31/5/09

Refugios

En verano, con el calor y las risas de gente que conversaba sentada en las terrazas, era un poco más complicado mantener a raya a los recuerdos. En verano, Lorenzo se sentía fuera de juego como si el mundo le exigiese un estado de ánimo alegre que él no estaba en condiciones de ofrecer. Si se metía en la cama, daba vueltas y revueltas en interminables horas por las que discurrían memorias de amores pasados y esperanzas de quereres futuros. Si quedaba para tomar una copa con los compañeros de la oficina, le decían que era un aburrido o, por el contrario, acababa tan borracho que se pasaba de charlatán. Así que prefería entrar en el bar de la alameda, justo donde acababa el parque y las cuatro farolas de hierro forjado intentaban alumbrar la noche con unas esferas amarillas que apenas iluminaban. Se sentaba en uno de los taburetes y pedía una cerveza. O, un brandy los días en que estaba más melancólico. No era un sitio muy concurrido, pero el barman ponía buena música. Sobre todo jazz. Así, al abrigo acaramelado de un saxo triste, pasaban las horas hasta que el sueño vencía y podía ir a casa sin temor a desvelarse.

Era jueves. Día de brandy. La había visto alguna que otra noche pero nunca la había mirado con atención. Aquella tarde sí lo hizo. No era muy guapa y su cuerpo no destacaba por nada de aquello que hace volver la mirada a un hombre. Tendría unos cuarenta. Leía un libro con atención y en su mesa había un vaso alto que parecía contener un gin tonic. Quizá fuera cosa del brandy porque, en estas cosas, ya se sabe que el alcohol ayuda pero lo cierto es que le pareció una mujer muy interesante. Si le hubiesen preguntado por qué, no hubiera sabido qué decir. Pensó que, sobre todo, era femenina sin saber muy bien qué significaba el ser femenina. La miró hasta que ella se percató de que la miraba. Luego ella le miró a él hasta que se aseguró que él se daba cuenta de que le observaba. Un rato más tarde, pidió permiso para sentarse a su lado y hablaron del libro que ella leía y de que la ciudad estaba bonita en verano y de que seguramente llovería más tarde porque el bochorno del estío siempre trae tormentas. Coincidieron en que les gustaba el jazz lento y que les enamoraba la voz de Dianne Reeves. Supo que se llamaba Maite y, viéndola de cerca, supo que las arruguitas que se le formaban junto a los labios cuando sonreía pedían besos a gritos.

El barman quiso cerrar y él se brindó a acompañarla a dónde hiciera falta porque ya se sabe que, a esas horas, las calles contienen peligros. Ella le dijo que ya era mayorcita pero que, bueno, que de acuerdo, que sería agradable charlar un poco más. Se puso a llover- como habían predicho- a medio camino. Tuvieron suerte porque lograron que un taxi se detuviera.

Se despertó abrazado a ella en un motel de las afueras. Maite le miraba. Él le acarició la nariz con dulzura.

- ¿Qué nos pasó? – susurró Lorenzo.
- Nada. No hay nada malo en que dos cuerpos que están solos se den refugio mutuo por un instante, ¿no? Sin antes y sin después.- contestó Maite, sonriéndole tiernamente al percatarse de su ingenuidad - Es como una noche de embriaguez, sólo que hemos llenado las copas de caricias y esperanzas en vez de alcohol. Pero, por la mañana, llega la resaca.
- Cuánto tardan las cosas buenas en llegar y qué pronto se van- volvió a tocarle la punta de la nariz.
- Siempre es así – buscó el sujetador y se levantó-. Lo horrible sería dejar pasar el momento.
- ¿Te veré esta noche?
- No sé si hoy necesitaré refugiarme de la lluvia.

Scriptura et Caetera



Scriptura et Caetera (http://www.scripturae.com/ ) de Marie Bélisle es una obra estructurada en niveles (scriptura et machina, scriptura et pictura y scriptura et coniventia ) que es bastante interesante y profunda con combinaciones adecuadas de textos, imágenes y poemas. Hay que señalar que los textos y versos son interesantes desde un punto de vista literario. El lector queda interesado en descubrir qué hay tras cada pantalla, incitado a explorar los diversos niveles de complejidad y tentado de continuar leyendo. Los poemas son interesante y las animaciones son originales. Es, en definitiva, una buena obra.

Migraciones

Migraciones (http://solaas.com.ar/migraciones/migraciones.htm ) del argentino Leonardo Solaas es una obra en la que frases periodísticas de la BBC se entremezclan con frases del Quijote de Cervantes. Las frases – sucesión de letras- se entremezclan y retuercen hasta que se confunden en un todo textual difuso. Como lo dice el autor: “las letras se intercambian entre ellas para mostrar el simple hecho de que, a pesar de toda la distancia, ambos textos están hechos de lo mismo”. El usuario tiene la posibilidad de saltar a los textos originales mediante enlaces insertados en el flujo de letras que va cubriendo la pantalla.

Imabikisou

La narración gráfica interactiva Imabikisou (http://www.gamespot.com/ps3/action/imabikisou/index.html ) será traducida de su plataforma actual (PS3) a la Wii. Se trata de una novela de terror con tintes sicológicos en la que hay que ir leyendo texto y seleccionando la siguiente acción en función de una serie de opciones hipertextuales. La actual versión contiene fotografías y vídeos. Literariamente, muy poca cosa. Disponible, de momento, en Japón. Hay que suponer que con el paso a Wii la interactividad aumentará pero seguramente en detrimento del texto.

26/5/09

Yuxtaposiciones'09




Los días 28 y 29 de Mayo se celebrará en La Casa Encendida de Madrid (http://www.lacasaencendida.es/ ) el 7º Festival Internacional de Poesía y Polipoesía, que recibe el nombre de Yuxtaposiciones'09 (más información aquí ). Este año se hace hincapié en la visión femenina de la poesía. Dentro de las jornadas, la doctora Borrás impartirá la conferencia “Poesía electrónica. Desafíos literarios en el paradigma digital" que promete ser muy interesante.



Amor eterno




Yo te decía que mi amor por ti sería eterno.
Y tú que nunca dejarías de quererme.
Ya era mayorcito para saber que sólo eran ripios trasnochados.
¿Y qué?
Los creía. O deseaba creerlos.

Te fuiste. No hubo tiempo para que nos distanciáramos,
para que la rutina o el exceso de convivencia nos alejara,
para que no me encontraras hermoso,
para que te aburriera,
para que me percatase de tus arrugas
o para que fingiera dormir bajo las sábanas.

Te amaba mucho cuando marchaste
y mis sentimientos desbordados quedaron congelados en la noche.
Ya nada los arruinará, aunque hubiera dado mi vida por poder arruinarlos.
Ya no puedes lograr que me desenamore de ti.
Yo no puedo conseguir que me odies algún día.

Al cabo, sí será amor eterno, mi dulce mujer.

Pero yo, así, no lo quería .




I Ching Poetry Engine


I Ching Poetry Engine (http://levitated.net/exhibit/iching/ichingdaily.html ) de Jared Tarbell es un sugestivo programa que propone palabras y sentencias en un ambiente interactivo evocador. Genera poemas en base a unas semillas que el usuario elige mediante su interacción. Aunque los textos no tienen una calidad literaria digna de mención, el ambiente mágico, estelar, es elegante y atractivo, sobre todo en algunas de las pantallas.

El Tiempo entrevista a Vargas Llosa




En una entrevista que publica el diario colombiano El Tiempo (http://www.eltiempo.com/ ) , el escritor Mario Vargas Llosa defiende el papel como vehículo privilegiado para defender la literatura frente a la pantalla electrónica. Señala que no sabe si la electrónica e Internet pueden acabar con la buena literatura o coexistir con el libro, aunque eso se decidirá muy pronto.

Sin embargo, el escritor peruano defiende el papel ya este "infunde un respeto casi religioso al escritor", mientras que "en la pantalla se escribe informalmente, no infunde respeto". Asimismo, afirma que "uno se queda pasmado de la indigencia gramatical de los textos hechos para internet" y que el monitor "incita al facilismo, a la frivolidad y el rigor a desaparece" . Por ello aboga porque "el libro sobreviva", y añade que "no es que esté en contra de la red, pero si la literatura se hace solo para las pantallas se empobrecerá, porque la pantalla hace que pierda profundidad y riesgo". Para Vargas Llosa, "la tecnología imprime a la literatura una cierta superficialidad".

La interesante entrevista puede leerse en
http://m.eltiempo.com/news/rc/66717/Cultura

24/5/09

Los sueños de Ana de Renjes y Juan de Estampí





I




Golpeó con fuerza el portón del monasterio. La oscuridad hacía ya tiempo que había caído y unas nubes cenicientas velaban la luna poco crecida de febrero de modo que era difícil orientarse en los caminos. Era una noche idónea para asaltos de bandoleros y él no se encontraba en la mejor condición, tras tantos días de camino. Necesitaba descansar, dar de comer a la montura y orar. Había sentido una gran alegría al divisar la silueta de la torre contorneada por unas cuantas antorchas que hacían de faro entre las montañas. Volvió a tomar la aldaba pero, justo en el momento que se disponía a golpear de nuevo, una pequeña portezuela se entornó y alguien, desde dentro, preguntó quién llamaba.


- Soy Juan de Estampí, conde de Fuentelsaz, y os pido cobijo por esta noche. Os pagaré.


Una antorcha acercada al hueco le deslumbró. Alguien, probablemente uno de los monjes, le estaba observando y los segundos le parecieron eternos. Por fin, aquel ser decidió que el viajero no era peligroso, quizá por su traje de cortesano bien zurcido y su elegante capa que denotaba su buena bolsa. La cancilla se entornó y Juan se halló frente a un benedictino enjuto, de nariz aguileña y orejas puntiagudas. Un tipo que, de no encontrarse dentro de un recinto bendecido por el Señor, hubiese espantando al caballero más templado.


- Podéis dejar el caballo en el establo. Encargaos vos de dadle agua y alimento porque los hermanos están aún todos reposando. Os tendréis que conformar con dormir esta noche sobre la paja porque todas las celdas están ocupadas – el monje detuvo su charla con ojos ávidos y Juan supo qué esperaba algo a cambio.
- ¿Dos monedas de plata serán suficientes? – preguntó.


Una amplia sonrisa que dejó a la vista unos dientes amarillentos iluminó el rostro del fraile.


- Venid, señor. Quizá pueda encontraros un camastro en la estancia de invitados. El prior no desea que sea ocupada por si algún enviado papal llegara de improviso pero tratándose de un caballero- ¿Conde habéis dicho?- como vos, creo que podremos hacer una excepción.


Juan de Estampí inclinó la cabeza en señal de agradecimiento y entregó el dinero. El monje guardián le mostró las caballerizas y la escalera que conducía a su habitación. No tenía intención alguna de ayudar al recién llegado a aposentarse.


- Estoy convencido que sabréis orientaros por vos mismo – dijo-. Debéis disculparme. Dentro de pocas horas nos llamarán a maitines y debo dormir para poder orar con la atención que nuestro Señor reclama. - Sonrió y marchó hacia el otro lado del patio. Juan se alegró de que lo hiciera. El monje sería un santo varón pero el cielo no le había concedido la virtud de resultar agradable a los demás.


El monasterio era grande. Más de lo que le había parecido cuando se había acercado por el camino del río. El patio era amplio y estaba rodeado por muros que más se antojaban de castillo que de iglesia. En un lado se fundían con el claustro y, más allá, la torre acampanada de la iglesia dominaba todo el lugar. Dejó al caballo en el establo tras liberarlo de la montura y de las riendas. Llenó un cubo de agua que el jamelgo bebió con ansia y colocó un buen fardo de paja cerca de él. Luego, a buen paso, se dirigió a la escalera que le habían indicado y subió. Una antorcha humeaba en lo alto e iluminaba con sombras amarillas un pasillo con varias puertas. Sólo una estaba abierta de modo que supuso que allá debía descansar. Entró y vislumbró la cama entre las sombras. Estaba demasiado agotado para despojarse de las ropas. Se dejó caer sobre el camastro, pidió al Señor que los sueños que le asaltaban desde hace meses le dieran tregua y quedó dormido casi de inmediato.




II


- Señora, Señora – doña Aurora acariciaba la frente de la joven, pero no se mostraba asustada.


Hacía meses, cuando Ana, la hija del Señor de Renjes, había comenzado a sufrir aquellas angustias nocturnas sí que había temido por ella. Pero tras tantas noches de pesadillas, todos en el castillo se habían acostumbrado. El misterio había comenzado en otoño. Un día, sin previo aviso, Ana tuvo un sueño que la inquietó sobremanera. No lo contó a nadie. En él vio a un noble caballero que la buscaba para desposarla. Era un hombre hermoso, el más bello que nunca había visto y cuando despertó se preguntó por qué la vida real no crearía seres como los de los sueños. No le hubiera dado más importancia si no hubiese sido porque el sueño se repitió al día siguiente y al siguiente y al siguiente. Una semana después, asustada, se confió a su tutora, dona Aurora de Salvatierra, una mujer entrada en carnes, de pechos exuberantes, - que dicho sea de paso eran disfrutados de tanto en cuánto por el Señor en la intimidad de las cocheras- , y cabellera rizada siempre adornada por una diadema. Ana le contó que creía estar volviéndose loca. Pensaba que se estaba enamorando de aquel caballero que la buscaba en el sueño. Y, ella, le buscaba a él. Doña Aurora le obligó a rezar varios rosarios e incluso le hizo beber agua de azahar consagrada en la catedral de Burgos. Pero nada dio resultado. La chica continuaba soñando cada noche con el mismo hombre y –según manifestaba- anhelaba que se convirtiera en real porque deseaba que fuera su esposo. Esto ya inquietó más a la tutora puesto que la joven debería casarse con el Duque de Rosamunda, tal como los padres de ambos habían previsto ya cuando su nacimiento.


Un mes después, doña Aurora- ya, muy preocupada- llamó a su confesor y entre ambos convinieron que la muchacha podría estar endemoniada. No alarmaron al Señor de Renjes pero discretamente hicieron que Ana asistiera a la misa que un jueves celebró el padre Isidro, un cura ducho en demonios y exorcismos, que era prior de un monasterio cercano. Tras el oficio, Isidro se encerró con la joven por un par de horas y la entrevistó. Cuando terminó dijo que no veía al diablo en ninguna de las manifestaciones de Ana y que la chica tenía más la tontería propia de su edad que la influencia del maligno. Que todo se arreglaría cuando contrajera nupcias y aliviara la tensión propia de su donosura. Doña Aurora quedó más tranquila pero la situación no mejoró. Cada noche, con una precisión casi celestial, la muchacha comenzaba a sudar y a dar mil vueltas en su lecho, murmurando palabras ininteligibles. Cuando despertaba contaba siempre de aquel caballero bello que la buscaba, ora en un castillo, ora en los campos. Ana relataba con un detallismo imposible en un sueño las facciones del hombre, de los parajes en los que cabalgaba, de las palabras que le decía y de la angustia que parecía sufrir porque no la encontraba.


Así que, aquella noche, doña Aurora se limitó a secar el sudor de la chica, calmarla con sus caricias y agarrarle de la mano hasta que volvió a conciliar un sueño tranquilo. Se cercioró que quedaba cubierta por la sábana y volvió a su alcoba. Rezó dos Ave Marías y, tras santiguarse, pensó que la siguiente noche le sugeriría al Señor de Renjes que sería bien recibido. Aunque ya no era joven, su cuerpo aún sentía necesidades cada cierto tiempo.





III


- ¡Despertad, por el cielo santo!


Juan de Estampí se incorporó de súbito sin saber a ciencia cierta dónde se hallaba. Frente a él, tres o cuadro monjes le miraban con estupor. Otro más le tenía agarrado por los hombros y le zarandeaba.


- ¿Estáis despierto? ¿Os encontráis bien? – preguntó el que parecía ser el prior.


Juan tardó en contestar. Estaba confundido y necesitó dos minutos para volver al mundo. Recordó su viaje, la llegada al castillo, el feo padre que le había abierto la puerta y cómo, agotado, se había dejado caer sobre la cama.


- Sí, sí. Estoy bien.


Los monjes parecieron quedar aliviados.


- Vaya por Dios, señor. Habéis tenido una pesadilla del maligno, sin duda. No cesabais de agitaros y de gritar. Aunque no os entendimos palabra alguna, varios de los nuestros han pensado que estabais poseído. Soy el padre Isidro, prior del monasterio.
- Habéis de perdonadme, padre. Probablemente el cansancio. Llevo viajando ya muchas jornadas y el hambre y la suciedad no son buenas compañeras. Os agradezco vuestra hospitalidad y que hayáis cuidado de mi sueño.- intentó sonreír.
- ¿Podemos saber quién sois?
- Juan de Estampí, conde de Fuentelsaz. Mi padre es adelantado del rey de Castilla y estoy viajando solo por motivos que no puedo desvelaros. Hace dos días creo que perdí mi ruta y, casi por casualidad, divisé vuestra casa en la noche. He de daros las gracias por haberme cobijado. Soy valiente y manejo bien la espada pero estas noches cerradas son idóneas para bandidos y salteadores.
- Sois bienvenido, claro está, aunque nuestros medios son escasos…
- Pagaré vuestros desvelos con muchísimo gusto. -Juan entendió que el fraile guardián se había guardado las dos monedas para él mismo pero no era momento de crearse problemas. Dinero no le faltaba y necesitaba descansar unos días. Sacó otras dos monedas de su bolsa y las entregó al prior- Confío que con esto podáis ampliar vuestras obras de caridad, padre.


El benedictino sonrió y bendijo a Juan en pago de la limosna generosa.


- Nosotros debemos asistir ahora a los rezos de la mañana. Aprovechad para adecentaros y comer algo. Encontrareis alimentos, abajo en las cocinas. No os preocupéis por vuestra montura. Fray Pedro se encargará de ella.


Cuando salieron y quedó solo, Juan de Estampí aprovechó para asearse y explorar el monasterio. Bajó a la cocina, se sirvió una taza de leche y comió unas gachas que quedaban en un perol. Los muros estaban almenados en algunas zonas por lo que supuso que el edificio habría sido fortín fronterizo en décadas pasadas. Ahora, los reinos moros quedaban ya lejanos, mucho más al sur, pero él mismo sabía de enfrentamientos con ellos de su propio abuelo y sus hombres. Desde la iglesia llegaba, apagado por la sordina de las paredes, el canto a capella de los monjes. El sol pintaba de rosas los cirros altos que volaban desde el norte. Era una mañana fresca, con vencejos que piaban entre los árboles. El jardín interior estaba mustio pero pudo ver ya que brotes de flor anunciaban la cercana primavera. Una fuentecilla dejaba caer un hilillo de agua que, al chocar contra la base, creaba un murmullo que relajaba el ánimo. Pudo ver que más allá unas altas montañas aún cubiertas de nieve suponían un serio obstáculo a su camino. Aunque tampoco sabía a dónde debía dirigirse. Era consciente de que estaba vagando por el reino sin conocer su destino. Quizá había perdido la razón. Estaba, literalmente, persiguiendo un sueño. Literalmente.


Regresó a su aposento. Un arcón sirvió para guardar todas sus pertenencias. El ventanal era amplio y la vista de las montañas era imponente. Una silla, una bacinilla y una mesa austera completaban el mobiliario. Colgados de la pared, un crucifijo y un cilicio. No tenía intención alguna de utilizar este instrumento pero se arrodilló por unos minutos delante de nuestro Señor y pidió que la razón le fuera devuelta.


Tras el desayuno de los monjes, la finca se llenó de actividad. Algunos subieron arriba, a la biblioteca, posiblemente a copiar pliegos de los clásicos tras pasarlos por el cedazo de su censura. Otros salieron en varios mulos hacia las aldeas y Juan no supo bien si irían a ayudar a sus corderos o a reclamar los diezmos como pastores que eran. Algunos bajaron raudos a las cocinas y comenzaron a preparar el almuerzo para todos. Otros marcharon al huerto y algunos más a los establos. Juan no tenía nada que hacer y aquella inactividad, tras tantas semanas de agobio e inquietud por caminos peligrosos, le pareció inquietante.


Se cercioró de que su caballo estaba bien cuidado y vagabundeó por los alrededores intentando aclarar sus pensamientos. Si su padre supiese la auténtica razón de su marcha, mandaría a sus soldados a buscarlo. Le había mentido diciéndole que iría al torneo de Burgos que se celebraría en Marzo. No era cierto. Buscaba a una mujer. A una que sólo conocía en sueños. Más bella que Afrodita. Más atractiva que cualquier otra del cosmos. Estaba enamorado de una joven que se le aparecía todas las noches en sueños. Locamente enamorado. Tanto que no había podido aguantar más y se había lanzado a encontrarla allá donde estuviera. Una locura. Era un sueño. Sólo un sueño. Una pesadilla del demonio, quizá. Pero su pasión era tan infinita que no podía aceptar que sólo fuese una fantasía. Era todo tan real: su rostro, su voz, su aroma a azucenas, los jardines por donde paseaba, la dueña que le acompañaba. Cuando soñaba parecía más bien que su alma se trasladaba milagrosamente a otro lugar. Estaba consumido por aquella visión y no podía sino perseguirla aunque eso le llevara a los mismos confines del reino. Su alma estaba confundida.


Comió con los frailes en silencio mientras uno de ellos recitaba pasajes de las Sagradas Escrituras. Aquel día habían elegido las cartas a los Corintios y salmos de David. El almuerzo fue frugal. Una sopa clara de berza y unas verduras cocidas con algo de panceta. De beber, agua aunque a él, como invitado, le fue servido un vaso de buen vino. Al salir del comedor, se acercó discretamente al prior y le preguntó si podría confesarle. Caminaron juntos hasta la iglesia y, sentados en unos de los bancos, el padre escuchó a Juan de Estampí.


- Me arrepiento del pecado de la lujuria, padre.
- ¿Habéis mancillado mujer, caballero?
- Sólo en el pensamiento, padre.
- Bueno, esto a vuestra edad es habitual. Son las pruebas que el diablo pone en el camino de los jóvenes para probar su virtud.
- Es más que eso, padre prior.
- ¿Más?


Juan procedió a confesar sus tribulaciones. Contó al prior como llevaba meses soñando con una mujer, una única mujer. Cómo la deseaba. Cómo deseaba yacer con ella. La precisión de sus sueños, la tentación de sus labios y de sus pechos. Y como, arrastrado por aquella lujuriosa pasión, se había lanzado a los caminos sin saber realmente a dónde se dirigía.


El prior absolvió a Juan y le impuso una penitencia ligera pero, al levantarse, le dijo:


- Es curioso. Es la segunda vez que escucho esta historia de sueños lascivos en poco tiempo. Es como si el maligno tentase a los mortales con las mismas tretas. No me extrañaría porque además de perverso es un zángano y no tendrá ánimo para inventar tentaciones diversas a menudo. Es malvado hasta para eso.
- ¿Decís que habéis escuchado mi historia con anterioridad, padre?
- Bueno, no exactamente. Fue hace unas semanas y se trataba de una joven. La hija del Señor de Renjes que tiene sus posesiones a dos jornadas de aquí, hacia el oeste. Es una chica inteligente y devota pero parece ser que ha tenido últimamente sueños eróticos como los vuestros. Me pidieron que la entrevistara por si Belcebú estuviese cerca. Mas no era así. Es sólo cosa de la edad, como ocurre con vos. La naturaleza os brota ansiosa y, al no haber aún contraído matrimonio y manteniéndoos puros, debe salir por los sueños. Ella, por cierto, desposará pronto.


A la hora de cenar, los monjes buscaron a Juan de Estampí pero no le encontraron. El fraile que estaba trabajando en el establo dijo que había entrado hacia las cinco como si tuviera mucha prisa, había armado a su caballo y había marchado por la puerta del oeste. Por un instante, lo atribuyeron a una chiquillada de juventud pero, de pronto, el prior ensombreció su rostro y gritó:


- Pronto, padre Pedro, padre Anselmo, padre Tomás. Preparad el carro y las mulas. Salimos de urgencia hacia la casa del Señor de Renjes.





IV


Juan de Estampí no había dormido en toda la noche. Tanto él como su jamelgo estaban cansados pero se forzaba a continuar hacia el oeste. No estaba seguro de que lo que el corazón le gritaba pudiera ser verdad pero sentía que estaba cerca del fin del hechizo.


Hacia mediodía, el bosque se despejó y dio paso a tierras de labranza y a una llanura de la que surgían fejes y medas que señalaban que había siervos cuidando de aquellas tierras. Azuzó al caballo a pesar de que sabía que lo agotaría si no paraban pronto. Al fin, una hora después, apareció contra el horizonte. Era un castillo grande, no como el de su querido padre, claro, pero bien diseñado y fortificado. Alrededor se apiñaban una decena de casas de adobe y paja que probablemente eran morada de criados del señor. En las torres había centinelas y dos grandes banderolas verdes flotaban en el aire de la torre del homenaje. Se adecentó las ropas y se detuvo por unos minutos para que su montura respirara. Bebió del odre un poco de agua y se mojó la cabeza para despejarse. Cuando creyó recobrada la compostura tomó un aire más digno de su señorío, volvió a montar y fue acercándose lentamente a la fortaleza. Seguro que los vigías le habían visto llegar pero tratándose de un solo hombre de porte noble, no dieron la alarma.


Nunca supo por qué pero, cuando estaba ya muy cerca, se fijó en el paseo de ronda de la torre más baja. Allá, entre dos almenas, mirándole fijamente había una mujer. Una joven a la que conocía de siempre. De siempre y de nada. Era la amada de sus sueños. Ella le observaba sin pestañear, probablemente asustada por el mismo asombro que le atemorizaba a él mismo. Se detuvo, sin saber qué hacer. ¿Soñaba ahora? ¿Había regresado a sus pesadillas sin darse cuenta de ello? Se forzó a rememorar la jornada. La marcha del monasterio, la noche larga y fría bajo estrellas que miraban su locura, el bosque lleno de ruidos amenazantes, el caballo fatigado, la sed, la visión del castillo. No, no debía estar soñando y, si lo estaba, los sueños podían ser tan reales que ni el santo Dios podría distinguirlos de la realidad.


De pronto, ella no estaba y Juan de Estampí se sobresaltó. Hizo que sus ojos volaran de uno a otro lado de las murallas, por los torreones y las saeteras. No estaba. Había sido otra vez un sueño, una alucinación quizá.


Mas entonces su amada salió por el portón, casi corriendo, y dirigiéndose directamente hacia él. Detrás, una mujer regordeta la perseguía moviendo los brazos agitadamente. La chica se quedó quieta a apenas unos pasos de Juan, que había descabalgado. Se miraron sin decirse palabra, comprobando cuán exactas eran las imágenes de sus sueños. Cada pliegue de la piel, cada tono del cabello, cada mueca, caga gesto, cada peca coincidían totalmente con la visión soñada.


- Sois real – balbuceó Ana.
- Vos sois un ángel, mi señora – contestó él.
- ¿Soñamos? – preguntó ella.
- Si así es, no quiero volver a despertar jamás- dijo Juan.
- ¿Me amáis? – titubeó la doncella.
- Más que a mi alma- afirmó él.
- ¿Por qué?
- ¿Importa el porqué, señora? ¿Acaso no es suficiente que el buen Dios haya obrado este milagro en ambos?

Doña Aurora de Salvatierra llegó al fin y se interpuso entre los jóvenes. Miró a la chica y le espetó:


- ¡Ana! ¿Qué hacéis?, sois una mujer prometida.


Juan notó tumulto a su espalda y se tornó. Allá, resoplando de fatiga, estaba el prior Isidro y sus frailes. Al igual que la dueña, se interpuso entre los jóvenes.


- Hijo, estaba equivocado. A veces, el maligno también logra engañarme. No os perdáis. Todo esto es cosa del demonio. No condenéis vuestra alma ni la de esta joven. Volved en paz a casa de vuestro padre.


- Jamás- gritó Juan mientras desenvainaba su espada, dispuesto a llevarse a Ana por las buenas o por las malas.


Pero, para entonces, los soldados de la guarnición del Señor de Renjes ya habían llegado alertados por el jaleo y la carrera inusitada de doña Aurora. Al ver que el recién llegado amenazaba a la heredera se pusieron en guardia con las lanzas y las ballestas apuntando al forastero.


- No perseveréis en la locura, Juan – suplicó el prior- El diablo desea la perdición de todos nosotros y ha obrado esta argucia para que vos, la dama, vuestros señores padres y todos nosotros caigamos en gran desgracia. Es un sueño, conde, es un sueño. Sólo eso. Despertad y volved por donde habéis venido en paz.


Para entonces, los guardas y doña Aurora se estaban ya llevando a Ana de Renjes hacia el interior del castillo entre sollozos.


Juan de Estampí se dejó caer de rodillas y, cubierto su rostro entre sus manos, echó a llorar. Tanto esfuerzo persiguiendo un sueño para alcanzar un final tan triste.


Se lo llevaron a rastras entre los monjes porque los soldados estaban ya demasiado inquietos. Fue pataleando y gritando durante todo el camino hasta que, llegados al monasterio, fray Alonso le sirvió una infusión de cierta planta que –aunque prohibida por las órdenes de la regla- obraba milagros en ánimos endemoniados.





V


Juan de Estampí regreso a la morada de su padre y siguió soñando. Ana de Renjes casó con el Duque de Rosamunda pero, aunque le dio tres hijos sanos, siguió soñando.

Soñaban simultáneamente dos veces al mes y esos días, al amparo del inconsciente dormir de los otros, consumaban y disfrutaban su amor.




Pentagonal: incluidos tú y yo


Pentagonal: incluidos tú y yo (http://www.ucm.es/info/especulo/hipertul/pentagonal/ ) de Carlos Labbé es un relato hipertextual en el que se parte de una noticia en un periódico algunas de cuyas palabras son enlaces a otros fragmentos del texto. Con la excepción de esa primera pantalla, el resto de la interface es prácticamente puro texto con enlaces. Combina citas, ciencia (astronómica) y el propio relato con fragmentos cortos y un tanto deslavazados. Al lector le es difícil construir la estructura de la narración y se puede perder el interés tras una decena de saltos.

Sextina cibernética


La composición de poemas de manera automática por ordenador no es algo muy novedoso. Hay varias formas de abordar la composición de poesía por medio de software (http://biblumliteraria.blogspot.com/2008/07/verso-digital.html ) pero casi todas ellas se basan en la combinación aleatoria de palabras o frases memorizadas en la computadora de acuerdo a una serie de pautas.

El poeta catalán Joan Brossa (
http://www.fundacio-joan-brossa.org/ y http://www.joanbrossa.org/ ) (1919- 1998) ya experimentó en 1977 – cuando los ordenadores eran aún máquinas enormes y lentas- la composición de sextinas, una de sus estrofas favoritas. Tras programar los criterios de rima y medida, el ordenador generó cientos y cientos de poemas. De todos ellos, sólo uno pareció a Brossa que tenía la suficiente calidad para ser publicado, cosa que hizo en su obra “Sextina cibernética” (Brossa, Joan. Viatge per la sextina. Barcelona: Quaderns Crema, 1987, p. 116). El software apropiado fue programado por Josep Font, Jordi Bastardes y Santiago Farré, del Centro de Cálculo AGMA, de Vilafranca del Penedés.

Un fragmento:


Cosint les mans tardo i obro les roques
Sentint herbei peso rodó de galtes
Vivint al vol trobo corrents les tasques
Menjant la font xuclo camps enllà cendres
Venint del gep mato vora les portes
Duent el bosc buido i rodo les canyes





Hymns of the drowning swimmer



Hymns of the drowning swimmer by Jason Nelson (http://www.secrettechnology.com/hymns/navigate.html ) se compone de una veintena de escenarios poéticos que combinan sonidos con palabras animadas, con imágenes, cliparts, con enlaces en base a notación musical y frases fragmentadas. Todo ello con cierta interactividad no sólo de enlaces sino de mover los elementos con el cursor. El resultado literario es aburrido y no emociona, pero hay una amplia variedad de componentes y pantallas con lo que un buen rato el lector puede estar entretenido explorando la obra. Pero más como juego que como obra de literatura.

22/5/09

Ocurre a veces



Ocurre en ocasiones.
Apareces de pronto,
no como un recuerdo
sino como una presencia próxima y viva.

Sucede en esos instantes en que veo el cielo azul,
o a unos niños riendo,
o a dos oropéndolas que se persiguen juguetonas entre las acacias
o cuando escucho una voz que podría ser la tuya.
Ocurre siempre con cosas pequeñas, triviales.

Giro mi cuerpo para decirte que mires.
Que observes a los niños, al cielo, a los pájaros.
Torno a buscarte para verlos contigo.

Me sorprendo, entonces, porque no estás;
tan cercana e íntima era la sensación de tu presencia.

Y me siento desvalido, muy desvalido.



Level 26: Dark origins


Level 26: Dark Origins es una novela digital que ya antes de estar en la red está siendo publicitada de manera exhaustiva. Y ello porque su promotor es Anthony Zuiker, el creador de la serie de televisión CSI. No puede decirse que sobre modestia en el anuncio de la novela porque se afirma que “supondrá una revolución en la publicación para la generación de YouTube”.

Se publicará previsiblemente en Septiembre por Dutton. Cada libro tendrá adjuntados 20 vídeos (que son llamados ciber-puentes) y en los que habrá una recreación cinematográfica del texto de la novela. Se trata de una novela policiaca escrita por Duane Swierczynski. Cada cierto número de páginas, por lo que parece, el lector podrá dejar de lado el texto y visualizar un vídeo que dará pistas sobre el siguiente capítulo. Estos vídeos estarán dirigidos por el propio Zuicker.

Hay que indicar que, a pesar de toda la publicidad, no será la primera obra que combine texto y vídeo, cosa bastante antigua por cierto. Por otro lado las razones que Zuicker da en alguna entrevista para introducir los vídeos (“nos falta paciencia para leer 400 páginas”) no parecen precisamente las más prometedoras para la literatura.

Habrá que esperar a septiembre. Mientras, hay un tráiler en
http://www.level26.com/



The 21 Steps





The 21 Steps es una novela policiaca en internet (web-novela) escrita por Charles Cummings y publicada por Penguin Books. Debe inspiración a la obra The 39 Steps de John Buchan. Se desarrolla aprovechando un smash up con Google Earth de modo que el lector puede seguir los acontecimientos y los personajes geográficamente a través de las fotografías satelitales. Es realmente literatura digital ya que no podría trasladarse al papel, al menos de manera razonablemente sencilla. La visión de los lugares es más atrayente que un mapa o una foto ya que el lector puede explorar la zona en el ambiente 3D de Google Earth y analizar qué puede ocurrir alrededor. Las frases son cortas y sencillas y, en ocasiones, puede cansar la manera fragmentada a la que obliga la lectura pero es interesante de visitar.




19/5/09

Los 7 pecados capitales: la gula

Bertrand Lavoissier tenía apellido de químico ilustre pero renegaba de casi toda sustancia que pudiera añadirse artificialmente a los alimentos. Él era un gourmet y aunque en ocasiones –pocas- podía aceptar una cocina creativa que utilizara algún ingrediente especial, siempre prefería los platos basados en productos naturales. Por eso, aquella mañana había decidido acudir al Tívoli, en la Avenida de las Palmeras. Estaba deseoso de sentarse ante la comida, de modo que se propuso llegar justo a la una, cuando recién abrían el comedor. En el taxi había dudado entre hacerse servir unos brotes de apio en salsa de tamarindo o unas endivias al vapor de vino blanco. Ciertamente, las endivias le atraían. Suaves y ligeras, pero a la vez exquisitas cuando se hervían en los aromas del mosto, le abrirían el apetito para poder, posteriormente, servirse el plato principal. Lo mejor sería decidirlo una vez que leyera la carta. Quizá aquel día hubiese alguna sorpresa que mereciera la pena saborear.

El día era espléndido. Cielo azul, sol radiante pero no muy caluroso. El edificio donde se hallaba el Tívoli era de estilo modernista. El restaurante ocupaba toda la primera planta, con grandes ventanales que permitían a los comensales disfrutar de las vistas de la Avenida que se extendía un kilómetro hacia el sur. Bertrand, sin embargo, siempre pedía una mesa del interior, alejada de las ventanas. Como siempre decía a sus amigos, resultaba imperdonable despistar la mente viendo pasar automóviles cuando se debía estar concentrado en la presentación, el sabor y la textura de los alimentos.

Le saludaron con afecto cuando entró. Era un buen cliente. Un camarero le tomó el ligero gabán y, llamándole por su nombre – con un don delante, por supuesto- le mostró su mesa. Mantel blanco. Seis cubiertos a cada lado del plato, todos de plata. Bouquet de rosas en el centro. Copas de cristal de Murano. Como música de ambiente, justo en el umbral de lo audible, una suite de Bach. La carta, en paspartú decorado con caligrafía itálica y fuente Cambria Elegant. Tomó sus lentes y la abrió con parsimonia. Para él, el acto de abrir el menú era algo erótico, casi como apartar los muslos de una virgen rendida a sus encantos.

Los entrantes eran todos apetitosos: mejillones belgas gratinados con salsa de bechamel, una combinación nada usual pero que el chef del Tívoli bordaba. Las endivias al vapor de jerez; los brotes de apio en salsa de tamarindo; la ensalada de berros con trufas y confit de pato – esta propuesta atrajo también su atención-; templado de vendresca a las moras con huevo escalfado; alcachofas con salteado de langostinos y Capelleti con salsa caliente al curry. Descartó este último. No era amigo de las especias fuertes. Dudó durante varios minutos mientras intentaba dibujar con detalle en su mente cada uno de los platos. Finalmente, se decidió por las alcachofas. Le encantaban frescas y era la temporada.

Tornó la hoja y se centró en los pescados. Cola de lubina en leche de coco a la Maracaibo. Su cerebro se liberó por un instante y sus papilas gustativas creyeron estar ya saboreándolo. Pero era un tipo disciplinado y no se dejaba llevar por el primer impulso. Siguió leyendo. Merluza a la parrilla rellena de cangrejo con salsa de chocolate. Le pareció exótico pero creyó intuir la idea maestra del maestro cocinero. Otras opciones eran el atún con judías blancas y crujiente de caramelo, y el salmón con vinagreta de mostaza. Eligió la lubina y con un casi imperceptible gesto de sus ojos captó la atención del camarero que, presto, se acercó a él discretamente para tomar su pedido. Preguntó por un tinto de la Rioja alta e hizo un mohín de desagrado cuando el sumiller le dijo que la cosecha que deseaba estaba agotada. Cambió a tinto de Rioja baja del 82 y, tres minutos después, dio su aprobación tras saborearlo brevemente.

Llegaron las alcachofas, ligeramente humeantes. Estudió la composición y le concedió un notable. Los corazones formaban un dibujo geométrico inconcreto en el centro del plato y, rodeándolos, unos trazos de aceite con pimienta negra dibujaban una especie de constelación de estrellas. Los langostinos rojos contrastaban con el verde del vegetal y enmarcaban la parte inferior del cuadro. El aroma que la combinación emanaba era delicioso. Probó primero el marisco. Justo en su punto. Un buen trabajo, pensó. Tomó otro langostino y lo untó en la salsa de aceite. Aquello potenció aún más su sabor y Bertrand Lavoissier supo que había acertado comiendo en el Tívoli aquel día. Cerró los ojos con discreción y se dejó arrastrar por la sinfonía de texturas que le invadían. Se sintió satisfecho con aquellos primeros bocados. Era hora de probar las alcachofas. Lucían sabrosas. Tomó una con el tenedor y la dividió suavemente en dos partes. Se llevó una a la boca y se preparó a sentir su esperado delicioso sabor. Pero, de pronto, sintió algo desagradable. No había duda. Aquellas alcachofas no eran frescas. Eran de las conservadas en cristal. Le pareció inaudita semejante afrenta en un establecimiento de la calidad del Tívoli. Su primer instinto fue levantarse y salir horrorizado de aquel lugar. Pero se contuvo como caballero que era, acabó los langostinos y, casi al borde de la náusea, probó una segunda alcachofa.

El camarero le preguntó si algo iba mal. No estaban acostumbrados en el Tívoli a que un cliente dejara algo en el plato. Mala señal. Inventó una excusa simple – algo como que estaba falto de apetito por una reciente enfermedad- y pidió que le trajeran la lubina. Borró por un momento el mal recuerdo de las alcachofas deleitándose con un sorbo de vino que mantuvo en su boca lo suficiente para que los taninos reiniciaran su buen humor. Entrada en boca sutil y persistencia suave y prolongada. Olfateó el caldo. Ataque fuerte, con impactante impresión a maderas, y retronasal con delicados aromas provenientes de la fermentación.

La lubina estuvo correcta. La impresión visual magnifica. El puré ligero de leche de coco cubría parte de una carne libre de cualquier raspa. Comprobó que su consistencia era exactamente la apropiada para que la masticación fuera placentera. La temperatura, perfecta. Le gustó, pero la exquisitez del pescado no acabó de borrar el disgusto de las alcachofas enlatadas.

No pidió postre. Pagó y, al salir, supo que no volvería a entrar por aquella puerta en mucho tiempo. Al menos, hasta que algún amigo de confianza le certificara que las alcachofas eran frescas.

Paseó de regreso a casa y, en su caminar, comenzó a pensar en dónde tomaría la cena y en qué pediría. Quizá una sopa de pescado con esencia de yuca. O, incluso, un fumé de marisco con salsa criolla. Tenía aún tiempo para pensarlo. De momento – casi se sobresaltó al darse cuenta de la hora que era- debía dirigirse al café Barcelona para degustar un capuccino a la vainilla y algún pastelito. Posiblemente un milhojas caramelizado. O, quizá, un velvet de limón.

18/5/09

El Blog. Ficción multimedia: del hipertexto a la novela wii


El próximo 20 de mayo a las 19:30 en el Salón de Actos del Instituto Cervantes en Madrid se celebrará una mesa redonda que versará sobre "El Blog. Ficción multimedia: del hipertexto a la novela wii". En esta mesa redonda, Doménico Chiappe y Benjamín Escalonilla mostrarán sus trabajos de literatura multimedia, explicarán los recursos empleados en la producción de este tipo de obras.

In memoriam



Ha muerto Mario Benedetti. Ha muerto un escritor. Uno, extraordinariamente hábil con la pluma. Ha muerto un poeta. Un maravilloso poeta. Ha muerto un hombre con mayúsculas. De esos que dignifican nuestra especie. Un ser humano humilde, discreto, lleno de lirismo, capaz de amar con locura, consciente de sí mismo, cómplice con sus congéneres a través de sus versos, coherente, sin dos caras – siempre una y sin maquillaje-, tranquilo pero capaz de mostrar el coraje más resistente contra la injusticia a través sólo de las ideas. Un hombre que no calla ante la miseria y ante la injusticia. Alguien que nos habló a todos con palabras sencillas que, en su mano, creaban catedrales de emociones y sentimientos. Benedetti se ha ido y hay un desgarro en la literatura, como si un terremoto la hubiera abierto en dos tragándose, de pronto, la montaña más alta y hermosa. Quizá la muerte hoy parece más dura porque nos ha arrebatado tanta vida, tanta sabiduría, tantos versos bellos que aún estaban por escribir.





Usted aprende
y usa lo aprendido
para volverse lentamente sabio
para saber que al fin el mundo es esto
en su mejor momento una nostalgia
en su peor momento un desamparo
y siempre, siempre
un lío


entonces, usted muere





17/5/09

10 Poemes en 4 Dimensions


10 Poemes en 4 Dimensions (http://www.0m1.com/10_poemes_en_4_dimensions/index.htm ) de Xabiel Malbreil es un conjunto de páginas en donde textos y palabras se mueven a través de la pantalla con un estética y colores HTML que, hoy en día, se nos aparece como trasnochada. Se basa en el diálogo Critias de Platón y reflexiona sobre si las palabras son pura convención o representan realmente la esencia de las cosas.

La obra es un tanto aburrida y no presenta elementos significativamente novedosos o bellos. Los gráficos- a fuerza de ser naifs- no aportan nada.

Time Train



Time Train (http://www.epimone.net/pieces/timetrain/index.html) del grupo Epímone es una obrita que combina unas imágenes de estaciones de tren (panorámicas circulares en Flash) con textos que van trasladándose por la pantalla y sonidos propios del ferrocarril. Las frases, los versos (en inglés) , se muestran de manera inconexa para que sea el lector el que intente buscarle un sentido o, posiblemente, sólo un impacto sentimental. El valor literario poético, al final de todo, no es gran cosa.

Game, game, game and again game

Game, game, game and again game (http://www.secrettechnology.com/gamegame/gamegamebegin.html) de J. Nelson es un divertimento que simula un juego de arcade de los más primitivos pero añadiendo, en este caso, textos (en inglés) y banda sonora (posiblemente, lo mejor). El lector puede usar los cursores para mover una esferita corretona e ir descubriendo los textos y pasando de nivel (hay 13 niveles). Puede entretener, como entretenían los primeros juegos de ordenador pero literariamente no es algo que permanecerá en nuestro recuerdo.

Impresión en papel de fondos digitalizados


La digitalización y la impresión en papel se dan la mano. La Biblioteca Nacional de España ha firmado un acuerdo de colaboración con la firma Bubok para publicaciones bajo demanda de los libros y documentos que forman parte de la Biblioteca Digital Hispánica (http://bibliotecadigitalhispanica.bne.es/R/). Con ello se consigue que el acceso en papel de los fondos ya digitalizados sea accesible a bajo coste. Muchos investigadores y personas en general prefieren el estudio en papel antes que en pantalla.

15/5/09

Tu ventana


Me gusta ver la ventana de tu cuarto iluminada porque me permite imaginar qué estarás haciendo en ese momento. Es posible que hayas ya cambiado la decoración de la alcoba porque hace mucho tiempo que no me invitas a compartir tus sábanas, tu piel cálida y el aroma del perfume de tu cuello. Prefiero pensar que todo está igual, con la cama con colcha de seda, la cómoda de nogal, las figuritas de escayola en los anaqueles y el espejo que tantas veces espió nuestros amores desmesurados. Me gustaba desnudarte junto a él, despacio, e ir descubriendo un territorio que, aún cien veces recorrido, siempre se me antojaba maravillosamente nuevo. La noche siempre era demasiado corta, el ansia de tu cuerpo siempre quedaba insatisfecho, sobre todo en los días de lluvia, cuando tanto te gustaba hacer el amor y me reclamabas de seguido. Van Morrison nos acompañaba algunos días. Schubert otros cuantos.

Cuando paso bajo tu ventana, iluminada, pienso que quizá estés leyendo poemas, tumbada sobre la cama, a la luz de esa lamparita forrada de seda que trajiste de la India y que dices que tanto te inspira. O, quizá, estés viendo la televisión, o aún dándote un baño como sueles hacer muchas tardes y el lecho esté esperándote, celoso del agua enjabonada que te envuelve. Quizá te hayas puesto ese pijama azul que te está tan grande pero que siempre usas. Me gustaba sorprenderte y abrazarte y palparte toda por encima de él, cuando lo vestías. O quizá – me gusta imaginarte así- estés desnuda añorando caricias y besos, tentada de aliviar tu anhelo con deseos imaginados y pasiones ensoñadas.

A veces, veo sombras y me entristezco al pensar que otro hombre disfruta de tu compañía y que me has olvidado.



12/5/09

Testigo de uno mismo

Testigo de uno mismo (Visor Libros, 2008) de Mario Benedetti es una obra sabia, de madurez, de esas que no contienen versos que se recuerdan en la primera lectura, donde no hay versos brillantes pero que contiene poemas profundos que necesitan ser digeridos con lentitud para que perduren. No es su poemario más hechizante, no será la colección poética más popular de Benedetti en el recuerdo general, pero es un placer leerla.

Testigo de uno mismo se estructura en tres secciones. Una primera compuesta de 80 poemas con profusión de verso libre, una segunda sección que alberga sus veinte Sonetos de un testigo, mientras que los últimos treinta poemas - Siembras y cosechas- presentan una gran libertad de composición. Benedetti, sin embargo, utiliza un recurso estilístico que seguramente no aporta casi nada, cual es sustituir las comas por barras inclinadas.

Se trata una obra que mira a la vida después de haber acumulado muchas experiencias, pero sin darla nunca por terminada. Por el contrario, se permanece siempre esperando nuevas sensaciones. Hay añoranza, sin duda, pero no por un tiempo pasado que siempre fuera mejor sino por las cosas buenas e importantes que a uno le suceden con los años, que por buenas deben ser repetidas y cuyo recuerdo nos da fuerzas para afrontar el futuro.

Con la vida, uno aprende a mirarse a sí mismo y no sólo a lo que sucede fuera de nosotros (En un Café, Soliloquio). Con los años se reconoce la superioridad vital de la bondad, de la sencillez, de la honradez ( A un hombre humilde).

Con la edad se aprecian la paz y la cordura pero siempre se echa de menos la pasión, el tumulto de un amor (Cosas del Viento o El ocio) y se es consciente de que conviene alejarse de la quietud, incluso cuando llega la vejez:


Llega un instante en que nos abandona
y allí nos deja quietos como estatuas
Entonces añoramos los ciclones
las turbulencias y los vendavales



Seguimos buscando la fascinación de lo prohibido (Prohibido):


Lo permitido nos aburre un poco
y lo prohibido es lo que más se quiere
Lo permitido enciende sus velitas
y lo prohibido viene con su duende.


Ya uno conoce que la vida es apuro, es lucha, es esfuerzo (A salvo); que se ha aprendido de todos y de todo, que todo ha sido útil, incluso los traidores o las propias traiciones (Un enemigo). Y siempre desea uno seguir aprendiendo (Aprendizaje) y conseguir que, con suerte, nuestro legado merezca el recuerdo de alguien querido cuando ya nos hayamos marchado (Lejanías, Soneto con los míos). Se es consciente de que la vida es breve pero es mucho mejor que la nada posterior (Pasajeros).


Y, a pesar de todo, por encima de todo, importa el amor vivido (Amor y adiós)


Ignoro si me espera un Más Allá
y lo callo a sabiendas/ como un rito
Importa lo que tuve entre las manos
y para mi congoja se deshizo
.










Los 7 pecados capitales: la lujuria


Odiaba despertarse de aquella manera. Siempre le molestaba hacerlo sobresaltada. A Susana le encantaba revolverse mimosa entre las sábanas durante muchos minutos, despertándose poquito a poquito, deleitándose en el propio placer de la somnolencia. Pero Carlos, su hijo mayor, había salido como un terremoto hacia su escuela. Ahora que jugaba en el equipo de baloncesto del colegio, acostumbraba a confundir el desayuno con el entrenamiento de modo que se entretenía botando y lanzando la pelota a cualquier pared mientras engullía las tostadas y bebía el café con leche. El portazo final había sido lo que definitivamente había despertado a Susana.

Miró el reloj. Eran las 10:30. Muy tarde. Nunca se levantaba tan tarde aunque, hoy, sabía el porqué de aquello. Súbitamente, los recuerdos y las imágenes de la noche anterior se agolparon en su mente. Una mezcla de excitación y de vergüenza se apoderó de ella. Se levantó y se dirigió al baño. Se volvió a mirar en el espejo. Temía que algo la delatara. Pero no, igual que en la noche anterior, su cambio era interno.

¿Podría mantener aquella doble vida? Por nada del mundo quería separarse de Marc y cada vez que recordaba su olor, sus ojos y su piel, sentía que deseaba volver a verle y a amarle. Aún así, no podía abandonar a su familia. Quería a sus hijos, quería también a su marido- no con la pasión que sentía por Marc- pero le quería. Su cerebro estaba sumido en las dudas.

Sonó el teléfono. Aún sin haberse despertado del todo, se dirigió mecánicamente hacia el aparador y descolgó:

- ¿Sí? ¿Quién es?
- Hola, mi ángel... ¿Ya te has despertado?
- ¡Marc! ...¿Estás loco? ¿Qué haces llamando aquí?
- No podía esperar más a oír tu voz. Tenía que decirte que fue maravilloso. Eres una mujer excepcional ¿lo sabes?

Se deshicieron en elogios el uno para con el otro. Palabras tiernas, dulces, elegidas de entre las que habitan en lo más hondo del corazón. Quedaron nuevamente para la tarde. Susana sabía que no podía justificar pasar dos noches seguidas fuera de casa, así que acordaron verse hacia las 2:00, después del almuerzo, con la esperanza de poder separarse para las 7:00. Serían 5 horas con él. Se verían en el parque.

La mañana pasó lenta, pesada. Susana se afanó en concentrarse en las tareas domésticas pero no lo consiguió. Cuando metía la vajilla en el armario se acordaba de la cena que tomaron juntos en la cama; cuando lavó unos pañuelos se acordó de los de él; cuando ordenó la habitación se vio a si misma haciendo algo similar en el hotel mientras Marc la besaba en el cuello. No podía borrar de su mente la imagen de aquel hombre y, sin embargo, sabía que debía intentarlo si quería salvar a su familia.

Apenas se maquilló. Él le había dicho que prefería sentir y oler su piel. Tan solo se marcó los ojos y se echó unas gotas de perfume. Se puso un vestido discreto, amarillo pastel. Fue andando hasta el parque.

Le vio enseguida, sentado en aquel banco que estaba medio escondido entre dos sauces. Se acercó hasta él y le beso, de sorpresa, en la nuca. Fue él el que se sobresalto esta vez.

- ¿Eh? Te estaba esperando - dijo Marc, y la atrajo hacia sí.

Susana se sentó a su lado. Se besaron. Fue un beso largo, interminable para dos personas de su edad, tierno, húmedo, sensual. Afortunadamente, nadie pasaba a aquella hora por el sendero.

- Te he echado de menos. Mucho, de veras...- susurró Marc - . No pensaba que ninguna mujer llegará a impactarme con tanta fuerza. En cuanto me descuido me descubro a mi mismo pensando en ti....Susana...me gusta decir tu nombre.

- Y , ¿te asusta pensar tanto en mí? - preguntó Susana.

- No lo sé...de verás, amor...no lo sé. Me da miedo. Me siento orbitando en torno a ti, sin ninguna capacidad de vivir solo. Yo, que siempre había sido tan independiente, me veo ahora atado a ti, a una mujer casada... con la que no puedo tener un futuro....- se quedó cortado, sin saber como seguir.

Susana calló como si estuviera buscando una respuesta que no le hiriera.

- No tienes más miedo que yo, Marc...de veras, yo tengo mucho más. Al fin y al cabo, soy yo la que estoy poniendo en juego mi familia. Pero no puedo dejar de pensar en ti. No puedo. Siento escalofríos cada vez que te veo y no quiero arrebatar a mi vida esta oportunidad....por eso vengo a ti, una y otra vez. Por eso, ayer por la noche me sentí más mujer que nunca en tus brazos.

Se besaron otra vez. Largamente. Ya eran mayorcitos para creer en el amor a primera vista o en cuentos de hadas, pero su pasión era instantánea, auto alimentada en cada segundo que estaban juntos, poderosa.

- ¿Se dio cuenta de algo tu marido, cielo? - dijo Marc

- No, no...no creo. Pero no puedo salir de casa todas las noches y volver al amanecer después de haber hecho el amor tres veces- Susana rió y le acarició el pelo. Le gustaba hacerlo. Siempre lo llevaba despeinado y ello le daba una imagen de bohemio despistado que apasionaba a Susana.

- ¿Te irías conmigo? - preguntó Marc

Tardó en contestar. Susana no paraba de mirarlo, de escrutarlo, de recorrer con sus ojos cada una de las curvas de su cara, de pensar en todo su cuerpo, de sentir la excitación que aquel hombre le producía.

- No ...- murmuró sin que apenas se le oyera - No puedo. No me lo perdonaría a mi misma. Destrozaría mi familia y ellos no lo merecen.

Marc no contestó. Seguramente esperaba aquella respuesta pero una negativa siempre era difícil de aceptar. Susana le besó. Esta vez fue casi un roce de labios.

- Te adoro, Marc. De veras. Nunca he sentido por nadie la pasión y el deseo que siento por ti pero sé que esto pasará. Siempre pasa. Y entonces, habré destrozado la vida de ellos, la tuya y la mía. No, no puedo. Dios sabe que lo deseo con toda el alma, pero no puedo.

Permanecía cabizbaja, sin atreverse a mirarle fijamente a los ojos. Le estaba rechazando. No, peor. Le estaba utilizando. Quería disfrutarlo, tenerlo entre sus brazos, que le hiciera el amor una y otra vez pero, después de eso, dejarle y volver a su nido. Y Marc se daba cuenta.

- Me siento mal - dijo, por fin, Marc - te quiero y quiero que estés conmigo. No puedo vivir teniéndote solo cuatro horas al día. Te necesito a mi lado, siempre cerca de mí. Que seas mía. Necesito saber que sólo haces el amor conmigo, que duermes conmigo, que piensas en mí.

- Sabes que sólo pienso en ti, mi cielo. Dios sabe que es así - Susana le sonrió y le volvió a peinar el cabello.

- Sí, piensas en mí pero te acuestas con tu marido. Piensas en mí pero vives con otros. No. No es justo, Susana. No es justo. Quiero más, quiero todo.

- No puede ser, no puede ser...no me lo pidas más...por favor - Susana susurraba - no podría resistir la tentación si sigues haciéndolo. Me iría contigo. Si me lo pides más, me iría contigo...y no debo, no debo. ¿No lo comprendes, Marc? ¿No comprendes que debemos vivir nuestro momento pero que no podemos confiar en que dure?

Marc sí comprendía aunque no deseaba aceptarlo. Él había estado también casado durante cuatro años hasta que se separó de su mujer. Sabía que el amor podía pasar. Ahora le parecía una locura pensar que su pasión y su amor por Susana pudieran acabar algún día, pero intuía que podía ocurrir.

Sabía también que ella estaba jugándose mucho en la aventura. Sintió que no era justo pedirle que abandonara todo. Entre otras cosas, porque él mismo tampoco estaba seguro de que podría ofrecerle todo, siempre.

La besó. La besó con todo su amor.

- Ven, ven...vamos a mi casa. No sé si puedes vivir o no, conmigo. No sé si es justo pedirte que te vengas conmigo o no. Pero te deseo, te deseo mucho. Te amo con locura en este momento y quiero que estés conmigo ahora. Mañana, ya veremos.

Susana no contestó. Se levantó, le cogió de las manos y lo levantó a él. Corrieron hasta un taxi. No se dijeron nada. Sabían lo que pasaría a continuación, lo deseaban y lo esperaban.

El trayecto fue interminable. Apenas duró 10 minutos pero les pareció interminable. Pagaron y dejaron una pequeña propina. El taxista les miró extrañado de tanta prisa y de tantos arrumacos que se hicieron. No eran unos críos. Subieron corriendo por la escalera, riendo juntos, sin esperar al ascensor.

El apartamento de Marc era pequeño pero decorado con gusto. Una entrada con una mesita, un teléfono y aquel barquito en botella que Susana le había regalado. Un cuadro de un paisaje con gaviotas sobre un faro, en la pared de enfrente. Mas allá, sólo tres puertas. Una para el baño, otra para la cocina y otra para la habitación. Entraron, sin detenerse, en la alcoba y se dejaron caer sobre la cama. Sin desvestirse, se abrazaron y se besaron por largo tiempo. Les gustaba meter sus lenguas en la boca del otro, juguetear con ellas y tratar de entrelazarlas. A Marc le encantaba también morder la punta de la nariz de Susana, suavemente.

Ella se levantó.

- No te muevas - le dijo con una sonrisa sugerente.

Marc, obediente, se tumbó de espaldas sobre la cama con sus manos en la nuca. Reía y se deleitaba con ella.

Susana se pasó las manos por sus caderas y sus muslos. Contorneándose. Se descubría a ella misma haciendo cosas que creía que sólo pasaban en las películas. Y se sorprendía de cómo con él, sólo con él, no sentía vergüenza ni rubor y disfrutaba de un erotismo que jamás había vivido antes.

-¿Te gusta?

- No te imaginas cuánto - respondió Marc - y silbó ruidosamente dando su aprobación.

Susana se levantaba y bajaba la falda alternativamente pero, en cada ciclo, se la subía un poquito más. Marc podía ver sus muslos, tersos y blancos. Aquellos muslos que adoraba tanto.

Susana se volvió. El contorneo de las nalgas de aquella mujer excitó mucho más a Marc.

- Vamos, amor - desnúdate. Te deseo. Te quiero conmigo- pidió Marc.

Ella se desabrochó lentamente el escote, sin hacerle caso. Sus pechos asomaron por entre la tela. El vestido cayó. Marc vio sus pezones transparentándose a través del satén del sujetador y su vello púbico a través de sus braguitas. Se volvió y, aún contorneándose, se fue bajando la ropa interior poco a poco. Cuando estuvo desnuda de cintura para abajo, aún sin volverse, fue abriendo sus piernas y desabrochándose el sujetador. Marc estaba muy excitado y se había desnudado sobre la cama.

Susana estaba desnuda. Como si bailara, fue doblando sus rodillas hasta ponerse en cuclillas delante de Marc y este no aguanto más. Se levantó, y agachándose junto a ella, a su espalda, puso una mano entre sus piernas y le acarició su sexo. Estaba mojada, muy mojada. Susana se había excitado también con su propia exhibición. Siguió masturbándola mientras le besaba la espalda, los hombros y la nuca. Ella suspiraba. Marc sentía que gemía de verdad, de placer intenso. Y él mismo se excitaba más y más viendo como la mujer respondía a sus caricias.

Se levantaron y se abrazaron. Fueron a la cama. El la penetró enseguida. Ninguno podía aguantar mucho más. Ella enroscó sus piernas en torno al cuerpo de él. No dejaron de besarse en todo el tiempo que duró el coito. Abrazados, besándose y moviéndose como posesos. El sudor les corría por la piel y se dejaron llevar sin pensar en nada más que en el instante que vivían.

Ella tuvo primero su orgasmo. Sus muslos se tensaron en torno a él y dejó escapar un gemido que, aunque nada espectacular, indicó a Marc que estaba alcanzando su éxtasis. Él tardó un par de minutos más. Cayó sobre ella con todo su peso pero a Susana le gustó. Le abrazó. Le gustaba sentirse apresada por Marc, entre su pecho y las sábanas de la cama. Le paso las uñas de sus dedos por la espalda, como en un masaje lento y él susurró de placer. Sonidos ininteligibles pero placenteros.

Por fin, él se tumbó a su lado. Se abrazaron.

No necesitaron decirse palabra alguna. Vivían sobre la marcha, aunque sabían que necesitaban asimilar su relación, decidir qué hacer y controlar su pasión. Aquella tarde no lo lograron y volvieron a hacer el amor.

Susana llegó tarde a casa. Comenzó a preparar la cena. Sólo pensaba en Marc. Marc sólo pensaba en ella.

Pizarras digitales


Las pizarras digitales podrían llegar a sustituir los encerados convencionales en un futuro próximo. Estas pizarras son en realidad un gran monitor táctil conectado a un ordenador y a Internet. Permiten, asimismo, escribir sobre ellas con un lápiz electrónico o un puntero.

Todas las aplicaciones del PC están disponibles y, además, cualquier duda que surja dentro del aula puede ser consultada on-line vía Internet. También es posible mostrar en la pizarra lo que algún alumno está desarrollando o escribiendo en ese momento para ser compartido por el resto.

En el ámbito de la enseñanza de la literatura, sus ventajas son evidentes. El profesor puede mostrar recursos en tiempo real, puede saltar de una obra a otra e incluso puede hacer que sus alumnos salgan al tablero y modifiquen textos o re-escriban a grandes autores. Al cabo, sólo prácticando se llega a ser escritor.

En estos sitios (aquí y aquí) pueden verse pantallas/pizarras de este tipo.


10/5/09

Digital Freedom




Freedom on the Net
(
http://www.freedomhouse.org/uploads/specialreports/NetFreedom2009/FreedomOnTheNet_FullReport.pdf ) es un interesantísimo ensayo de la Asociación Freedom House de Estados Unidos en donde se analizan las amenazas que cuelgan sobre la libertad de expresión en Internet. Estudia los sistemas tecnológicos de control y espionaje del flujo de datos, los obstáculos más o menos declarados, el bloqueo estatal de diversas tecnologías o accesos, la censura, la limitación de contenidos, así como las cada vez más agobiantes leyes que muchos Gobiernos están implementando. En el necesario, y siempre delicado, equilibrio entre la libertad y el control del libertinaje, puede que nos estemos decantando hacia la no libertad. Parta evaluar el grado de libertad en la red, el texto determina 19 indicadores con los cuales se califica a cada país. El ensayo aborda asimismo la situación en diversos países. Es interesante la conclusión de que allá dónde hay restricciones de acceso a la información en red, también la hay en la información en papel por lo que más parece un fenómeno social y político (y existente siempre) que específicamente digital.

Puede leerse también
este post con reflexiones que ahondan en el asunto.

Book Butterflies


Book Butterflies (
http://www.findelmundo.com.ar/mariplib/introeng.htm ) de Belén Gache es una obrita sencilla en la que se recopilan textos de la literatura mundial que hablan de las mariposas y a los que se accede a través de enlaces representados por imágenes de dichos insectos. Es una obra abierta que puede irse ampliando en la medida que la propia autora o colaboradores externos vayan encontrando más textos que citen a las mariposas.