8/6/09

El ojo de Udyat





La nieve había cubierto las calles hacía semanas y el río Neva se había helado de modo que algunos chicos habían bajado a patinar sobre él. Al coronel Santanov siempre le había parecido que San Petersburgo era mucho más bello en invierno, cuando la luz se reflejaba sobre el hielo y el azul del cielo teñía la ciudad de un aura extraña y mágica. Aquel día, sin embargo, Santanov no se percataba de nada de ello y se dirigía deprisa hacia la central de inteligencia de la avenida Nevski. Si las informaciones que le habían transmitido eran ciertas, quizá no hubiera más bellos amaneceres sobre el Ermitage. Bajó del coche oficial, saludó al soldado que hacía de centinela y tecleó su contraseña secreta en el frontis de la puerta blindada. Con un ruido de cerrojos, se abrió una mampara metálica y Santanov entró en la sala.

- Ah! Coronel Santanov. Sea bienvenido, – el general Yaskev le tendió la mano, al tiempo que otros cuatro militares de menos graduación le saludaban marcialmente- creo que conoce a todos los presentes: Karpov, Illinenko de la Marina, Rosiev y Kartunrin del mando central de las fuerzas nucleares.Hubo unos breves saludos, se sirvió un café caliente y el general les pidió que abrieran sus informes.

- Señores, seré breve porque todos conocen la situación. Un número indeterminado de cabezas nucleares ha sido sustraído de la base de Vladivostok. Por supuesto, nuestras tropas han formado un cordón de seguridad alrededor de las instalaciones y todo nuestro personal de los servicios secretos se halla buscando alguna información que nos pueda decir quién ha robado las armas, cuántas han sido robadas y dónde se encuentran.


- ¿Americanos? ¿Chinos? – interrumpió Illinenko.

- No lo sabemos. Nuestro servicio de inteligencia se inclina a pensar que pueden ser terroristas. Lo cual, como es fácil comprender, hace todo esto aún más peligroso. Si una bomba nuclear fuese detonada en, digamos, Nueva York… ya saben lo que ocurriría.


- Terroristas que se comunican en clave, por lo que parece – dijo Karpov


- Así es – contestó el general- La única información que tenemos es un mensaje interceptado a un hombre que murió ayer en un hospital, de cáncer fulminante. Un tumor tan acelerado sólo puede ser debido a haber estado en contacto con una potente fuente radiactiva lo que nos hace creer que el sujeto tenía algo que ver con la desaparición de las armas. La nota estaba en su ropa. Es claro que se trata de un código secreto pero no logramos entenderlo. Pueden leerlo en el dossier.


Santanov tomó la copia que tenía en su carpeta y se preguntó qué sentido tenía todo aquello:



En el infinito sabrás cuán grande es el conjunto y en su nombre conocerás dónde se encuentra.



- ¿Qué es este dibujito? – se sonrió Rosiev- parece un jeroglífico. Igual son los árabes, los egipcios, los que están detrás de todo este asunto. ¿Y este texto de novela barata de miedo? Infinitos, conjuntos…suena a matemáticas o a astrología, ¿no?


- Quiero que se pongan a trabajar inmediatamente – la voz de Yaskev se había tornado dura e imperativa-. No es fácil ocultar una cabeza atómica porque allá donde esté dejará un rastro radiactivo que nuestros hombres y nuestros aviones podrán detectar. No hay duda de que, con tiempo, las encontraríamos todas. El problema aquí, señores, es precisamente el tiempo. Nuestro país es enorme y para saber dónde se hallan necesitaremos mucho tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que no sabemos cuántas bombas han sido robadas. Y, si antes de que las encontremos, alguna explota…habremos muerto todos al día siguiente. Señores, amigos, camaradas, necesito todo su esfuerzo.



Santanov regresó a su despacho con la profunda inquietud del que se sabe frente a un terrible destino y no tiene fuerza alguna para cambiarlo. Estaban en manos de aquellos terroristas. Quizá hubieran sustraído una sola bomba. ¿Pero si fuesen diez? Precisarían meses para encontrarlas y seguro que mucho antes harían estallar alguna, llevando a la Humanidad al desastre.

No había desayunado y estaba hambriento. Pidió a su asistenta que le trajera un poco de sopa y un filete. Su padre siempre le había enseñado que se piensa mucho mejor con el estómago lleno. Lo comió con ganas. Al terminar, apartó la bandeja y se puso a mirar fijamente el mensaje interceptado. ¿Qué significaba aquel dibujo? Lo cierto es que parecía un imperdible o un gancho de algún tipo. Quizá los ladrones usaban grúas con garfios para levantar las bombas. ¿Y aquel galimatías de conjuntos infinitos? ¿Habían robado infinitas bombas? No. No. Todo aquello era una locura. Estuvo dándole vueltas durante dos horas y sólo consiguió que le volviera a entrar hambre, así que llamó a Maria Antoniova, su criada, para que retirara la bandeja de la comida y le trajera otra con un buen pedazo de tarta para merendar. Era una mujer mayor, quizá más de sesenta años, oronda, y siempre con los mofletes sonrojados. Entró, saludó al coronel, recogió la bandeja y se quedó mirando el dibujo. Santanov se asustó por haber sido tan indiscreto y dejado un documento secreto a la vista de una sirvienta. Ella, no obstante, rió y le dijo:


- Ah, señor, ya veo que hoy no tiene muchas ganas de trabajar y se dedica a resolver acertijos del periódico. Diga que sí, que con este frío sólo apetece divertirse un poco. Pero – miró otra vez al dibujo- no me diga que no sabe resolver este. Es muy fácil. ¡Seguro que es de la Gaceta del Neva que siempre los pone muy sencillos! Este es el ojo de Horus. Lo sacan muy a menudo en las adivinanzas.

¡Horus!- pensó el coronel- ¿Estará en lo cierto esta vieja loca? Corrió a la biblioteca y rebuscó en todos los libros que pudo. Efectivamente aquel dibujo era un ojo, el del dios Udyat. Y toda la clave del asunto debía estar en él. Ahora que ya tenía una pista segura, debía esforzarse en solucionar aquella pesadilla.



No serían ni las seis de la mañana del día siguiente cuando el general Yaskev recibió la llamada de Santanov. ¡Lo tengo!, le había dicho al tiempo que había pedido una reunión y que se enviaran tres o cuatro divisiones especializadas al Cáucaso junto a aviones radar de detección lejana. Todo estaba en marcha para cuando empezó la junta.

- Usted dirá querido Santanov. ¿Es cierto que ha resuelto el enigma? Por favor, díganos todo lo que ha averiguado – le pidió el general-. Tengo a medio ejército en el Cáucaso por su culpa.

Santanov se levantó y se colocó enfrente de una pizarra. Por supuesto, ocultó que la idea se la había dado su sirvienta porque tampoco era cosa de que se burlaran de él.

- Verán, señores. Comprobé ayer que este dibujo corresponde a un símbolo egipcio que representa al ojo del dios Udyat. Me van a permitir aburrirles con algo de mitología pero es imprescindible para que comprendan la situación. Udyat era uno de los dioses egipcios más antiguos. La leyenda contaba que era hijo de Osiris el cual fue asesinado por su propio hermano, el dios Seth. Udyat quería vengar la muerte de su padre y, así, entabló combate con su criminal tío. La lucha entre los dioses fue terrible y, en la batalla, Udyat perdió un ojo que le fue reconstruido usando otro arrancado a un halcón, un ojo mágico con el cual podía ver incluso el futuro y todo aquello que estaba escondido.

- ¿Quiere ir al grano, Santanov? El tiempo corre en contra y todas estas historietas no nos llevan a ninguna parte – interrumpió Karpov.

- Al contrario. En este ojo está la clave de todo. A Udyat le llamaban también Horus. ¿Y saben qué significa ese nombre?.... “El elevado”. Señores, han escondido las bombas en el lugar más elevado del país. Recuerden la nota: “y en su nombre conocerás dónde se encuentra”.

- ¡El Cáucaso!- exclamó Yaskev- Ahora entiendo el porqué de mandar al ejército allá.

- Pero seguimos sin saber cuántas bombas han robado – terció Kartunrin.

- Lo sabemos. – contestó ufano el coronel Santanov- El ojo no sólo representaba al dios. También sirvió durante siglos para contar el volumen de grano que cabía en los depósitos del reino. La unidad era el khar pero esta representaba una gran cantidad de trigo de modo que los funcionarios reales necesitaban otras unidades más pequeñas que eran fracciones del khar. Vean este dibujo, por favor:





- Como observarán- prosiguió Santanov- cada parte del ojo representaba en el antiguo Egipto una de las diversas fracciones que se usaban para repartir los cereales. Cuando un labriego debía recibir cierta cantidad le daban un recibo con uno de los trazos, el cual representaba cuánto trigo o cebada debía de tener. Por ejemplo, si debía ser pagado con 1/64 de khar, recibía un pedazo de arcilla con la marca:


- Pero esto no nos lleva a ninguna parte- dijo Kartunrin-. No irá a decirnos que tenemos que buscar un octavo de bomba o un medio de bomba. Seamos serios, Santanov.

- No, no lo entiende. Si se fijan bien, el ojo incluye una serie de términos que empieza en 1 y sigue con ½, ¼, 1/8, 1/16, 1/32, 1/64…. Así podría seguir hasta el infinito. Recuerden la nota: “En el infinito sabrás cuán grande es el conjunto”. El mensaje nos está diciendo que sumemos infinitos elementos. Se trata de una serie geométrica cuya suma de términos, como seguro que recuerdan, - Santanov escribió en la pizarra - se puede formular como:



- Señores – concluyó Santanov- estamos buscando dos bombas que están ocultas en los montes del Cáucaso. Como decía el mensaje en clave, en el infinito hemos sabido cuán grande es el conjunto… de bombas. El conjunto es de dos. Simples matemáticas, camaradas.

Sólo cinco horas después, los aviones de detección radiactiva localizaron dos focos cerca del monte Elbrus que fueron rápidamente rodeados por fuerzas especiales del ejército que saltaron en la zona desde helicópteros. Una hora más tarde todo había concluido. El asalto fue silencioso y eficaz, las bombas fueron recuperadas y diez insurgentes quedaron detenidos. No hubo bajas. El caso nunca salió a la opinión pública y a los periódicos se les dijo que se habían desarrollado unas maniobras rutinarias ya previstas desde meses atrás. Santanov fue ascendido a general y, desde entonces, prestó mucha más atención a los cotilleos de su sirvienta Maria Antoniova.






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