24/4/11

Me gusta esperarte







Me gusta esperarte cuando sales del trabajo. Es una sensación contradictoria porque a la vez que me inundan las ansías de verte ya, - inmediatamente, como los niños quieren las cosas - , de que salgas por la puerta, me llena la inmensa tranquilidad de que voy a tenerte dentro de nada, en un ratito. Ya te lo he contado muchas veces. Si sé que voy a tocarte, a abrazarte, a besarte, las horas pasan felices aunque estén llenas de inquietudes y de porfías. Porque, si al final del día, voy a descansar en tu sonrisa, en la contemplación de tu rostro amado, en tu voz protectora, nada de lo que ocurra fuera de eso es realmente importante. Me haces sentir fuerte, orgulloso, confiado, vanidoso de tenerte, mejor que lo que nunca podría ser solo.

Me gusta esperar a que salgas del trabajo y marcharnos lejos como lo hicimos el otro día. Conducir tranquilos, hasta otra ciudad, perdernos en las calles y buscar nuestro destino sin importar realmente dónde se encuentre porque lo que realmente adoro es hacer el camino contigo, transitar la vida junto a ti, que la vereda sea dilatada, que el tiempo se congele, que la autopista se haga eternamente larga, con una mano siempre acariciando la tuya mientras manejo el volante con la otra, sin atender a que la DGT pueda enfadarse por así hacerlo.

Me gusta esperar a que salgas del trabajo y cenar juntos, frente a frente, acompañados de dos copas de vino blanco y mucho pan, compartiendo el primer plato- elige tú, no anda, elige tú-, atún asado de segundo, con camareros que nos envidian. No puedo evitar extender mi mano cada poco, cruzar la mesa, y reclamar la tuya por un instante para sentir el tacto cálido de tu piel, para cerciorarme de que no eres un espejismo o algún hada sutil e inmaterial. Y, lo cierto, es que el mundo conspira con nosotros para dejarnos solos, tranquilos, íntimamente cercanos. O quizá sea que elegimos restaurantes poco populares.

Me gusta esperar a que salgas del trabajo y recrearme en tu carita, en tu reír a boca llena, en saber cómo te fue el día. Y, luego, amarte despacio, derramarme en ti, sentir tu respirar agitado bajo mis caricias, construir caracolas y rizos con tu pelo, perseguir tus labios y la delicada silueta de tu cuello y de tus hombros, dibujar una y mil veces el perfil de tu espalda.

Me gusta esperar a que salgas del trabajo como a la noche le place aguardar a que luzcan las estrellas para engalanarse.










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