20/3/10


Memorias de tí





    Y un puerto en calma,
    con pesqueros amarrados a los bolardos.
        Perfume de salitre y espuma,
        de caracolas y pecios lejanos.
                             Y olas mansas
        acariciando las rocas del malecón.
                            Brisa de seda.
        Reflejos de farolas distantes
        rielando en las aguas.

 

    Soledad de marinos.
    Soledad cuando no estás.
             La nostalgia del mar que llama,
             la nostalgia de tu cuerpo.
  

    Un sendero, a la orilla de la bahía,
    adornado con luceros tenues,
    lleno de arrullos de insectos nocturnos.
    Con las sombras de las hojas,
                    verdes y nuevas
    de la primavera entrante,
    bailando entre la oscuridad temprana.

 
    Orión en lo alto. Lo mirábamos juntos.
    Dijiste- sí, lo veo, ahora lo vemos juntos-.
    Y contesté – esa es Betelgeuse.
                     Se está muriendo-.
    Y me miraste como si las estrellas
                   no pudieran extinguirse.
    Y Sirio, a la izquierda, brilló más al verte.
                Y Casiopea se engarzó en tu pelo.






Yo
     Sentados frente al mar tranquilo.
     Mi brazo en tu hombro.
     De tanto en cuanto, un beso en tu mejilla,
                               o en tus labios.
     Siempre tu perfume cerca.
 
     Me miraste. Te miré.
     Un avión cruzó por entre las Pléyades azules.
     Las casitas estaban decoradas
                con ventanucos brillantes.
                Dentro, titilaban vidas y cuitas,
                               amores y afrentas.
      Pasaron unos chicos veloces,
                  jugueteando con sus bicicletas.
      Un vaporcito de motor viejo
      y madera mil veces calafateada
      llamó nuestra atención
      con su traqueteo torpe.
      El pescador, en pie, con una red en su mano.
      Nos miró y supo que nos amábamos.
 

      El universo giraba en torno a tus ojos.
                  Que eran dos estrellas más.
                  Las más hermosas. Las más amadas.
      La luna, recién nacida,fina,
      como un hilo de plata
      curvado en forma de cuna.
             Para acunarte a ti,
             como mis brazos lo hacen
             en las noches que son buenas.
 
             Buenas son cuando estoy contigo.
 

      Vino blanco en las copas,
      un postre de miel
          -como el color de tus ojos-,
           un primer plato compartido.
           Todo sabe mejor
                 si es compartido contigo.
 
      El enigma de tu conversación
      que me envuelve dulcemente.
      No puedes imaginar
      cuántas veces recorro
      el perfil de tu rostro
                          mientras te escucho.
      Absorto. Embrujado por ti.
 

      Una montaña de acero
      se arrastraba perezosa
      hacia la bocana del puerto.
      Silenciosa,
      como si levitara sobre las aguas.
      El remolcador con sus dos luces,
                         verde y roja,
      apenas existía frente al leviatán.
      David guiando a Goliat.
 
                      Tú guiándome a mí.
 
      Arriba, muy arriba,
      unas claraboyas iluminadas.
      Siluetas de almas que viajaban lejos.
      Quizá a encontrar añorados amores
      en otros puertos, en otros océanos. 
      Un marino fumaba un cigarrillo
                  y nos miraba con envidia.
 
      Nosotros le envidiábamos a él  
 
         Hubiéramos embarcado juntos,
                    para cruzar el mar
                       y encontrar nuestro lugar.


 
 








 
 
 
 
 
 














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