30/6/17

ACM Hypertext 2017 ‎




Entre el 4 y 7 del próximo mes de Julio se celebra la conferencia ACM Hypertext 2017 , en esta ocasión en Praga, la capital checa. Este año se hace especial énfasis en la evolución de la web semántica y la aplicación del hipertexto en la misma.

Además de las ponencias, tendrán lugar diversos talleres sobre hipertexto y narrativa digital con la presencia de autores y expertos.  

 A la página del evento se accede desde este enlace.


28/6/17

Buscador de sonetos



Los medios digitales permiten ordenar, buscar y mostrar a grandísima velocidad un Corpus enorme de textos, lo que capacita a los aficionados o filólogos para realizar análisis mucho más pormenorizados o, simplemente, para disfrutar de obras que no conocíamos.

La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes incluye una aplicación que permite estudiar y leer todo el Corpus de sonetos (y otros tipos de estrofa) del siglo de oro español. El buscador es potente posibilitando localizar un soneto por autor, por título, por verso, por métrica, etc. 

Puede disfrutarse desde este enlace.


27/6/17

Étoile




La primera vez que Tomás presionó una tecla de un piano fue a la edad de doce años. Era verano y sus padres, Mateo y Clara, le habían llevado a visitar a un pariente que poseía una pequeña empresa de lavandería en la capital. Las cosas no habían ido bien con la cosecha en el pueblo, dos tormentas de piedra casi seguidas habían arruinado los cultivos y la ya siempre escasa economía familiar era insuficiente para sobrevivir hasta el año siguiente. Así que, haciendo de tripas corazón, venciendo el orgullo y la vergüenza que les daba humillarse, el matrimonio decidió pedir ayuda al tío Julián, que así se llamaba el empresario. Este tenía ya más de sesenta años y su rostro estaba arrugado y poblado de manchas. Era un tipo duro, impasible ante desgracias ajenas, que sólo miraba por su negocio. Este no era gran cosa si se comparaba con las grandes cadenas de limpieza pero le daba para vivir holgadamente, mantenía una veintena de puestos de trabajo mal pagados y le hacía creerse el presidente del Círculo de Empresarios. Más por humillar a Mateo que por compasión, accedió a contratarle para ayudar con las máquinas y hacer entregas a lo ancho y largo de la ciudad por una paga casi esclavista. Los padres de Tomás no tuvieron más opción que aceptar.

Si bien el viejo resultó ser despreciable, su esposa, la tía Matilda, fue siempre amable con todos y muy afectuosa para con Tomás. El mismo día en que llegaron para suplicar ayuda, la tía separó al niño de la conversación entre adultos y lo llevó a la habitación del fondo del pasillo, donde había un viejo piano vertical con alguna que otra tecla mal afinada. Encima de él, había un cartel enmarcado que anunciaba un concierto de Bill Evans en el club Étoile, un souvenir que los tíos habían comprado en su viaje de novios a París. Para entretener al chiquillo, le sentó en sus rodillas e interpretó un par de canciones sencillas, de esas en do mayor que no requieren saber saltar entre teclas negras. Tomás descubrió aquel día la que sería su vocación futura. Habría de recordar siempre como un milagro el sonido que escuchó cuando pulsó la primera tecla que, sólo muchos años después, supo que había sido un sol bemol. También recordaría siempre el afiche colgado frente a él, con aquel hombre con gafas, serio, circunspecto, algo soñador, que miraba al piano como si estuviera poseído.

Como que la tía viera que el niño mostraba mucha ilusión y quizá para aliviar su soledad, solicitó a los padres que, cada tarde, Tomás pasara un par de horas en la casa. Ella – dijo- le ayudaría con las tareas escolares y podría merendar copiosamente. Sus padres aceptaron, a medio camino entre estar convencidos de que aquello era bueno para su hijo y entre entender que era una orden de la patrona.

Dos años después, cuando a base de muchos esfuerzos, la familia logró reunir algún dinero, el padre se atrevió a mandar al cuerno al tío Julián, buscarse un empleo mejor remunerado y alquilar un pequeño ático en la calle Lazcano. Aquella decisión fue una tragedia para Tomás. Se había acostumbrado al chocolate con bollos de cada tarde, a las pesetas que su tía le daba a escondidas, al ambiente cómodo de la casa ajena y, sobre todo, se había aficionado al piano. Sin duda, tenía cualidades innatas porque con la poca instrucción que la tía Matilda había podido darle, sabía ya solfear ágilmente y su destreza en el teclado superaba por mucho a la de la vieja señora.

El enfado le duró apenas unos pocos meses porque pronto encontró la manera de proseguir con su encontrada afición. En el instituto daban clases gratuitas de música fuera de las horas lectivas y, mientras sus amigos jugaban al fútbol, él se dedicaba a mejorar su técnica. Pronto resultó evidente que el chico tenía madera y su profesor se esmeró en enseñarle todo cuando él sabía. Le recomendó proseguir sus estudios en el Conservatorio pero ni sus padres tenían dinero para pagarlo ni él – al que la llamada de las mujeres ya le había atrapado- tenía intención de someterse a una enseñanza reglada. Soñaba con convertirse en un gran músico autodidacta, abrir su propio club al que llamaría Étoile, como el del cartel que viera años antes frente al piano de su tía. No le amilanaban ni la falta de dinero ni la ausencia de ayuda, soñaba que algún día tendría su propio local.  

La oportunidad le vino en el Caledonian, un pub en el que los fines de semana se daban sesiones de jazz llevadas a cabo por intérpretes locales. Una tarde vio que solicitaban personal para limpieza y para atender la barra. Consiguió el empleo. Durante varias semanas se limitó a su papel de pinche o camarero ayudante, teniendo que conformarse con escuchar lo que los otros músicos tocaban los fines de semana. Un ángel debía protegerle porque, a los tres meses, entró el jefe del local hecho una fiera.

- Es todo una mierda. ¡Me ha dejado colgado el muy cabrón! – refunfuñaba el tipo, con las mejillas rojas de rabia.
- ¿Qué ocurre, jefe? – le preguntó Charly, el camarero de mayor edad.
- El pianista. Me dice que tiene un viaje urgente. Ese mierda va y se atreve a decirme que me deja esta noche el local sin música y se queda tan pancho. Juro que en su vida va a pisar ni este ni ningún club de la ciudad.
- Pues busque un sustituto, ¿no? – sugirió Charly.
- ¿Y de dónde lo saco? Son las tres de la tarde, en cinco horas debe empezar la jazz session. ¿De dónde cojones saco yo un pianista capaz de improvisar ante cien espectadores? ¡eh! ¿De dónde?

Fue instintivo. Tomás dejó la fregona con  la que limpiaba por debajo de las mesas, se quitó el delantal y se sentó al piano. Lo abrió con parsimonia, pasando el dedo a lo largo del borde de la tapa. Movió un poco la banqueta para acomodarse mejor y colocó las dos manos en el teclado. Sin saber por qué tardó varios segundos en comenzar, bajo una responsabilidad que jamás antes había sentido. Tres acordes seguidos, una tónica y dos de sexta aumentada, una disonancia atrevida que, sin embargo, resultó cercana. Eligió una tonalidad introspectiva, sol menor, y se dejó llevar.

El dueño dejó de bramar, apartó el cigarro de la boca y se le quedó mirando. Vio que Charly iba a hacer alguna gracia y con sólo su mirada le detuvo. 

- ¿Y dónde has aprendido tú a tocar así? – preguntó con sincero interés.

Tomás no respondió, en parte por prorrogar la magia del momento, en parte porque estaba ensimismado en encadenar cadencias y acordes en un ritmo sincopado particularmente imaginativo. 

- Eres bueno, chaval -, le dio un manotazo en el hombro -, ven a mi oficina. Tenemos que hablar.

Quizá corrió un riesgo innecesario pero, sonriendo para sí, Tomás no se levantó inmediatamente sino que se tomó un minuto en cerrar la frase musical y terminar con varios arpegios en pianísimo.

Cuando cumplió los veintiséis era un músico apreciado que trabajaba de manera regular cada fin de semana y varios días laborales, que se había creado una reputación como buen improvisador y que, en ocasiones, colaboraba con Jerry, al contrabajo, y Marco, a la batería, para ofrecer algún concierto en trío. Sin embargo, no acababa de asentarse. De aquí para allá, persiguiendo más faldas de las que podía atender, dilapidando lo que gastaba, nunca encontraba la ocasión para ahorrar, para lograr su sueño.

- Ya verás – le decía una noche a una morena de caderas anchas, pelo rizado y sonrisa tierna que descansaba desnuda en su cama -, un día lo abriré y será el club más famoso del país.
- ¿Qué abrirás? – le preguntaba ella mientras le peinaba el revuelto pelo con sus dedos.
- El Étoile
- ¿Eso es francés?
- Sí, significa estrella, allí empecé yo – pensó que lo que decía no era mentira, que en realidad ese había sido su debut, aquel dedo que se posó sobre la nota sol bemol en brazos de su tía y bajó el cartelón del concierto de Bill Evans.
- Eres un soñador – le decía ella.
- Tendrá un escenario, pequeño pero suficiente para un cuarteto; un buen Steinway, algunas luces de esas que hay ahora que pueden controlarse con un aparatito desde el mismo piano; una escalerilla para subir porque a mí me gusta estar junto a mis oyentes…. Y, abajo, el bar, una barra agradable, unas mesas donde servir incluso algunos sándwiches, luces siempre amarillas, con candiles alrededor…


Casi con las mismas palabras, contó su sueño a nueve mujeres más a lo largo de los años. Unas le creían, otras le escuchaban como quien escucha a un niño escribiendo la carta a los Reyes Magos, otras se reían de él y alguna que otra le ayudó con dinero que él malgastó. El Steinway seguía en los catálogos que releía una y otra vez. En su imaginación había perfeccionado su sueño que seguía siendo eso, un sueño. Podía dibujar de memoria cada rincón del Étoile, cada color, la forma de cada silla, recitar cada botella que planeaba tener detrás de la barra y cada cuadro colgado en las paredes. Convencido de su destino, había dedicado largas horas a ensayar y aprender muchas de las transcripciones que se habían hecho de las piezas que Evans improvisaba en directo. Se le atragantaron el On Green Dolphin Street, el Midnight Mood y las Reflections en Re. No tenía las manos tan grandes y los acordes del compás 19 necesitaron muchas horas. Pensaba que estaba preparado y sólo esperaba que la vida le diera la oportunidad como ocurrió en casa de su tía, en el Caledonian, en tantas ocasiones. Pero faltaba the big one. Un inversor que confiara en él, eso era lo que necesitaba. 

Al cumplir los cuarenta seguía soltero y el trabajo no le faltaba pero los clubes que le llamaban eran cada vez menos. Repetía y repetía en locales cuyo auditorio era mayoritariamente de vejestorios que intentaban echar una cana al aire o recordar viejos tiempos. Le pagaban cada vez menos porque ya no era célebre. Él no desesperaba. Si algo había mantenido a lo largo de todos los años era su creatividad musical al sentarse frente al piano. En aquellos minutos, horas algunas noches, se dejaba llevar, cerraba sus ojos y se veía en el Étoile, frente a un público entregado y ensimismado disfrutando de los ritmos variables y los acordes de novena menor que tan bien se le daban. Luego, su mente tornaba los aplausos apagados de la realidad por ovaciones clamorosas. No desesperaba pero, cada noche, dormía en su cama oliendo demasiado a alcohol.

- Es hora de que sientes la cabeza. Está bien que desees tener tu local pero la realidad también cuenta– le decía Ángela una noche. 

Mujer de aspecto triste pero apasionada en la cama, amante del jazz y la lectura de poesía, a la que había conocido un par de años antes, sentía un especial cariño por él. Ambos con sueños perdidos, con vidas sin completar, se consolaban mutuamente de tanto en cuando. No querían más, no pedían más, tan sólo aliviar la soledad a ratos y sentir que, llegado el caso, había alguien al otro lado del teléfono.

- Me lo debo a mí, a mis padres, incluso a mi tía- contestaba él, abrazándola como un niño desvalido-, sólo necesito que el tren de la suerte pare en mi estación.
- Has vivido mucho, Tomás- le decía ella-, has sentido y hecho lo que millones no harán jamás, has conocido el amor y el desamor, tienes magia en las manos, eres un buen músico, no hace falta ser Beethoven…
- Evans, Evans- le corregía él.
- Eso, Evans. No hace falta tener un club para demostrar que sabes componer, tocar el piano, conversar, sentir, hacerme disfrutar, …. Toma lo que la vida te ha dado.
- Quiero más.
- Y yo, Tomás, y yo. Pero no podemos pasarnos los años soñando. 
- ¿Por qué no?, los partidos se pueden ganar en la prórroga – contestaba él.
- Eres un niño grande- le decía ella mientras comenzaba a besarle dulcemente en el torso desnudo.

Muchos años después, Ángela seguía estando junto a él. Nunca habían decidido ser pareja aunque de hecho lo fueran y mucho mejor avenidas y sólidas que la mayoría de los matrimonios. El trabajo escaseaba y con él los ingresos, pero Tomás vivía con poco. Superó un mal periodo en el que las borracheras fueron frecuentes y compaginaba sesiones de jazz con semanas en las que componía y presentaba sus obras a concursos. Ganó dos y el dinero de los premios sirvió para ir tirando.

- Nunca tendré el Étoile, le dijo un día a Ángela de sopetón como si se hubiera de pronto rendido. Con 53 años, es hora de retirarse, ¿no?

Ella no dijo nada. Hacía mucho que sabía que era así. Sólo se le acercó y le abrazó por un largo rato. Luego, lo llevó a la cama e hicieron el amor. No se dijeron nada mientras lo hacían, sólo se miraron como si el mundo se terminara en sus ojos y en lo que compartían sin tener que decirlo.

La competencia en la fabricación de pianos se incrementó por aquellos años. Los japoneses construían unos chismes electrónicos que sonaban muy bien aunque a Tomás le daba urticaria pensar que podía hacerse buen jazz con uno de aquellos chismes. Los precios bajaron y, sobre todo, los fabricantes comenzaron a hacer imaginativas campañas de marketing para atraer a posibles compradores. Una idea que pronto se copiaron los unos a los otros fue la de colocar instrumentos en sitios públicos y dejar que la gente anónima tocara en ellos. 

El día que Tomás cumplió los 55 años invitó a Ángela a cenar. Era una noche veraniega pero no excesivamente calurosa. Eligió un restaurante cerca del lago, una de esas casas antiguas que han sido renovadas, con comida casera y un jardín donde poder cenar bajo una pérgola llena de campánulas blancas, setos adornados con farolillos de papel y el aroma de un buen vino en la mesa. Llevaba ya más de diez años con ella y, aunque nunca se lo habían reconocido abiertamente, nunca se lo habían dicho entre susurros y besos de mariposa, sabían que se amaban. Lo mantenían en secreto, con miedo a expresarlo y que la vida les oyera porque la vida es muy cabrona y se encarga de destrozar los sueños. Pretendían engañar a la realidad, no diciendo en voz alta lo que sabían que existía.

Tomaron unos entrantes y un pescado en salsa que resultó delicioso. Él no tomó postre pero ella pidió un pastel de manzana.

- Gracias – le dijo ella.
- Gracias – contestó él, sabiendo ambos de qué hablaban.

Terminaron la cena hacia las once y, como la noche estaba embrujada, decidieron caminar hasta la casa de ella porque aquella noche habían determinado dormir allá. El rumor de las aguas del arroyo que alimentaba el lago del parque les acompañaba. La luna estaba recién nacida, filosa, medio tumbada sobre el horizonte. No había nubes, el cielo estaba limpio y Júpiter brillaba con fuerza sobre el difuso resplandor de la ciudad. Había algunas parejas sentadas en el césped o en los bancos forjados de bronce, tan decimonónicos. Más allá, el quiosco de música, en donde los domingos daba conciertos la banda municipal con un repertorio que repetía la Caballería Rusticana, la Obertura 1812 y un par de números de zarzuela.

- ¡Mira!- Ángela le tiró de la manga.
- ¿Qué?
- Han puesto un piano en el quiosco.
- Sí, ahora está de moda. Pasan muchos salvajes y los dejan inservibles.
- Venga, tócame algo.
- ¿Ahora, delante de todos? – sonrío con malicia y sensualidad.
- No seas y no te llamaré – río ella. Venga, es tu cumpleaños. Un músico que cumple años debe interpretar algo a su acompañante. 


No le costó convencerle. Subieron al quiosco y Tomás se sentó al teclado. Deslizó sus dedos por las teclas y comprobó que el instrumento estaba en buen estado, bien afinado.

- No está mal- concluyó, al tiempo que hacía sonar el acorde de Tristán.
- Venga, empieza. – ella se sentó a su lado, en el suelo, las piernas cruzadas a lo hindú, mirándole.


Y él se sintió feliz como no había estado en mucho tiempo. Acarició la mano de ella, luego la apretó, luego se inclinó para besarla y, al fin, cerró los ojos. ¡La noche estaba tan en calma! La obra le vino a los dedos, sin pensarlo, por instinto. Su querido Bill Evans. Peace Piece. Nada mejor para aquel momento. Paz, eso es lo que sentía junto a Ángela, en medio del jardín. 

Interpretó la pieza con tranquilidad, con un tempo algo más lento que lo habitual pero muy apropiado para aquel instante, ligando exquisitamente los acordes, manteniendo el obstinato de los bajos, dejando que los silencios entre las notas tomaran protagonismo.

Luego continuó, entremezclando su propio repertorio con el de Evans y con improvisaciones. El tiempo pasaba, la noche les envolvía con magia.

- Mira – Ángela le reclamaba hablando muy bajo.
- ¿Qué? – respondió él mirándola a los ojos, sin cesar de tocar.
- Mira – e hizo un gesto hacia el jardín que rodeaba el quiosco.


Entonces se percató. En aquel momento interpretaba All the Things you are. Había decenas y decenas de personas sentadas en la hierba, en respetuoso silencio. Familias enteras, parejas abrazadas, algunos tumbados y  mirando al cielo. Hasta los insectos nocturnos parecían ser cómplices porque habían cesado sus murmullos y dejado que sólo el piano se escuchara. Era sin duda el mayor auditorio que jamás había tenido. Se emocionó y fruto de ese sentimiento sus dedos se volvieron más ágiles y su mente creó pasajes de un lirismo que nunca antes había alcanzado.

Sonrió a Ángela, que acercó la cara a su brazo.

- Allí, observa – le dijo ella señalando al cielo.

Y él miró. Y vio que la bóveda oscura estaba llena de estrellas, miles de ellas, brillantes, titilando sólo para él. El mejor club que nadie pudiese imaginar.

- Tous les étoiles pour toi- murmuró Ángela.  


Comenzó con el Peace Piece nuevamente. En ocasiones, pensó, los sueños se cumplen de la manera más inesperada. 









25/6/17

En la piel de un refugiado




En la piel de un refugiado, es un hipertexto periodístico publicado por el diario El País y creado por Aitor Bengoa al frente de un amplio equipo de diseñadores, fotógrafos, operadores de cámara y programadores.

Enfrenta al lector a ponerse en la piel de un refugiado, tomando las decisiones que los seres humanos que han sufrido el destierro han debido tomar en la realidad. Al inicio, puede elegirse si "simular" el drama de un refugiado sirio, un africano o un latinoamericano. En cada paso, hay varias posibilidades entre las que es preciso elegir (por ejemplo, quedarse en la ciudad a pesar de los bombardeos o probar suerte saliendo hacia el país limítrofe con lo puesto). En función de la elección hipertextual, la historia se desarrolla en un sentido o en otro. Cada escena muestra una fotografía o un vídeo que definen la situación terrible por la que tantos millones han de pasar.

Un muy interesante trabajo, digno de lectura.

Puede leerse comenzando en este enlace.







23/6/17

The Great Migration



The Great Migration , de Obx Labs, es un poema interactivo en el que se habla de la despedida, del exilio, también de encontrar mundos nuevos. El lector puede ir moviendo y dirigiendo las células de texto, parecidas a microbios o espermatozoides, con sus flagelos de texto. En su versión original, para exhibición en gran pantalla, resulta espectacular.

La versión para tableta puede descargarse desde la App Store en este enlace.




22/6/17

Zugunruhe




No tengo ni idea de alemán pero, por algún extraño motivo, mi vida amorosa de estos últimos años ha estado marcada por ese dichoso idioma. Otro capricho de ese misterio entre neuronal y hormonal que me vuelve lela cada cierto tiempo, que me hace ver un duende especial en un hombre para percatarme, tiempo después, que  es más aburrido que pellizcar cristales.

Fue hace unos pocos años. Viajé a Stuttgart con él y pasamos juntos el fin de semana. Qué sé yo, sería la novedad, o el depender de su mejor inglés, o que yo estaba en horas bajas después de haber dado puerta a la anterior ilusión. El caso es que fueron unos días preciosos y eso que hacía un frío que te dejaba la piel como después de una sesión de  masaje con crema y lifting de 200€. Aún guardo fotos de nosotros paseando por la Windgassen-Weg. El pequeño lago enfrente del Palacio Nuevo se había helado y los gansos jugaban a hacer cabriolas sobre la lechosa superficie hasta que, aquí o allá, se quebraba y podían meter la cabeza para mirar bajo las aguas quién sabe qué. Quizá fuera que tenía el estómago lleno de lepidópteros de esos que se tienen en estas ocasiones, o que me había tomado varias cervezas de esas que, en aquel país, sirven con tanta espuma tras esperar siete minutos, pero la verdad es que me veo guapísima en cada fotografía, con un sombrero elegante, una bufanda en torno al cuello, abrigo y guantes negros. Sería, acaso, el deseo y el afecto que veía en los ojos de ese al que entonces llamaba “cariño” y “mi niño”, pero, ahora, visto en retrospectiva, me veo radiante.

Caminamos junto al edificio de la ópera y él me cantaba Ich liebe dich, ese “te quiero” que tanto repiten las óperas de Mozart. Cuando me lo susurraba, el alemán me sonaba distinto, suave, nada que ver con la idea de verborrea brusca y gritona con el que antes siempre lo había escuchado. Así comenzó mi relación con el hombre que me quería locamente y con el idioma alemán, con palabras tiernas, con caricias dulces.

Aquel sábado fue muy divertido. Compartimos uno de esos momentos sólo soportables en estas primeras fases de las emociones. Se empeñó en entrar al planetario. Hay que imaginarse la situación. Hora de la siesta, cansada de haber pateado media ciudad, a oscuras, tumbados en unos sillones que permiten mirar cómodamente hacia arriba, una musiquilla suave y sideral, estrellas por todos los sitios y un tipo soltando la chapa en un alemán meloso e incomprensible. Me dormí, al punto que ronqué y él tuvo que darme un codazo para que no arruinara el mágico espectáculo a los otros espectadores. Nos reímos de veras mientras volvíamos al hotel, yo colgada de su brazo, él colgado de mi corazón.

De aquel viaje es también esa foto en que aparecemos reflejados en un escaparate. Al vernos, ambos nos percatamos de que éramos más que dos, más que una pareja habitual.

-       -  Somos una pareja perfecta, la mejor del mundo – le dije, entonces, sin saber cómo cambiaría todo con el tiempo.
-       -  Lo somos para siempre. - me respondió él – Estás hermosa.
-        - Por ti, tú me haces sentirme hermosa – le contesté y, ahora, me pregunto el porqué de aquellas ensoñaciones. ¿O, simplemente, le mentía? ¿O me engañaba a mí misma?

Dejo de mirar viejas fotografías. No creo en eso de que el pasado fue mejor. Todo pasó y no sé bien por qué ocurrió. Él, mucho menos. Ni se lo esperaba cuando dejé de contestar a sus llamadas, cuando dejé de encontrar tiempo para nosotros, cuando no deseaba verle, cuando me sentía mal a su lado, cuando llegué a tener vergüenza de que me vieran con él.

Zugunruhe

Mira por donde estos teutones tienen palabras para todo. Empecé con los liebe, liebe, liebe y acabo con un zugunruhe. Me persigue el alemán.

Miro el diccionario:

Zugunruhe: sensación acuciante de desasosiego; un deseo incontenible de cambiar de situación, de migrar, de encontrar otros lugares, de la búsqueda de otros horizontes.


Joder, ni a posta lo han definido. Voy a tener que cambiar de idioma. Era tan urgente mi zugunruhe que le he dejado al pobre en la cuneta del camino sin darle opción alguna, sin que él pueda entender cómo hemos pasado de ser la mejor pareja del mundo, aquella reflejada en el escaparate, a molestarme, a sentir la angustia de estar junto a él.

Sí, me duele verle así pero es lo que hay. He de mirar por mí misma primero. Encontraré nuevos escaparates en donde reflejarme.



20/6/17

Una nueva colección de literatura electrónica en lengua española en la web de ELMCIP



Una nueva colección de literatura electrónica en lengua española en la web de ELMCIP es un interesante artículo académico de Maya Zalbidea, de la Universidad Complutense,  en el que pasa revista a la literatura digital escrita en español, tanto en España como en América. Presenta un catálogo de una amplia selección de obras de la literatura electrónica hispánica, explica el repositorio de obras en español de ELMCIP de la Universidad de Bergen y analiza los rasgos más relevantes de las obras digitales, especialmente en lo relativo a la interactividad.

Agradezco mucho la mención que se hace en el artículo sobre algunas de mis obras digitales como, por ejemplo, Trincheras de Mequinenza, Mar de versos, Psycho, o Una contemporánea historia de Caldesa



El artículo puede leerse desde este enlace.





19/6/17

Semantic technologies and linguistic tools for Digital Humanities




Del 3 al 5 del próximo mes de julio, se celebra dentro de los Cursos de Verano de Madrid, concretamente en la UNED, el Seminario Semantic technologies and linguistic tools for Digital Humanities, que puede ser seguido tanto presencialmente como on-line.

Los objetivos del curso son formar en las tecnologías digitales, particularmente las herramientas semánticas al servicio de las Humanidades; demostrar las posibilidades de la herramienta CLARIN y compartir experiencias en su uso a lo largo de varios países.

La web del evento y el programa pueden accederse desde este enlace.


16/6/17

Derribos





Cuando mi padre me introdujo en el negocio, ya me avisó que no era un trabajo fácil. Al contrario, resulta complicado aislarse de lo que sufren los otros, como al médico le cuesta no sentir compasión por el paciente que tiene fuertes dolores, o el bombero se siente conmovido por la persona atrapada tras las llamas. Mi padre me decía que, de todos los oficios que tratan con desgracias y con desgraciados, este era el más complicado, el que más agallas precisaba, el que demandaba una fortaleza de carácter pétrea. 

Me dedico al derribo de amores que se han torcido y han sido abandonados. 

Es bien sabido que toda vida se construye con amoríos, desamores, sueños, esperanzas, dolores y desengaños, felicidad y miseria, conversaciones e instantes. Poco a poco, todos estos elementos se van trenzando entre ellos, conformando la existencia. A veces, es una lástima, alguna vida se trunca, fallan los elementos estructurales- el desamor es como la aluminosis, ténganlo en cuenta- y el individuo debe abandonarla a riesgo de volverse loco dentro de ella. Aquí es cuando intervenimos nosotros, profesionales diplomados que derribamos todo el edificio creado a lo largo de los años y preparamos el solar para que se pueda reconstruir uno nuevo. 

Llevo ya bastante tiempo en el sector y he visto más bien de todo. Pero, hoy, no sé, he sentido una angustia especial, mientras con la piqueta y la maza iba tumbando, uno a uno, los muros de la vida de un pobre tipo que nos llamó el otro día para que lleváramos a la escombrera todo lo que había construido con una mujer durante casi una década hasta que, ingenuo y pardillo, se enteró de pronto que ella ya no le amaba, que tenía otros sueños en construcción y que le daba un beso de despedida que le supo a ricino. En realidad, nada nuevo. Hacemos más de dos decenas de trabajos como este cada año. Quizá me ha afectado más por lo desvalido que me ha parecido el individuo, un pobre hombre si me pidieran calificarle, que creía que el amor lo valía todo cuando todo el mundo sabe que no es así. Alguien que había confiado al cien por cien en que su amor era suficiente. También hay que ser idiota.

Hemos empezado con el derribo de muchísimas estancias construidas con cartas, todas llenas de cariño y ternura, pasión y admiración, que este cliente había escrito a lo largo de los años. Tenemos un código deontológico, unos acuerdos de confidencialidad con nuestros clientes,  que nos impiden relatar lo que vemos pero diré, a título de ejemplo y sin correr riesgos de que el individuo pueda ser identificado,  que estas cartas decían cosas como Me seduce el descubrir – otro hechizo, sin duda- que compartimos tantas quimeras, tantos libros, tantas pérdidas, tantos gustos, tantas ideas fugaces, sin que jamás antes lo hubiéramos sospechado. Me sonroja cuando dices cosas agradables sobre mí que, aunque se me hacen inverosímiles, alimentan mi ego por un ratito. o Los días en que no estás, no sé por qué será, estoy inquieto. Temiendo que no me hayas añorado como yo te he extrañado a ti, incluso, en el lado oeste, el muro se sostenía con frases de este tenor: Me rendí con tu rendición. Me enternecí con tu ternura. Suspiré con tus suspiros. Te entendí porque me entendías. Miré en tu mirada – esa que siempre se torna tan sugestiva después de las nueve- para descubrir el lujo de tu alma, la envidia de cómo eres, de cómo sientes, de cómo quieres. En fin, moñadas de este estilo, pero a miles. Hasta sublime milagro, la llamaba. La verdad, hay que decirlo, el cliente se había currado sus sueños y sus amores porque en todas las estancias, en todos los pisos, en cada ventana y en cada viga, los componentes estructurales estaban llenos de cartas y mensajes. Incluso, hemos encontrado cientos de misivas larguísimas, escritas desde aviones como si no necesitara dormir y le bastara solo pensar en ella. No es de extrañar que la señora se haya acabado aburriendo. Vaya chapas.

Luego, una vez que hemos removido todas las cartas - y ha hecho falta emplear la Catcher a fondo, porque estaban bien pegadas en el edificio de su vida-, hemos pasado a la demolición de la estructura, una maraña de instantes tiernos y momentos hermosos, entretejidos de manera intrincada. No me extraña que el tipo creyera que era un edificio sólido porque los había a millares y he de reconocer que cada uno de ellos era muy bonito. Me he reído cuando he visto a la pareja, tumbados en la cama, desnudos en plena noche, tomándose un gin-tónic con donuts; o cuando se ha caído- tras un mazazo de mi ayudante- la imagen de ella desnuda preparando el zumo del desayuno y el cliente, abrazándola por detrás. No voy a describir- ya lo he citado, tenemos contratos de confidencialidad estrictos- , las escenas de amor, de sexo dulce, de besos largos y caricias de mariposa, los recuerdos de ropa abandonada por el suelo camino del lecho,  que hemos tenido que remover por todo el edificio. Arriba, en el piso superior, nos hemos encontrado  con imágenes de ellos, comprando porcelana o tomando un taxi a la salida del teatro; al lado, nos ha saltado, escondida de detrás de un cuadro, la mirada chispirita y adorable de ella, hablándole en inglés a él; más allá, ambos tumbados en la playa, he de reconocer que la mujer es muy hermosa; al fondo, todo un techado construido con cenas y conversaciones en torno a una botella de vino blanco y unas velas. Hemos hallado, asimismo, un numeroso grupo de castillos, plazas con limoneros y calesas, una giraldilla, varios Sorolla, una pizzería en la que hablaban alemán, desayunos hasta el mediodía, los acordes del concierto para violín de Tchaikovsky ya casi apagándose entre los escombros, algunas sesiones de jazz, lagos de agua oscura y paseos por el bosque, canciones de Rosario, un bonito vestido verde, varios abrazos en playas y paseos marítimos, un par de jacuzzis, catedrales y conciertos, compact-discs grabados a propósito, tardes de compras y regalos de cumpleaños. Hemos hallado un aniversario que cumplía justo hoy mismo, día del derribo, también es mala fortuna. Incluso, como parte de los pilares principales, hemos demolido un gran letrero de la autopista a Wisconsin - ¿qué coño haría allí un cartel así? - y unas tazas de chocolate tomadas entre las nubes, junto a un rodizio compartido. ¿Qué habrán hecho estos dos para tener estos recuerdos tan raros? Uno siempre se pregunta cómo será el edificio de ella. ¿Guardará las mismas cosas?

En los cimientos, hemos encontrado decepciones y perdones entre toneladas de amor, de cariño y de complicidad, sufrimientos comunes y miradas encandiladas, un duende muerto. Los cimientos son siempre difíciles de echar abajo, son muy sólidos, un perdón enamorado se agarra al edificio como una lapa; si algo se ha superado y se ha perdonado, si el amor ha vencido, es imposible de eliminar si no es rociándolo con un buen disolvente y metiendo la neumática. En este caso, el tipo estaba tan enamorado que hemos debido recurrir al explosivo para mandarlo todo al cuerno.

También, entre los pilotes que soportaban todo el pabellón, hemos hallado rendición incondicional a la mujer, dependencia excesiva y ceguera propia del enamoramiento. En la  cara norte, por ejemplo, había un mensaje, bien escondido, que decía: Sé, entonces, que tu mundo, mi mundo, ese sueño que tú generas tan sólo siendo como eres, es lo que importa. Rezo, entonces, para que nunca cambies. Intuyo que sí que ha cambiado para encontrarnos este desastre.

Hemos necesitado más tiempo de lo previsto pero no le vamos a pasar un extra. Me ha dado pena el cliente. Al pobre se le ve hecho un asco. Le hemos dejado el solar como nuevo pero no parece, la verdad, que quiera volver a empezar. Cuando nos íbamos, me ha preguntado:

- ¿Podría reconstruirse todo y dejarlo como estaba?

El camión con el volquete ya estaba echando en la escombrera de la tristeza todos los instantes derribados, todos los momentos compartidos. Me he marchado sin quitarle la esperanza. 




13/6/17

Yes, we are





Yes, we are, de Ciro Museres es un sencillo juego tipográfico en el que el programa demanda primeramente al usuario que complete la frase "yes, we are...". La respuesta es combinada con otras frases similares, comenzando un juego aleatorio de sentencias con diversos tamaños y tipografías variadas que van llenando la pantalla y moviéndose por ella.

Es más un entretenimiento visual que literario.


Puede verse desde este enlace.




11/6/17

Lector electrónico desarrollado en China





El JDRead Venus, de la firma china Boyue es un nuevo lector electrónico con pantalla de tinta electrónica en resolución de 1440 x 1080, 300 ppi. El microprocesador funciona a 1 GHz, dispone de 512 megas de memoria central y 8 gigas de memoria interna pero admite tarjetas SD. El sistema operativo es el Android 4.4.2. Permite visualizar ficheros EPUB, MOBI, TXT y PDF. Dispone de iluminación para poder leer en la oscuridad. Sin esta, la batería puede bastar para 1 mes de uso continuo. Los menús aparecen en chino. Es de suponer que si quieren venderlo en el resto del mundo, deberán traducirlos. La personalización de la visualización es bastante flexible.

Un vídeo publicitario:





10/6/17

Portal de literatura china





La plataforma de venta de libros China Reading, a través de Qidian International, ha puesto en marcha un portal internacional (también en versión para dispositivos móviles) en el que promueve un muy amplio catálogo de literatura china, la cual no es muy conocida en Occidente. De hecho, la plataforma China Reading cuenta con 8 millones de títulos. 

El nuevo portal ofrece, también,  a los escritores chinos la posibilidad de aumentar su visibilidad fuera de las fronteras de su país. Obviamente, el contenido seleccionado para el portal tiene una proporción de obras traducidas al inglés muy importante, aunque prevén añadir traducciones al tailandés, japonés, coreano y vietnamita. 

También incluyen novelas por entregas que se actualizan muy frecuentemente y películas.

El enlace del portal, está en este enlace.



  

9/6/17

La odisea del libro (Retos digitales)





La odisea del libro (Retos digitales), (S.L. EDITORIAL DIÉRESIS- 2017), de Antonio Pérez-Adsur, es un ensayo breve en formato digital, de menos de 200 páginas, en el cual el autor reflexiona sobre el futuro del sector editorial en un mundo digital. Así, distingue entre el "libro lento", el de toda la vida, el que se lee lentamente, y el nuevo libro digital que llama a la celeridad. El lector moderno, indica Pérez-Adsur, es un "lector abrumado que vive asediado por mil distracciones y que tiene mil motivos para abandonar nuestra lectura a cada paso". El libro digital llega siendo más un servicio que un objeto. 

El ensayo aborda el papel de los libreros, las bibliotecas, los editores, los autores y los lectores, cada uno con sus diferentes necesidades y objetivos. 

Es interesante que, para los autores, incluye fichas y ejercicios prácticos que sirven para intentar encontrar nuevos lectores en el enorme espacio de Internet (con ideas de marketing on-line y marketing off-line) o para que los editores pueda comercializar y rentabilizar mejor los contenidos digitales. 

El problema del valor del libro se trata de manera especial por cuanto que existe la idea entre un gran número de personas de que lo digital debe ser gratis o, cuando menos, tener un precio irrisorio, lo cual no conduce a nada bueno para la industria y los escritores. Para ello, es preciso que el editor cuide la Red, que le "dé calor" y buscar los nichos adecuados. Los libreros, por su parte, deben conocer mejor al lector, crear comunidades de lectores en torno al local y poder ser prescriptores sobre qué leer en el mar de libros digitales, publicados y autopublicados. 



 

8/6/17

TextDigester





TextDigester es un programa de procesamiento de lenguaje que genera resúmenes de manera automática. El trabajo ganó hace pocos meses el primer premio del evento Hackathon de Tecnologías del Lenguaje . Los autores son Francesco Ronzano y Horacio Saggion, de la Universidad Pompeu Fabra. La aplicación analiza textos que pueden provenir de páginas HTML, documentos XML, feeds RSS u objetos JSON que son los más usados en las páginas de noticias o las redes sociales. Tras detectar el idioma en el que el texto está escrito, el programa ejecuta un análisis léxico y un análisis semántico a fin de detectar las palabras y conceptos clave del artículo, procediendo posteriormente a realizar el resumen extrayendo del texto las frases que más peso tienen respecto a lo conceptos detectados.

Más información en este enlace.




6/6/17

El potencial creativo de la remediación en la literatura digital hispánica




El potencial creativo de la remediación en la literatura digital hispánica es una tesis doctoral presentada por Ana Cuquerella Jiménez-Díaz en la Universidad Complutense el pasado año. Citando el prólogo de la propia doctora:

El objetivo fundamental de esta tesis ha sido situar la literatura digital hispánica como un eslabón más en la cadena de la historia de la literatura hispánica. Las obras literarias creadas en el entorno digital remedian multitud de recursos, memes y figuras retóricas heredadas de la literatura analógica, del mismo modo que la literatura impresa hizo con la tradición anterior alojada en manuscritos, rollos e incluso la literatura oral.

Los nuevos medios técnicos ofrecen posibilidades preconizadas por autores analógicos que ahora adquieren corporeidad. La literariedad de estas obras concebidas para el medio electrónico reside en la remediación de la literatura impresa y su labor de adaptación a los nuevos marcos electrónicos hasta llegar al hipermedia. Los moldes que contienen las obras literarias digitales revisten a estas creaciones de propiedades que las caracterizan como tales obras de literatura digital y que a lo largo de esta tesis se han tratado de apuntar. Asimismo, partiendo de la indagación sobre estos textos, la lectura y selección de los mismos, se ofrece una propuesta de canon abierto de obras de literatura digital hispánica representativas de dichas propiedades específicas.

Amén de felicitar a Ana Cuquerella por su excelente tesis, la profundidad de sus análisis y lo acertado de sus conclusiones, quisiera agradecer las menciones que realiza a algunas de mis obras digitales y el estudio que de ellas realiza, así como de este blog Biblumliteraria.

También cita y se hace eco del portal de literatura digital de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Esta magnífica tesis puede leerse aquí.


Nota: Hace ya tiempo escribí sobre uno de los problemas de la literatura digital, cual es la fragilidad de sus soportes. En aquel artículo, Evanescencia de la literatura digital, reflexionaba sobre lo difícil que es que perdure la literatura electrónica si continuamente, como si se tratara de un campo cuántico que fluctúa, los servidores cambian, los sistemas operativos quedan obsoletos y los formatos - mucho más por guerras de marketing que por necesidad técnica- se matan los unos a los otros. 

La tesis de Ana Cuquerella fue escrita el pasado año y, hoy, apenas unos meses después, muchos de los enlaces allá anotados de mis obras ya no están disponibles - o no funcionan de manera automática- por un cambio unilateral en la política de Dropbox. Ruego a los lectores que quieran leer las obras que acudan a este blog, Biblumliteraria, donde los enlaces han sido actualizados a una nueva plataforma. Mis obras pueden accederse desde el listado mostrado en la columna derecha del blog (en versiones móviles, es preciso pasar a visualizar en modo clásico)

Muchas gracias.



5/6/17

SHARP 2017 : Technologies of the Book



Comienza esta semana, concretamente el día 9, el evento SHARP 2017 : Technologies of the Book, organizado por la canadiense Society for the History of Authorship, Reading and Publishing y las Digital Humanities Summer Institute, Electronic Textual Cultures Lab, y la University of Victoria Librarie. Durará hasta el día 12.

En las ponencias se analizarán cómo las nuevas tecnologías influyen en la enseñanza, estudio, difusión y creación de textos.

 La página de Sharp 2017 puede encontrarse en este enlace.



4/6/17

La cena con Alberdi





Los primeros brotes de barba, un vello suave casi indetectable, nos comenzaron a salir a los catorce. Alberdi llegó un día corriendo desde la parada del urbano, aún con la cartera del colegio en la mano, y nos dijo con voz tan alta que parecía un grito:

- ¡Ya soy un hombre!

Elordi y yo nos miramos sin entenderle. Él, que nos aventajaba en edad en casi un año y que se enorgullecía de ello al ser uno de los mayores del curso, nacido en enero, nos miró con cierta condescendencia, como el maestro que se compadece de algún alumno torpe.

- Barba, barba – y se pasó la mano suavemente por el rostro sin que nosotros llegáramos a percibir sino una muy ligera sombra.
- ¿Y? – contestamos.
- Sois chiquillos aún – sabía que este apelativo nos iba a fastidiar -, las chicas se interesan por los hombres, no por los niños.

Nos observó con el desdén que da el triunfo y añadió:

- No puedo estar hoy con vosotros. Voy a San Bartolomé, a ver si me cruzo con Belén.

Sabíamos quién era Belén. Una muchacha morena, guapa, de ojos algo achinados y rodillas deseables. Alberdi siempre se quedaba alelado cuando la veíamos por la calle, saliendo del instituto, con su uniforme de camisa blanca, chaleco y falda azul marino, justo hasta por encima de la rodilla. Más abajo, medias también azul marino. Así que aquellas rodillas y, en verano, sus brazos eran como el descubrimiento de toda la sexualidad para él. 

- ¡Te gustas de ella! – le hacíamos chirigotas - y él se enojaba con nosotros.

Hizo un gesto con la mano y marchó seguro de sí mismo, como un soldado que acabara de recibir una Excalibur imbatible, seguro de la victoria. Nosotros nos quedamos sentados en el pretil de la fuente, sin hablar, lanzando piedritas a lo lejos, al agua o los árboles, cualquier cosa menos hablar, siendo conscientes de la superioridad de nuestro amigo. Con envidia de aquella barba precoz que nosotros aún no teníamos.

Porque yo, para entonces, y aunque la barba no acababa de mostrarse, escuchaba campanitas y me temblaban las piernas cuando veía a Mertxe. Del mismo colegio que Belén, no sabíamos si de la misma clase, mismo uniforme, otras rodillas adorables. Sabía su nombre tras haber aplicado una disciplinada estrategia de acercarme lo más posible, como quién no quiere la cosa, a sus amigas, hasta que un día una de ellas le llamó, gritando su nombre. Sentía una atracción indefinida porque, la verdad, no sabía ni qué decirle, ni qué preguntarle ni qué hacer. Era una atracción difusa, más infantil que adolescente, que necesitaba varios años más para explicarse.

Un par de meses después, la vida me pasó por encima. Alberdi se puso de novio de Belén. Así lo dijo ella a sus más íntimas en clase. Él no lo dijo, pero bastó verle pavonearse junto a ella todas las tardes. Su padre, nos había dicho, le había aumentado la paga y aquello daba para invitarla a helados e ir al cine el sábado. Se sentía un caballero y nosotros unos imbéciles. Elordi no se apiadó de mí. Yo hubiera esperado que él acompañara nuestra decepción, pero no fue así. En un giro inesperado, él también comenzó a tener una barbita incipiente en el labio superior y en el mentón, lo suficiente para que se viniera arriba y se echara novia, una traición que yo nunca le perdoné.

Y, mientras mi pubertad se retrasaba en llegar, Mertxe conoció a otro chico, de mi misma escuela para más dolor. Les vi, un día, juntos en la Avenida, compartiendo un bocadillo de tortilla comprado en el El Vallés  y dos botellas de Kas Limón.

Quedé desolado y me negué a hablarles durante semanas. Éramos amigos, joder. Esto no se hace entre amigos. Me sentía traicionado. 

El tiempo pasó y aquellos pequeños traumas quedaron olvidados. Recuperé la amistad con Alberdi y con Elordi que, finalmente, no siguieron con sus novias. De hecho, Alberdi pasó por una larga cadena de novias, amantes, conocidas y follamigas, hasta casarse con Ana de la que se divorció tres años después para reiniciar su periplo de camas y abandonos. Aún sigue así, libre como él dice, no sé yo si muy feliz.

Elordi, menos rebelde, se casó, muchos años después, con Nora y tienen tres chiquillos varones. Trabaja de taxista en Bilbao y coincido con él menos que con mi otro amigo, debido a la distancia.

No vi más a Mertxe aunque, unos años después, supe que ella no se había casado y que tenía una excelente carrera en el sector de la banca. Me lo dijo Alberdi que, quién sabe cómo, había llegado a conocerla y a entablar una distante relación financiera con ella. 

¿Y yo? Acabé enamorándome, ya con veintitrés y en el último curso de Derecho, de María José, un año mayor que yo, que había cursado Filología inglesa y con una conversación tan atractiva que me colgué por ella como un lelo. Me casé cuatro años después y me divorcié tras doce más, sin ganas de volver a intentarlo, refugiándome en el trabajo y en alguna juerga a la que Alberdi me arrastra de tanto en cuando.

- Tú, tómate este gin tónic sin rechistar – me dijo uno de esos días en que quedábamos, sentados en la barra del Golden, mirando al camarero. 

Lo preferíamos así, sin ocupar una mesa, para que sólo viesen nuestra espalda y nadie cotilleara sobre nuestras cuitas. Además, nos servían más rápido. Siempre, de Bombay.

Aquel día, Alberdi me estaba contando otra historia más de sus idas y venidas, una tipa argentina, espectacular según decía, que le insistía para que la acompañara a Buenos Aires. Yo le he creído siempre la mitad de la mitad pero aquella noche parecía entristecido. Cuando íbamos por el tercer trago, me miró de pronto y me dijo:

- ¿Sabes a quién vi el otro día?
- ¿A quién?
- A Mertxe – dijo él.
- ¿Qué Mertxe? – pregunté sin hacerle mucho caso.
- ¡Joder, qué Mertxe va a ser!, la niña que te gustaba en el colegio.

Es curioso cómo funciona la memoria. Durante más de dos décadas no me había acordado de ella, ni había sentido pesar por lo que no fue, ni sensación alguna. Y, sin embargo, de pronto, su rostro volvió a mi mente, vi sus rodillas entre la ventana que dejaban la falda y las medias azules y escuché su voz como si hubiera sido ayer. Misterios de los recuerdos. No se van, se camuflan, se esconden los muy cabrones para salir cuando uno menos se lo espera. Hasta me dolió recordarla del brazo de aquel novio que se había echado sin siquiera percatarse de que yo me moría por sus huesos. Pasaron varios minutos hasta que me recompuse, Alberdi debió darse cuenta porque calló, y, al final, sólo se me ocurrió decir:

- ¿Otro gin-tónic?
- Con poco hielo – respondió, y no dijo más. 

Acabamos a las tantas, tumbados cada uno en la cama de nuestros respectivos apartamentos, durmiendo vestidos y malolientes.

Yo siempre he apreciado mucho a Alberdi, es mi amigo y estaré siempre a su lado pero, a veces, es el gilipollas más grande del mundo. Tres días después de la borrachera me llamó por teléfono.

- ¡Pardillo! – me gritó como saludo -, ¿sabes qué he hecho por ti?
- ¿Qué? – contesté sin mucha curiosidad. Alguna tontada de las suyas.
- Te he fijado una cita con Mertxe.
- ¿Qué? – grité.
- Anda ya, no vas a decir que no te gusta la idea, chaval – se reía el muy cabrón.
- Tú estás loco, como una cabra. ¿Por qué te metes donde no te llaman? ¿Por qué cojones de metes en mi vida? ¿Quién te ha dicho que yo quiero verla … conocerla? – rectifiqué al darme cuenta de que nunca llegué a conocerla.
- Estas cosas se notan. El primer amor es siempre el primer amor – afirmó con la rotundidad del que sabe estar en posesión de la verdad.
- Pues ya puedes irle diciendo que no me has encontrado.
- ¡Tranqui, chaval!- me interrumpió-. Se va de viaje por trabajo, 4 semanas. He quedado con ella dentro de un mes justo, en La goleta azul para cenar. A las nueve. Ya sabes, le dije que recordaríamos viejos tiempos, de cuando hicimos negocios con el banco. Y, de paso, le dije que llevaría conmigo a un amigo – o sea, tú, tontaina- de nuestra época del colegio. Se mostró encantada con el plan, quizá quiere endosarte una cuenta Executive o unos bonos de buena rentabilidad- siguió riendo. – No, en serio, se mostró encantada de recordar viejos tiempos.

Le mandé a la mierda y colgué con la absoluta seguridad de que no iría, de que a mí no se me había perdido nada en aquella cena. Si ellos se conocían, de acuerdo, que cenen. Pero yo no, yo no iba a pasar por ese trance tan embarazoso. Cierto que yo ya no era un chiquillo, que tenía las tablas suficientes y había vivido mucho para no espantarme de una cita. Pero ¿Y si ella me reconocía, si supo en su día que estaba enamorado, que la seguía? Sí, era muy improbable pero prefería no tentar a la suerte. No iría.

He de reconocer que Alberdi sabe ser persistente. No me dejó tranquilo en aquel mes. Que si ella se llevaría muy mala impresión si no iba, que ya se lo había confirmado, que le iba a dejar muy mal, que no le hiciera esto, que lo íbamos a pasar bien, que me hacían falta relaciones sociales, que no me comportara como el niño que era entonces…. Un pelma absoluto, un par de llamadas cada día hasta que, al final, acepté a regañadientes, confiando en tener algunos días de paz.

Y llegó el día. Dudé sobre cómo vestirme y finalmente decidí que sería formal pero casual. Era verano, así que elegí una camisa  azul claro, fina, de manga larga; unos chinos beige claro y unos zapatos, entre náuticos y formales. Acabé con una chaqueta ligera azul marino y unas gotas de Noir.

Había quedado con Alberdi a las ocho pero llegué con mucho adelanto. Me senté en una terraza y pedí un café con hielo. Le vi nada más torció por la esquina. Me alegré de que viniera, sería un escudo entre ella y yo porque, a mis años, seguía teniendo una inquietud impropiamente infantil ante la cita. Mi amigo venía elegantemente vestido y sonreía. Cuando ya estaba sentándose en mi mesa, hizo una mueca de extrañeza.

- ¿Y eso? – me preguntó.
- ¿Qué? – contesté.
- ¿Desde cuándo te has dejado barba?