudaba. Una noche – estaba cansada y enfadada con el mundo- le espetó a Hugo que si ella había podido conseguir aquel pequeño empleo, él debería ser capaz de lograr algo. Hugo no dijo nada pero sintió como si los infiernos se abrieran bajo sus pies. Una semana después, no dejó que Andrés fuera a una fiesta. Simplemente, no podía darle dinero suficiente para que lo pasara bien. El chico se enfadó y le dijo que otros padres ya se habían recolocado. Hugo sintió que el mundo se desmoronaba.

Faltaba un mes para que se le terminara el subsidio. Este sí era un día de lluvia. Desapacible, con viento racheado y papeles rodando por las calles como en esos pueblos desahuciados de las películas del oeste. La fila de desempleados era larga. Debería estar allá un par de horas cuando menos. No hablaban. ¿Para qué? Todos sabían lo que los otros sentían y por lo que los otros estaban pasando. Se fijó en los zapatos. Muchos estaban rotos. Quizá la ruina de una vida empezaba por los zapatos. Abría y cerraba el paraguas según las nubes se condensaban o se alejaban. Lo que más le asustaba es que, antes de entrar, sabía cuál iba a ser la respuesta del funcionario de turno.

Dos hombres que pasaban por la calle se detuvieron cerca de él. Debían conocerse y, por lo que parecía, no se habían visto desde hacía mucho. Se saludaron con efusión. Hugo podía oír lo que hablaban. Aparentemente, les iba bien en la vida. Uno charlaba sobre negocios de aparatos electrónicos. Otro parecía trabajar en un banco. Reían ajenos a todas las personas que esperaban a su espalda.

- Me alegro mucho de que te vaya tan bien. Seguro que podrás pronto comprarte esa casa en la costa. Ahora hay muy buenas oportunidades- dijo uno.
- Estoy en ello- contestó el otro y bajó la voz- tengo casi cerrada la compra de una villa en Alicante. Ya sabes, uno de esos que se metió en gastos y que no ha podido pagar al banco. Ahora, me lo venden por cuatro perras.
- Aprovecha, chico, que luego esto remonta y se acaban los chollos – afirmó el primer hombre- Algún día todos esos millones de gandules que no quieren trabajar volverán al curro y entonces se acabaron las buenas ofertas.
- Y que lo digas. Mucho paro, mucho paro. Si quieres trabajar, lo consigues. Lo que pasa es que hay mucho señoritingo que no quiere limpiar retretes. Y, lo que yo siempre digo, si uno tiene que limpiarlos, lo hace y punto.


Hugo sintió que se le nublaba la razón. En un segundo pasaron por su mente los meses de desempleo, las pocas entrevistas con directores de personal apáticos, los cientos de cartas enviadas, las largas horas en aquella fila. Una especie de vómito le llegó a la garganta y a sus ojos afloraron lágrimas que no sabía de dónde procedían. No era sólo un estado de ánimo. Era un dolor físico. El pecho le dolía, como si no pudiese inhalar aire suficiente. Notaba las palpitaciones de su corazón desbocado y notó que sus piernas temblaban sin que él pudiera evitarlo. Instintivamente- luego, en el juicio, lo denominaron enajenación mental transitoria- levantó el paraguas con sus dos manos y golpeó con toda la fuerza de su ser a aquellos dos individuos que, sorprendidos, empezaron a gritar como locos. Uno echó a correr pero el otro, lastimado por el primer golpe, cayó al suelo. Hugo no sintió piedad ni compasión. Continuó golpeándole con el paraguas lo más rápido que pudo. Vio cómo brotaba sangre de la cara de aquella persona y le oyó pedir auxilio. Le gustó que lo hiciera. Le encantó verlo allá humillado y abatido sobre el pavés, como una alimaña.




23/4/09

San Jordi


¿Qué hago con esta rosa que es tuya, cariño?
Quisiera dártela como todos los años.
¿Qué hago con este dolor que me ahoga?
¿Qué hago con estos recuerdos que se agolpan
y empujan lágrimas a mis ojos?
Echo de menos tu libro hoy. ¿Cuál hubieses elegido?
Echo de menos comer contigo hoy, colocar la rosa en agua, mirarnos, agarrarte la mano y sentir tu tacto.
¿Qué hago con la angustia de no verte cada amanecer, abrazada a mí,
entrelazados entre sábanas con olor a besos?
¿Qué hago con esta rabia contra el cielo?
¿Qué hago con esta piel mía que anhela tu contacto?
¿Qué hago con esta rosa que ya no puedo darte, mi tierna amada?


22/4/09

Ataque



Sus instrucciones eran acercarse sigilosamente. Si el enemigo descubría sus movimientos, todo estaría perdido. Además, no le quedaba mucho tiempo y el golpe de mano debía ser astuto y certero. El flanco derecho parecía aguantar bien pero el izquierdo estaba en claro peligro. El general del ejército contrario había trasladado a aquel sector gran parte de sus fuerzas y, poco a poco, iba ganando terreno. Aún así, confiaba en que su estratagema funcionara. Se la jugaba a una carta. O una gran victoria o una derrota total. Dejó que su ala izquierda cediera aún más y, tal como esperaba, sus contrarios lanzaron a gran parte de sus efectivos sobre un punto tan débil. Era el momento. O lo lograban ahora o todo estaría perdido. Su mejor unidad, que hasta entonces simulaba estar a la defensiva protegiendo el poderoso ataque sobre la izquierda, marchó a la carrera hacia adelante. Su oponente vio el primer movimiento con desconcierto, el segundo asalto con estupor y no pudo ya reaccionar. La dama se había situado en la diagonal y el destino estaba echado. Torre a siete alfil y Jaque Mate. Se estrecharon las manos.

Screen

Screen - es un fichero de vídeo de 130 megas. Se necesita bastante tiempo para descargarlo) de Noah Wardrip-Fruin, Andrew McClain, Shawn Greenlee, Robert Coover, y Josh Carroll, es una aplicación interactiva que se desarrolla en The Cave (la cueva), una instalación electrónica de la Brown University (http://www.cascv.brown.edu/ ). Se trata de un cuarto cerrado en donde se proyectan imágenes de textos en movimiento. Puede decirse que es una especie de holosala simplificada ( pueden leerse aspectos técnicos del concepto de holosala aquí y aquí) en la que en vez de recrearse un paisaje real, se proyectan únicamente textos. Si el usuario que se introduce en ella lleva puestas unas gafas de visión 3D puede ver los textos viajando a su alrededor, interaccionar con ellos, a la vez que escucha ciertas frases, convirtiendo la acción en una experiencia sensorial única.

Sin duda, una vivencia artística que se recuerda para siempre. Ahora bien, ¿se recuerda como literatura? Esto ya es más discutible porque, ante todo, es una sensación visual, circense (sin sentido peyorativo alguno). La tecnología puesta en juego es notable y admirable pero, tratándose de una experiencia que pretende ser eminentemente literaria, habría sido necesario buscar más la calidad, valga la redundancia, literaria. Es decir, que no fuese casi igual que volaran en torno a nosotros palabras o gráficos. Que no diera igual el qué se dice o el qué se lee.

La biblioteca digital mundial

La biblioteca digital mundial (http://www.wdl.org/es/ ) está dando sus primeros pasos, aún de manera un tanto incipiente. La idea inicial de este proyecto surgió dentro del seno de la UNESCO cuando, en el año 2005, James H. Billington de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos propuso la creación de un banco de datos mundial que albergara la literatura, manuscritos, hemerotecas, mapas, películas, grabaciones sonoras, fotografía, grabados y, en general, cualquier elemento artístico que la humanidad haya creado, todo ello digitalizado convenientemente. Este gigantesco objetivo es, sin dudarlo, muy interesante. Ha sido apoyado por muchos organismos internacionales y grandes empresas privadas que han donado fondos. Hoy por hoy, la biblioteca aún tiene pocos fondos aunque precisamente digitalizados y de renombrada importancia. El sitio permite búsquedas por tema, por periodo histórico, por lugar, por institución, etc y opera en siete idiomas.

19/4/09

Los 7 pecados capitales: la envidia




Cuando los primeros resultados de su plan comenzaron a aparecer, no se sorprendió. Sabía que contaba con una buena estrategia que había sido calculada con precisión. Incluso, en lo que respectaba al tiempo, se sorprendió de que su victoria llegara tan pronto. Apenas un año cuando él había contado con tres o cuatro. Su mente retrocedió sin quererlo a aquel trece de mayo. Había decidido aquel día acabar con el indeseable aunque todo había comenzado aún un año antes.

Christian tenía entonces sólo veinticinco años y era una entusiasta de Internet. Dedicaba una notable proporción de su tiempo libre a actualizar su blog. Su diario de cuitas, de ideas y –al menos así lo pensaba él mismo- el embrión de lo que llegaría a ser un volumen de relatos. Tenía lectores y eso le congratulaba. Agradecía las lecturas y las opiniones de sus visitantes. Al menos, escribía un relato largo cada semana, algunos de los cuales habían recibido meritorias críticas en varios diarios. Christian se sentía satisfecho. Hasta que aquel desgraciado de Cintra (ese era el alias con el que firmaba) comenzó a ser popular. Nunca entendió el porqué. Sus posts eran poco imaginativos, repetitivos e, incluso en varias ocasiones, claramente inspirados en historias de otros escritores de la red. Mas lo cierto es que sus carreras resultaron paralelas e inversas. A medida que Cintra ganaba popularidad, Christian la perdía hasta el punto de que unos pocos meses después sus entradas en el blog no tenían comentario alguno, señal de que ya nadie le leía. Por el contrario, el otro individuo había sido entrevistado en la radio local y sus mensajes, por palurdos que fueran, eran comentado con entusiasmo por muchos ineptos como él.

Al principio, sintió preocupación. Luego, estupor. Más tarde, irritación y finalmente ira. Y, tejiendo todos esos sentimientos en una única voluntad de destrucción que no parecía suya, la envidia por el éxito de Cintra. Dejó que creciera en sus entrañas. ¿Por qué aquel recién llegado conseguía un éxito que a él se le negaba? Era realmente injusto. Algo tenía que hacer. Le habían enseñado de chico que la envidia no era un buen sentimiento. Pero esto era más bien necesidad de justicia.

El trece de mayo – nunca le se olvidaría la fecha- se despertó sudando y alterado. Su cerebro parecía haber maquinado sin que él fuera consciente de ello. Ahora, estaba todo en su imaginación. Un plan que se le antojaba perfecto. Sería fácil. Siempre le había gustado la ópera y pensó que todo habría surgido de cuando, aquella tarde, estuvo escuhando Il Barbiere de Rossini. El barítono cantaba La calunnia è un venticello, un'auretta assai gentile, che insensibile, sottile, leggermente, dolcemente, incomincia, incomincia a sussurrar … Su vientecillo comenzaba a soplar. Era lícito limpiar la Red de mentecatos.

Lo primero fue abrir una veintena de cuentas de correo con las que creo veinte blogs distintos con nombres de bloggers inventados. Utilizó diversos cibercafés en un perímetro de cien kilómetros a la redonda. Todo debía parecer muy real y no era cosa de que algún experto descubriera que todos los blogs procedían de una misma IP. Destinó la mitad de las bitácoras a ser fans entusiastas de su propio blog. Las otras diez se dedicarían a vilipendiar a Cintra. Eran críticas poco agresivas, pero inteligentes. Como el vientecillo sutil, ligero, del aria. No daban la impresión de atacar directamente al otro blogger sino de ser un comentario certero y neutral. Cada día, marchaba a uno de los cibercafés elegidos y, siempre en rotación aleatoria para que nadie pudiera detectar rutina alguna, posteaba una crítica buena hacia sí mismo o mala hacia el otro, según tocara. De vez en cuando, los diversos escritores en los que se había transformado se apoyaban entre sí, reforzando las opiniones siempre contrarios a Cintra, siempre favorables a él mismo. Cualquiera que llegara a los blogs y leyera todo aquello sin estar en el secreto, vería una legítima y espontánea corriente de opinión a la que era fácil sumarse. Conocía bien el funcionamiento de los catalogadores de la Red. Creando llamadas cruzadas entre aquellos veinte blogs, pronto sus informaciones alcanzaron notoriedad en Google y en otros buscadores. En el fondo, la infinidad de llamadas y enlaces eran un círculo sin fín pero nadie parecía darse cuenta de ello.

Unos ocho meses después, vio los primeros signos de que su estratagema funcionaba - Piano piano, terra terra, sottovoce, sibilando, va scorrendo, va scorrendo, va ronzando, va ronzando - Algunos lectores comenzaron a apoyarle en sus escritos. Que si Cintra había copiado esto o aquello; que si ciertamente no era original; que por qué no daba su nombre real, que quizá tuviese algo que ocultar. Muy de tanto en cuanto, para que no se detectara relación ninguna, esos críticos simulados mentaban su propio blog y señalaban cuán bueno era en comparación con el de Cintra. Simultáneamente, recuperó algunos lectores y comenzó a sentirse a gusto consigo mismo. Dalla bocca fuori uscendo, lo schiamazzo va crescendo, prende forza a poco a poco

Poco más de un año había pasado cuando todo se desbordó de pronto, como en el aria del barítono- Alla fin trabocca e scoppia, si propaga, si raddoppia, e produce un'esplosione, come un colpo di cannone-. Como si se hubiera necesitado una masa crítica y esta se hubiese alcanzado en un segundo, cientos de agrios mensajes aparecieron en contra de Cintra. Sus defensores, quizá asustados de quedarse en el lado perdedor, le abandonaron o se pasaron al lado contrario sin ningún pudor. Aquel mensaje, por ejemplo, de un tal Kilimanjaro, mostrando su arrepentimiento por haber creído en aquel blogger que copiaba, fue decisivo. Christian nunca había sabido quién era el tal Kilimanjaro pero se reía cada vez que pensaba en cómo le había atraído a su bando.

Cintra había desaparecido de la red unos meses después, reventado y vilipendiado su blog- E il meschino calunniato, avvilito, calpestato, sotto il pubblico flagello per gran sorte ha crepar -. Nunca se supo quién era el tipo pero cuando los diarios dieron la noticia de que un tal A.G.P., de treinta años, se había suicidado en una casa donde guardaba seis ordenadores, Christian disfrutó más de su triunfo.

Nuevamente, veía la vida con optimismo. Era, otra vez, el rey de los internautas. Todos le envidiaban. Se sentía bien, sin remordimientos. Nunca fue envidia, tan sólo justicia.

El día de Navidad se conectó a Technorati para ver su posición en el ranking. Se sobresaltó al oír hablar por primera vez de un blog- “Caramelos literarios de Arizona”, se titulaba- con un extraordinario éxito en el último mes. Nombre hortera donde lo hubiera. Pero tenía una muy buena posición en el ranking, casi tan alta como la suya. Aquella noche no durmió bien y, al levantarse, lo primero que hizo fue poner en su estéreo El barbero de Sevilla.

Strange Hollows: 15 uses for Micro Black Holes

Strange Hollows: 15 uses for Micro Black Holes de Jason Nelson y Davin Heckman (http://www.secrettechnology.com/blackholes/collider.html ) es una especie de broma científica que no pasa de eso aunque aparezca en algunos catálogos de literatura digital. Muestra quince chistes sobre el uso gracioso que podría hacerse de un agujero negro. Interfaz sencillo que sólo permite saltar de un caso a otro con un breve texto jocoso y una foto.

Language in the (New) Media Technologies and Ideologies


El seminario Language in the (New) Media Technologies and Ideologies se celebrará el próximo mes de septiembre en Seattle, USA, desde el día 3 al día 6. En este evento se analizarán la representación, construcción y producción del lenguaje con las nuevas tecnologías digitales, particularmente en el marco de los blogs, las redes sociales, e-mail, relatos hipertextuales, podcasts, mundos virtuales, etc. Es el tercer año en que se desarrolla este seminario bianual (los anteriores tuvieron lugar en Leeds, UK). Para más información puede accederse a este lugar.

The Thesaurus Linguae Graecae

La Universidad de Irvine, en California ha completado una nueva fase del ambicioso proyecto denominado The Thesaurus Linguae Graecae (TLG®) que está digitalizando la mayoría de las obras escritas en griego desde la antigüedad hasta la actualidad. El proyecto se inició en 1972 y a lo largo de estas décadas se han catalogado y digitalizado más de 100 millones de palabras de casi 10,000 obras. Ahora, el sitio ha sido modernizado. La parte principal del Corpus requiere subscripción pero existe un corpus reducido de acceso libre (http://www.tlg.uci.edu/demoinfo/demo.php )

18/4/09

Cómplices

Cenar contigo es siempre una experiencia cautivadora pero, en ocasiones, lo inerte se hace cómplice para convertir la velada en mágica. Sólo así puede explicarse por qué, ayer, la casona medieval se engalanó de hechizos para recibirte como a una de aquellas damas de irresistible magnetismo por uno de cuyos pañuelos de seda los caballeros de jineta y adarga, de espada ágil y lealtad probada, se batían en los torneos y peleaban con dragones. Sus paredes recobraron espontáneamente el brillo del esplendor pasado e hicieron eco a los murmullos que celebraban tu presencia. Por eso debió ser que la tarde plomiza que auguraba un aguacero se abrió en un atardecer pincelado de jirones rojizos. Y por ello, el panaché de verduritas asadas decidió resultar especialmente exquisito para que la noche fuese perfecta. El mundo, cómplice, hizo que el pañuelo que tanto me gusta brillara más que nunca; que el vino se hiciera más dulce; que los árboles de las plazas hubieran florecido y estuviesen pintados de flores rosas y blancas; que el andante cantábile sonará tan sentimental y que los aromas de la ciudad se combinaran bajo la sabiduría de un invisible maestro perfumista. Fue así que, confabulando las callejas, las unas con las otras, decidieron estar limpias, alegres, acogedoras para nosotros.

Sólo los relojes no se avinieron al acuerdo y, traidores a la complicidad del resto, no detuvieron sus agujas para alargar la noche y el regreso. O quizá sí la alargaron pero, aún así, a mí se me hizo demasiado corta.

Me sorprende cómo consigues que te cuente de mí, de cosas que no diría a nadie, de pensamientos que ni siquiera sabía que tenía. De mis cuitas y de mis dudas, de mis miedos y de mis anhelos. Y cómo, tras hacerlo, me quedo tranquilo y confiado. Me encanta cuando me explicas tu visión del mundo y de la vida. Cuando- aunque tú no quieras admitirlo- hablas en poesía. Me seduce el descubrir – otro hechizo, sin duda- que compartimos tantas quimeras, tantos libros, tantas pérdidas, tantos gustos, tantas ideas fugaces, sin que jamás antes lo hubiéramos sospechado. Me sonroja cuando dices cosas agradables sobre mí que, aunque se me hacen inverosímiles, alimentan mi ego por un ratito.

A veces, el cosmos se hace cómplice para que las noches sean mágicas. Por eso, ayer, Casiopea se dejó ver tras tenues hilos de nubes y la Osa nos enseñó el norte. ¿Te diste cuenta que la estrella polar brillaba más cuando tú la mirabas y que todo el universo giraba justo sobre ti en ese instante?

16/4/09

Al sur de la frontera, al oeste del sol

Al sur de la frontera, al oeste del sol ( Maxi Tusquest, última edición 2009) de Haruki Murakami es una novela intimista, de sentimientos, de búsqueda de amores ideales ; de la lucha interna entre la realidad tibia y ordenada y la pasión desenfrenada que todos necesitamos. Muy en la línea de otras novelas del japonés.

He leído críticas mordaces sobre esta obra, negándole cualquier valor y cualquier singularidad. No es mi opinión. La narración tiene pasajes muy bellos, líricos, y hay páginas plenas de pensamientos profundos y cercanos a cualquier lector. No es preciso contar historias extrañas ni oníricas para ser original. También hay singularidad en la cotidianeidad de la insatisfacción en la vida, en la añoranza del amor que pudo ser y no fue, en la melancolía y la nostalgia del pasado y de un futuro deseado. El estilo es limpio, poético sin estridencias, crudo a veces y exquisito en otras, lleno de guiños al lector. Murakami describe muy acertadamente la situación de duda, de inestabilidad por la que todos pasamos en un momento u otro de la vida. Esa sensación de estar perdiendo nuestro tiempo, la necesidad de una catarsis que nos transfigure en otro ser, en otro estilo de vida, en otra forma de amar.

En este historia, el inicio es mucho mejor que el final. Da la impresión que Murakami no sabe cómo terminar. La aparición de Izumi al final es forzada, la escena de sexo aburre de lo larga que es, la catalepsia de la protagonista parece sobrar y la desaparición de Shimamoto sólo sirve para devolver a Hajime a la realidad y acabar la novela, pero podía haberse sacado mucho más jugo de la trama y el climax al que había logrado llegar en las páginas anteriores.

Es cierto, también, que Murakami se repite en la caracterización de personajes y en las tramas respecto a otras novelas suyas, y es legítimo criticarlo cuando se habla del conjunto de su obra. Pero analizando esta única novela – pongamos, por ejemplo, la primera que un lector lee de este escritor- hay muchos elementos de gran valía.

14/4/09

ICIDS 2009


La conferencia ICIDS2009 (http://www.icids2009.ccg.pt/ ) sobre historias digitales interactivas tendrá lugar del 9 al 11 de Diciembre de este año en Guimaraes, Portugal. Los ponentes analizarán el impacto de las posibilidades interactivas de los ordenadores en la literatura, juegos, entrenamiento y educación. Versará sobre la potencial aplicación de la inteligencia artificial, el diálogo automático, gráficos inteligentes,etc. La complejidad de programación y creación obligarán a desarrollar nuevas herramientas informáticas que permitan explorar todas las capacidades de los ordenadores.


13/4/09

La contraofensiva



La historia de los pueblos está llena de desquites tardíos. No en vano se afirma que la venganza es un plato que debe servirse frío. Hace casi doscientos años, un corso más bien bajito, aficionado a esconder su mano en la pechera, bien parecido en pose imperial, hábil en la estrategia y férreo en la batalla envió a sus ejércitos a la península. Napoleón, el tipo en cuestión, albergaba la idea de invadir España y quedarse en ella por centurias. Cien mil soldados. Lo que ocurrió después es bien sabido. Una guerra de seis años y la expulsión de las tropas republicanas a sus bases francesas. Sin embargo, aún siendo una victoria en toda regla, aquella guerra no supuso el resarcimiento histórico que el país necesitaba. Es ahora, dos siglos más tarde, cuando realmente llevamos a término la venganza. Donde las dan, las toman. Ahora os las vais a comer todas juntas. Sembrasteis vientos y ahora recibiréis tempestades. Vosotros empezasteis.

Este largo fin de semana se ha celebrado el mercadillo de ropa deportiva de Hossegor, en Francia. Un oulet o, para entendernos, un mercadillo donde las marcas de ropa surfera, la que mola, la modelna, ponen a la venta los restos de la temporada a precios supuestamente atractivos. Esta es la nuestra, pensamos los peninsulares. Ahora os vais a enterar. La contraofensiva definitiva. Una Gran Armée de 250.000 almas españolas hemos invadido Las Landas galas por tres días. Si Bonaparte nos mandó 100.000, nosotros mandamos 250.000. Perfectamente equipados con chubasqueros, botas de montaña y gorros de lluvia. Ya se sabe que, en abril, los cielos no son condescendientes. Diluviaba. No importa. Las tropas invasoras, las nuestras, avanzaban impertérritas en filas de coches moviéndose a unos veinte kilómetros por hora – más de cinco veces la media que conseguían los mariscales Soul y Ney en su tiempo. Y es que la infantería gala no nos va a ganar en velocidad- .

Los gabachos se defendían situando los aparcamientos en unos campos patateros cubiertos de un metro de barro, a unos tres kilómetros del mercadillo. Nada. Una menudencia. La infantería dejaba los vehículos y se lanzaba en masa hacia las carpas de las rebajas con decisión. Hundiéndose en el barrizal pero sin ceder un metro de terreno. Una riada de soldados alegres y victoriosos nos desperdigamos por la ciudad buscando las tiendas de campaña, como de circo de leones, que las diversas marcas habían montado en los descampados. Todos felices. En cada carpa- por aquello de la seguridad, no sea que fuese a haber una avalancha- permitían el paso de veinte en veinte. Así, las colas en cada una de ellas eran kilométricas. La mayoría se situaba al final de la fila - ¿quién es la última? - sin saber bien a qué empresa pertenecía ya que no se divisaba dónde estaba el inicio ni a qué firma correspondía. ¿Será esta la fila de los jeans verdes de moda? ¿o la de los gorros rojo chillón que se llevan en París? ¿Compraré aquí una sudadera de esta casa? ¿ o unas bermudas de la otra? ¿Acaso una camiseta hecha en China? Una muchacha, ojos azules, unos dieciocho, pantalones caídos hasta la mitad del pompis le decía tierna a su novio: “Tranquilo, me han dicho que para las cinco entramos”. Eran las once la mañana.

Como en todo ejército, siempre hay traidores. Unos chavales, ufanos de haber llegado con las vanguardias a las seis de la mañana y que ya habían visitado una de las tiendas, comentaban: “no esperéis. Ya sólo quedan tallas XXL y sólo lo más feo”. Dos chicas que estaban delante de mí contestaron con orgullo: “pero eso es sólo para los tíos. Para las tías hay aún de todo”.

Llovía. Miento. Diluviaba. Los infantes apenas portábamos paraguas pero soportábamos con ánimo las inclemencias meteorológicos. Una familia – padre con cara de pocos amigos, madre agobiada y cuatro adolescentes- regresaba con unas enormes bolsas completamente empapadas. Comentaban que, con todo, el negocio había sido redondo. Merecía la pena el esfuerzo. Unos quinientos euros de gasto cuando en España deberían haber abonado quinientos cincuenta. Un renegado – siempre, la quinta columna- comentaba que la gasolina y los peajes para llegar hasta allá suponían más de cien euros. Afortunadamente, el resto de la fila acalló aquellas noticias que sólo buscaban desmoralizar.

Al mediodía, las tropas se repartieron por grupos. Algunos continuaban en la formación, montando guardia. Otros, mientras, compraban una paella (verde, por cierto) o una togtilla española (que, claro, era igualita a la francesa) en los chiringuitos con que los paisanos de la zona, agradecidos de la liberación, alimentaban a nuestros soldados. A unos diez euros por ración. Los fusileros engullían el rancho, firmes en la formación, bajo las nubes plomizas, sin desánimo. Llovía. Miento. Diluviaba. Aunque a esta hora ya daba igual porque una vez que el uniforme se empapa, ya no se siente más el agua.

Escaramuzas, pequeñas batallas, todas victoriosas. Que si unas gafas compradas a cincuenta euros en vez de los cincuenta y seis que piden en Madrid. Unas bambas a diez cuando en San Sebastián las venden a doce. Una camisa con todos los colores del arco iris a veintitrés cuando en Barcelona no se encuentra por menos de veinticinco. Cierto que hubo algunos indeseados incidentes entre nuestros propios soldados. Cuando, en ocasiones, un batallón lograba entrar en una de las carpas, sus integrantes se lanzaban sobre las cajas de cartón en el suelo que contenían las prendas – tiradas en un bulto informe - originándose peleíllas por conseguir el único chaleco reversible con la foto de Terminator o la dernière falda color verde limonero chillón. Menudencias que la historia olvidará.

No hacía falta mantenerse en el terreno. La venganza estaba consumada. La contraofensiva había triunfado. La Gran Armée, los doscientos cincuenta mil (bueno, casi, porque algunos decidieron seguir la juerga marchando a Burdeos) regresaban felices. Costaría unas tres horas recorrer los escasos 55 kilómetros hasta la frontera, dado el embotellamiento de nuestros medios mecanizados.

Los galos derrotados. Invadidos por tres días. No sé por qué se reían cuando nos íbamos. Alguno estaba contando billetes españoles. Unos diecisiete millones de euros.

Souvenirs du Monde des montagnes


Souvenirs du Monde des montagnes de Camille Scherrer (
http://chipchip.ch/1_frameset.html ) es una atractiva novedad que combina un libro clásico con un sistema computerizado que mezcla las páginas del libro con rutinas programadas para mostrar en la pantalla ese mismo libro pero animado.

Se coloca el libro bajo una cámara (en forma de foco de luz convencional para dar sensación de tradición) y el ordenador lee la pantalla. Reconoce las fotografías y caracteres y, en función de ellos, añade las animaciones deseadas. En la pantalla del ordenador aparece, entonces, un « libro animado » y diferente al original de papel. Este libro digital dispone de contenido multimedia, permite hacer zooms sobre partes de la obra, etc. Una presentación muy bella y clarificadora puede verse en http://www.youtube.com/watch?v=Onr8d4Wfo6I

Thirteen Ways of Looking at a Blackbird


Thirteen Ways of Looking at a Blackbird (http://edwardpicot.com/thirteenways/blackbirdsinterface.html ) de Edward Picot es una pequeña obra digital en la que un poema de Wallace Stevens es fragmentado, y descubierto por el lector, a través de enlaces que parten de las ramas de un árbol en donde puede posarse el pájaro. Cada sección se acompaña por cliparts, fotografías (algunas espectaculares) y sonidos. También hay texto en movimiento como en la sección del río, una de las más acertadas. Usa control de tiempo de modo que, a veces, las cosas suceden no cuando lo desea el lector sino cuando lo decide el programa.


El poema original puede leerse aquí.

Blogs culturales

LabforCulture (http://www.labforculture.org/en/Resources-for-Research/Contents/Research-in-focus/Cultural-blogging-in-Europe ) está haciendo un estudio sobre los blogs y los motivos que hacen que las personas los creen, los mantengan y los lean. Especialmente, en lo referente a blogs culturales. Para profundizar en esta materia, se irán publicando entrevistas semanales con personalidades del mundo de la edición, la cultura e Internet. Las entrevistas serán lideradas por la holandesa Annette Wolfsberger. Las dos primeras entregas muestras las opiniones de Claire Welsby and Michelle Kasprzak.

Bluebook


Bluebook es un proyecto que pretende ser el eslabón perdido entre el libro tradicional y el libro electrónico. O, mejor dicho, un nuevo concepto que permitiría aunar lo mejor de ambos mundos. La humanidad, el tacto, el olor, la portabilidad del libro de papel y la reprogramabilidad , interactividad y gran capacidad de almacenamiento del libro electrónico. El proyecto, liderado desde hace un par de años por Manolis Kelaidis (http://conferences.oreillynet.com/cs/toc/view/e_spkr/3509 ) integraría sensores y circuitos electrónicos en un libro de papel plagado de circuitería embebida que rescribiría el texto en el propio papel. Se trataría de la integración entre lo digital y lo analógico (que ya se da en bastantes campos técnicos) empezando a entender lo digital como algo que no tiene por qué tener pantalla y teclado, del mismo modo que la señal digital se ha integrado en el televisor convencional de modo transparente al usuario. Más información en http://booktwo.org/notebook/the-bluebook/ .

La literatura como inspiración de las artes.

La “digitalidad” está influyendo continuamente en la literatura. Pero también a la inversa, la literatura es fuente de inspiración para otras artes, incluyendo las que orbitan en torno a los medios digitales. Tan sólo visitar una gran librería sirve para que se disparen en nuestro cerebro multitud de ideas aplicables a cualquier disciplina. En “Design by de Book”, http://www.artbabble.org/video/design-book-episode-2 , mediante una serie de videos de divulgación, se muestran algunos de los trabajos y formas de trabajar para encontrar inspiración basándose en paseos y visitas a bibliotecas. Estos vídeos han sido coproducidos por la New York Public Library y Design Sponge . Basta abrir un libro cualquiera y la inspiración nos visitará para utilizarla en cualquier otra arte.

DAC 09

Digital Arts and Culture, DAC (http://dac09.uci.edu/ ) convoca una conferencia sobre literatura y arte digital que tendrá lugar en Irvine el próximo mes de Diciembre del 2009, concretamente entre los días 12 y 15. El tema principal de la conferencia será “After Media, embodiment and context”. En este momento DAC está solicitando propuestas de ponencias (de no más de 7 minutos) para su evaluación.

9/4/09

El día en que todo ocurrió




Muchos años después, la criada Sofía de los Ángeles aún se recriminaba a sí misma por no haber sido más cuidadosa aquella tarde de primavera. Debió haberlo intuido pero no lo hizo. Quizá fuera por la seductora brisa con aroma de romero y eucalipto que todo lo impregnaba, o quizá por los inquietos brillos que el sol dibujaba entre las hojas de las majaguas, pero el hecho es que se despistó el tiempo suficiente, quizá dos o tres segundos, para no haber discernido con inteligencia la calaña del forastero. El caso es que, fuese por lo que fuese, se culpaba de ser la causante de toda aquella desgracia.

Jimena tenía dieciocho años. Hija del hacendado Don Servando, un hombre avaricioso pero afable, era feliz en el mundo. Fortuna no faltaba a la familia y habiendo muerto la madre durante el parto de Jimena, su padre consentía con todo aquello que la muchacha deseaba. Aún así, era hombre de religión e ideas conservadoras de modo que decidió disponer de una criada que cuidara de la chica y que vigilara su temperamento y sus amistades. No eran tiempos como para que una señorita de directa descendencia de marqueses en España, tuviese contratiempos con indianos y gentes que sólo buscarían su dinero. Sofía de los Ángeles, viuda, descarada en ocasiones, pero con un gran corazón, fue la seleccionada entre más de diez candidatas que Don Servando entrevistó una a una.

- Cuídela como si fuera su propia hija- le había dicho- No quiero que la vida la envenene antes de tiempo.

Durante cuatro años nada de importancia ocurrió. La vida en Santa María del Martirio discurría plácida. De tanto en cuanto llegaban noticias lejanas de la revolución que, según decían, se extendía por los Andes, en las sierras nevadas, mucho más allá del río Sécure. Alguna vez, portugueses que llegaban del este contaban historias de minas de oro que se descubrían en las riberas rápidas del Paraguá y de miles de desarrapados que, con sólo una pala y un cedazo, soñaban cada noche con ser ricos al día siguiente. Un otoño especialmente lluvioso, una caravana de frailes cruzó la pequeña ciudad de camino hacia el Brasil. Marchaban con la esperanza de servir al Señor salvando almas, aunque los pobres infelices que no entendían por qué habrían de salvarse se opusieran en su infinita ceguera. Con todo, Santa María era, si así puede decirse, aburrida. Los inviernos eran fríos aunque sólo una vez había nevado. Jimena apenas lo recordaba pero creía entrever, entre las memorias veladas de su niñez, a su padre haciendo bolas blancas que luego ella lanzaba contra los criados. Los veranos eran bochornosos y húmedos. La vida se paralizaba porque el caminar, el ir a la escuela o el trabajar suponían demasiado esfuerzo. La primavera era la estación que más gustaba a la niña y a todos los habitantes de la pequeña ciudad. Sobre todo, a finales de mayo, cuando se celebraban las fiestas patronales y se engalanaban las calles con banderitas y faroles de papel de seda. Entonces, salían los mozos de ronda con las bandurrias y los bandoneones y los convites se extendían entre unos y otros. Cada día veinticinco, justo a las ocho de la tarde, se celebraba el baile anual donde las jóvenes anhelaban que justamente aquel muchacho que las encandilaba se atreviera a pedirles baile. Jimena, demasiado niña a ojos de todos, jugaba a esconder los farolillos encendidos, bebía limonada de menta y, cuando la noche caía, se tumbaba en el porche de la casa y contaba todas aquellas estrellas que le hacían guiños desde lo alto. Y, sobre todo, soñaba con viajar a la Europa que se describía en los libros del colegio. Visitar Madrid. Conocer las avenidas anchas con altos tilos, pasear por los jardines de Sabatini y ver el palacio que su padre tantas veces le había descrito desde aquella vez que fue llamado a palacio. Quería saber qué era la ópera porque, hasta entonces, sólo la había oído en el renqueante gramófono de la casa. Deseaba ver con sus propios ojos el mar porque no llegaba a creer lo que su maestra les había explicado. Que la costa de enfrente no podía verse en el horizonte y que se necesitaban semanas para cruzar aquella inmensidad de agua. Convertir sus lecturas en realidades. Porque Jimena era una lectora pertinaz que había ya leído la mayor parte de la amplia biblioteca de la familia, incluso aquellos libros que estaban en la estantería prohibida.

El día de primavera que todo comenzó, Sofía de los Ángeles le vio venir. Era justamente un veinticinco de mayo y las calles estaban repletas de parejas que paseaban despacio, de calesas que transitaban por las calles estrechas que daban a la alameda y criadas que hacían las últimas compras para preparar las copiosas cenas anteriores al baile. Estaban todos en el jardín, cerca de la pérgola cubierta de campánulas violáceas y petunias que habían florecido tempraneras. Las criadas colocaban el mantel de lino en la gran mesa en la que más tarde todos cenarían y Ambrosio, el mulato cubano que llevaba en la finca desde siempre, colocaba las velitas en cada farolillo y colgaba guirnaldas de colores entre los gomeros y las majaguas. Olía ya la sopa de papa que borboteaba en el caldero y los lomos de res llevaban ya varias horas en las brasas, asándose lentamente. Tenían unos cuarenta invitados y todo debía estar perfecto.

Apareció por el camino del norte y se dirigió despacio hacia la casa. Llevaba un sombrero de ala ancha y botas con espuelas. Se acercó y pidió de beber. Llevaba varias horas caminando y marchaba, según dijo, hacia los Andes. Era joven, quizá veintitantos, y una barba cuidada poblaba sus mejillas. Su pelo, acaracolado, era rubio y sus facciones eran agradables. Sofía de los Ángeles lo miró un instante y le cayó simpático. Incluso, le pareció atractivo. Aquello debió ser decisivo para que confiara en él y ordenó que le dieran limonada y le dejaran bañarse en la alberca de los establos. Era una mujer caritativa y aquel joven parecía de fiar. Muchas veces, durante los años venideros, se arrepentiría de aquella decisión.


Se oía el runrún de los insectos y las luces de colores que enmarcaban la mesa difuminaban el estrellado cielo. Algunos aplaudieron cuando sirvieron la tarta de fresones y merengue. En ese mismo instante, la orquestina se arrancó con el vals y cinco o seis parejas abrieron el baile.

Jimena comió un buen pedazo de pastel y se quedó encandilada con una estrella fugaz que cruzó por el firmamento. Sólo ella pareció darse cuenta de la luz errante. Había demasiada iluminación en el jardín para ver los astros, así que decidió dirigirse a los establos donde los animales dormían en la oscuridad de la noche. Sofía de los Ángeles la vio marchar pero no se preocupó. Sabía que la chiquilla gustaba de soñar bajo las estrellas y a menudo lo hacía junto a las caballerizas. Ni se acordó del forastero.

La gasa blanquecina de la galaxia cruzaba la bóveda de lado a lado. Jimena arrancó un poco de romero y lo olió mientras se tumbaba, como lo hacía siempre, boca arriba en la hierba recién cortada. Estaba soñando con sus viajes y sus aventuras cuando la luz de la cuadra le llamó la atención. La puerta estaba abierta y una luz encendida súbitamente iluminó el dintel. El joven estaba allá, desnudo su torso, sentado apoyado en la pared y mirando las mismas estrellas que ella observaba. Seguramente sería el azar pero lo cierto es que sus miradas se cruzaron y ambos mantuvieron los ojos el uno en el otro. Pasaron cinco o seis minutos hasta que él se levantó y se acercó a la muchacha. Sin decir palabra alguna, se sentó junto a ella. Su pecho desnudo la confundió, un olor acaramelado la embriagó y su corazón pareció agitarse sin control.

- Hola, me llamo Isaac- dijo, y la sonrisa con la que acompañó aquella sencilla presentación le pareció a Jimena la más bella pintura que nunca hubiese visto.

- ¿Te gustan mirar las estrellas? – le preguntó la chica – Yo vengo muy a menudo. ¿has visto como cayó una hace poco?

- La vi- contestó- y pensé en un deseo.

- ¿Cuál?- preguntó expresiva ella con una curiosidad vivaracha que a él le pareció fascinante.

- Eso es un secreto- sonrió-, si te lo dijera no se cumpliría.

Había visto antes cuerpos de hombres. Los braceros que su padre contrataba se quitaban la camisa a menudo cuando el sol del mediodía apretaba. Tampoco le era extraño el sexo porque muchas veces había visto a los animales encelados y, algunas noches, necesitaba que sus dedos calmaran su ansia. Sin embargo, aquella noche, todo era distinto. Se sentía excitada, con su pulso acelerado, le costaba apartar la vista de Isaac, el cuerpo del joven era como un imán para su vista y deseaba tocar su piel y sentirla en su tacto.

Él le propuso caminar y ella le contó del lago, un kilómetro más allá. Apenas hablaron mientras caminaron pero no dejaron de mirarse y explorarse con la imaginación. A pesar de la distancia, se escuchaba aún la tenue melodía de la orquesta y, de vez en cuando, podían escuchar cantos y risas. Se sentaron junto a la orilla. La brisa rizaba las aguas y formaba una cordillera de montañitas acuosas que se elevaban y derrumbaban zigzagueando.

Jimena nunca recordaría cómo ocurrió pero de pronto sintió sus labios en los de él y aquello le gustó. Más de lo que nunca hubiese imaginado. Se entregó a aquel beso y experimentó, por vez primera en sus dieciocho años, el placer de otra lengua, el estremecimiento de las manos de Isaac en sus pechos, sintió cómo se humedecía al igual que le ocurría de tanto en cuanto en su alcoba y supo, por instinto, qué sería lo que ocurriría a continuación.

Él la desnudó con torpeza pero a ella le pareció que era el mejor de los amantes. Apretó su rostro contra su sexo, dejó que la saboreara, que la recorriera, que la inundara, que la penetrara y, a su vez, acarició sus muslos, sus hombros, el vello de su torso. Se sintió voluptuosa como las mujeres de las que había leído en aquel libro encuadernado en terciopelo que su padre guardaba en secreto. Otra estrella fugaz voló por encima y ella pidió que aquel momento no terminara nunca.

Se despertaron sobresaltados, aún abrazados el uno al otro, cuando oyeron gritos. Alguien decía su nombre - ¡Jimena!¡Jimena!- y reconoció las voces angustiadas de Sofía de los Ángeles y de su padre. Fue ella la que reaccionó. De pronto se sentía mujer. Una mujer completa, sensata y madura. Había sentido el mar, la inmensidad del océano que no conocía aún entre la pasión de Isaac y los besos encendidos.

- Debes huir, debes huir- le apresuró, y el joven supo que le matarían si llegaban a encontrarlos.

Se dieron un beso. Jimena fue consciente de que era el último que daba. Vio correr a Isaac hasta que desapareció en el bosque de toborochis, en la otra orilla del lago.

Sofía de los Ángeles fue consciente de lo que había ocurrido en cuanto la vio. Medio desnuda, se envolvía con el vestido a modo de sábana. Quedaron como paralizados cuando la vieron. Don Servando la miraba, desconcertado, sin reconocer a su niñita en aquella desvergonzada. Sostuvo la mirada de todos ellos con un sosiego del que ella misma se sorprendió.

Sofía de los Ángeles tomó la cesta y comprobó que estaba todo. El tarro de miel, los panecillos y, sobre todo, el libro que cada mes debía ser distinto. Tomó su chal y se dirigió al convento. Lucía el sol. Llamó y preguntó por Sor Jimena.

8/4/09

Los hombres que no amaban a las mujeres

Los hombres que no amaban a las mujeres ( Destino, 2008 ) de Stieg Larsson es una novela negra que inicia la trilogía de la serie Millennium. La fuerza de esta obra está, sin duda, en la trama. Una historia muy bien trenzada, con las dosis de enigma, inteligencia y crítica social apropiadas. Una narración que, con un ritmo pausado pero persistente, nos engancha totalmente, que sorprende y que nunca es evidente. Las pistas que conducen al desenlace no son nunca tópicas y están bien imaginadas. Son lógicas y uno se pregunta cómo no las vimos antes. Larsson tiene una especial habilidad para mantener el suspense. Un relato verosímil en los escenarios, con una descripción realista de las ciudades, de las personas, de las tramas económicas y de la sociedad actual. Una historia que no te suelta hasta que se llega a la última página. Lo que ya es mucho.

Sin embargo, es más flojo en cuanto a estilo. Es cierto que la prosa es ágil pero hay conceptos repetitivos (lo de la “familia desestructurada” se repite una y otra vez), no hay frases brillantes ni tiene pensamientos de esos que es preciso releer para degustarlos, está lleno de estereotipos (el empresario mafioso, el directivo pervertido, la mujer extremadamente inteligente pero perdedora y aislada socialmente – que se convierte en el personaje con el que se logra más empatía- , el periodista incorruptible) y utiliza con profusión recursos de otras novelas negras (los chiflados religiosos, policías dedicados a un caso por toda una vida, la salvación imposible del protagonista en el último instante).

Pero con sus pros y sus contras, recomiendo su lectura porque se disfruta intentando adivinar qué ocurrió en aquel lejano día cuando Harriet desapareció. Y el suspense se mantiene siempre.

5/4/09

Blanca vuela mañana

Blanca vuela mañana (Plaza y Janes, 1997), de Dulce Chacón es una reflexión exquisita sobre la muerte y el amor, sobre la soledad y la búsqueda de consuelo en un ser amado, de la duda y de la debilidad, de la fortaleza y de la enfermedad. Es una novela corta, con capítulos de muy pocas páginas pero llenos de frases que hay que releer, que quedan en la memoria por ser profundamente emotivas en su brevedad. Es una obra poética, lírica sin pretenderlo, cadenciosa. Parece en ocasiones poesía en prosa.

Y, sobre todo, es cercana. Cualquiera que haya sufrido la agonía de un ser querido herido por el cáncer, que haya amado, o que hay dudado ante el futuro, que se haya planteado el sentido de su propia existencia asumirá casi al instante como suyas las páginas de Chacón, preguntándose cómo es que la autora ha sabido de nuestros pensamientos más íntimos; cómo supo de nuestro descarnado dolor ante la soledad que la marcha de la persona querida dejó, viaje que nunca aceptaremos. Cómo supo del anhelo por prolongar, en la memoria, su presencia. Cómo supo del afán por lograr el amor y del temor a lograrlo o de la desdicha de no encontrarlo. Cómo supo de nuestras cavilaciones internas en la soledad de una habitación oscura, aún cuando haya otro cuerpo cerca pero sin alma cerca.

Los capítulos más logrados son los que tratan de Ulrike y Heiner, quedando aquellos en que se trata de Blanca un tanto inconclusos, sin precisar qué busca realmente la protagonista.

Son páginas introspectivas, pesimistas quizá, pero de las que surge un arrebatado romanticismo. Pasión que puede resumirse en la conciencia del amor hereos – “estoy enferma de ti”, le dice Blanca a Peter- y en el “querido mío, querido mío, querido mío” que Ulrike escribe a Heiner. Una novela muy bella. La lees y cuando tornas la última página deseas empezar a hacerlo de nuevo.